Sociedad

Cumbre

El mandamiento de Omella: “No caigamos en la polarización”

El cardenal plantea un pacto educativo «a largo plazo» frente a la Ley Celaá

Rueda de prensa telemática de Càritas Catalunya para presentar su memoria 2019 e impacto de Covid-19
El cardenal Joan Josep Omella interviene durante la rueda de prensa telemática de Càritas Catalunya.David ZorrakinoEuropa Press

Una y otra vez. Por activa y por pasiva. Cada vez que analizaba las heridas de la pandemia en España, el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, acababa dejando entrever su preocupación de fondo: la fractura social alentada por los políticos. “Deberíamos evitar tensionar más la sociedad con cuestiones que no sean prioritarias”, advertiría en un primer momento dado. “No caigamos en el virus de una polarización que haga imposible tender la mano”, aconsejaría después, para llegar a calificar de “espectáculo del enfrentamiento casi continuo” la actitud de los poderes públicos. En este tono libre de capisayo, Omella pronunciaba ayer su primer discurso como presidente de la Conferencia Episcopal en una Asamblea Plenaria. Cogió el testigo en marzo, con un confinamiento de por medio, y se presentaba ante una sala con solo 38 pastores presentes. El resto le seguían por videoconferencia para reducir el riesgo de contagio.

Todos le escucharon echar mano del discurso de Francisco a Pedro Sánchez hace unas semanas en el Vaticano, para que no cayera en saco roto las alertas del Papa sobre "los brotes populistas irresponsables e ideológicos". Parafraseando al Papa, Omella volvió a comprometer al presidente con la política "del bien común": "Todos trabajamos por el bien de la sociedad y queremos edificar la patria entre todos".

Con esta premisa, el pastor reivindicó "el gran pacto nacional de la Transición" materializado en la Constitución "que hemos de preservar y fortalecer": "La mejora de nuestras instituciones no pasa por el ‘borrón y cuenta nueva’, ni por el romper radicalmente el consenso, sino por trabajar unidos". Una apuesta sin ingenuidad: "El que se ha equivocado, que pida perdón. El que ha caído en la corrupción que devuelva lo robado". Eso sí, con apostilla: "En nuestro país debe haber espacio y tiempo para el arrepentimiento y para el perdón". Al paso, salía en defensa de la monarquía de forma implícita al dejar caer que "la mejora de nuestro sistema político constitucional y democrático de derecho no puede pasar por las propuestas de deslegitimar y poner en peligro las instituciones básicas".

Con la recién estrena encíclica "Fratelli tutti" como manual de instrucciones, Omella apeló a "generar espacios y actitudes de reencuentro con urgencia". Sobre todo, para responder a la que considera verdaderas emergencias de los "más vulnerables", como la atención a mayores y migrantes, así como "encontrar soluciones que ayuden a salir a flote a las familias".

El purpurado fue más allá de los dislates parlamentarios aun cuando aterrizó en ellos para referirse a dos proyectos de Moncloa que salpican a la Iglesia: la Ley Celaá y la futurible aprobación de la eutanasia. Con contundencia, pero huyendo del sermón inquisitorial, a la reforma educativa le sacó los colores por arrinconar a la asignatura de religión y a la escuela concertada. "Lamentamos profundamente todos los obstáculos y trabas que se quieren imponer a la acción de las instituciones católicas concertadas", expuso, para reivindicar "el derecho constitucional de los padres y madres a escoger libremente el centro", con una alusión directa al "derecho constitucional a la libre iniciativa privada". Sobre la materia confesional, no se limitó a defender "la formación moral en valores", sino que sugirió para los alumnos "más que nunca necesaria la enseñanza y el cultivo de la filosofía, de la teología y de la espiritualidad". Como alternativa, presentó el Pacto Educativo Global promovido por el Papa para configurar "un pacto educativo a largo plazo" que se concrete en "una ley sólida que no sea objeto de debate con cada cambio político en el Gobierno".

En relación a la reforma de la llamada "muerte digna" aclaró que "no es ni la más justa, ni la más humana, ni la más fraterna. La vacuna contra la tristeza, el dolor, la soledad y el vacío existencial de las personas enfermas no puede ser única y exclusivamente la eutanasia", aseveró.

De sacristía para adentro, el cardenal reconoció que hay parroquias que no llegan “a fin de mes” por la pandemia y reconoció el rescate de las diócesis con “planes de emergencia”, por lo que invitó a sus hermanos obispos a “estimular el compromiso de todos a través de cuotas periódicas que permitan abordar proyectos a medio y largo plazo”.