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La Razón
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El obispo francés Forbis-Janson, a través de sus misioneros, abrió los ojos a la situación de injusticia, pobreza y dolor y en todo caso, de ignorancia de Cristo de tantos niños con los que los misioneros trabajaban en China. Le cuestionó profundamente su forma de ver y se le ocurrió la preciosa idea de que los niños de su diócesis rezaran y ofrecieran sacrificios por los niños de China. Así, en 1843 funda la Santa Infancia. Han pasado 170 años y se ha convertido, pues, en un instrumento que tiene la Iglesia para, por un lado, ayudar a los misioneros que trabajan en la evangelización y en la atención de los niños y por otro lado concienciar a los niños cristianos del mundo de que hay otros niños que necesitan de su ayuda, de su oración, de su interés. De ahí el lema «los niños ayudan a los niños». Se pretende ante todo que los niños sean conscientes de que hay muchos niños en el mundo que pasan por verdaderas dificultades para vivir y celebrar su fe, para formarse en ella. Pero también que los misioneros que se esfuerzan cada día por acercarlos a Jesús, se encuentran con niños que no tienen lo suficiente para vivir con dignidad. Enfermedades, orfandad, hambre, incultura, violencia, explotación... Son la forma de vivir para muchos niños y niñas en muchos lugares del mundo. Los misioneros, que tienen claro que la dignidad de la persona es parte de la evangelización, ayudan, como pueden, a paliar estas situaciones de dolor y sufrimiento y la Obra Pontificia de la Infancia Misionera es el instrumento que tiene la Iglesia para ayudarlos a que sus obras puedan realizarse y ser eficaces.