JMJ de Río
Brasil: un polvorín que necesita paz
Las protestas que han hecho temblar Brasil podrían repetirse, pero el Vaticano no variará el programa
El Papa llega a un Brasil convulso, un país inmerso en protestas cuyos habitantes se cansaron de la corrupción y las desigualdades sociales. Arriba por tanto en el momento en el que más se le necesita
Ángel Sastre - Enviado especial
Río de Janeiro, Brasil - El Papa llega a un Brasil convulso, un país inmerso en protestas cuyos habitantes se cansaron de la corrupción y las desigualdades sociales. Francisco arriba por tanto en el momento en el que más se le necesita, dispuesto a servir de guía espiritual y llenar de esperanza al pueblo brasileño. Los jóvenes que se manifiestan por más inversión en salud y educación esperan que Jorge Bergoglio, con su fuerte mensaje a favor de los pobres, apoye sus demandas en su visita a Río, y no descartan aprovechar el evento para retomar las protestas.
«Las manifestaciones tienen un carácter social y protestar por justicia, contra la corrupción y los abusos es una virtud evangélica», dice Tanat Resende, de 22 años, estudiante de Derecho y católico, que participó de las históricas marchas que en junio reunieron a más de un millón de jóvenes en varias ciudades. Los manifestantes piden más dinero para reformar los sistemas de transporte, educación y salud y penas mayores para políticos y empresarios corruptos, en vez de en estadios para el Mundial de fútbol de 2014. Sin embargo, la JMJ es diferente. «Es perfectamente razonable que el Papa apoye estas causas», agrega Resende.
La única manifestación con reivindicaciones similares a las de junio –convocada por el grupo Anonymous Rio para hoy, el día de la llegada del pontífice, durante su reunión con la presidenta Dilma Rousseff en la sede de gobierno de Rio– ha causado sorpresa y polémica entre los jóvenes, pues muchos se cuestionan la relación entre las demandas y la visita del Papa.
La convocatoria, realizada a través de la red social Facebook, llama a protestar a favor de un estado laico, contra el gasto público que implica la visita del papa, contra autoridades locales, y «contra la violencia desmedida de la policía en las protestas» de junio. «Ya están mezclando las cosas, siempre apoyé todos los actos y manifestaciones, pero en este caso no concuerdo», comenta en su cuenta de Facebook el brasileño Felipe Costa, en respuesta a la convocatoria.
Las otras movilizaciones convocadas en las redes sociales son por parte de grupos de defensas de los derechos de los homosexuales y una «marcha de las putas» para protestar contra la «violencia de género» y por la legalización del aborto.
Pese a eventuales protestas, la agenda del papa no será modificada, asegura el Vaticano, que no teme que las manifestaciones perturben la visita, pues sabe que «no son dirigidas contra el papa y la Iglesia».
De esta manera la lucha contra la corrupción se ha convertido en la principal demanda de los brasileños. Los disturbios en ciudades como Belo Horizonte, Brasilia, San Pablo y Río de Janeiro coincidieron con la aprobación en el Congreso de varios proyectos de ley que eran reivindicados por los manifestantes. El Senado aprobó el proyecto de ley que define la corrupción como un «crimen atroz», lo que impide que los acusados sean liberados mediante el pago de fianzas, y que aumenta la pena mínima que puede ser impuesta a responsables por delitos como el desvío de recursos públicos.
Los manifestantes también consideraron como un éxito suyo la orden de prisión dictada por el Tribunal Supremo de Brasil contra el diputado Natan Donadon, que con diferentes recursos judiciales había conseguido eludir una pena de 13 años de prisión por corrupción a la que fue condenado en 2010. «Francisco es un hombre muy sensible al contexto social y no me sorprendería que hubiera algún tipo de referencia» a las protestas, expresa Benjamin Paz Vermal, uno de los portavoces de la JMJ.
El Papa ha tomado iniciativas contra la corrupción en la Santa Sede y planea una reforma en el banco del Vaticano, uno de los más secretos del mundo. La postura anticorrupción del Papa «nos va a ayudar para luchar más contra la corrupción, la pobreza, la miseria», comenta en las calles de Copacabana, Nathalia Pinto, de 21 años, quien se declara católica y también participó en las masivas manifestaciones de junio.
El gigante herido
¿Pero que le ocurre a Brasil? Después de brillar como uno de los países emergentes con mayor crecimiento, el gigante brasileño se desacelera. Un estudio pronostica que en diez años México podría superar al coloso de Suramérica como la economía líder en la región.
Todo indica que la fiesta ya se acabó en Brasil, pero el legado es prometedor. Más de 40 millones de pobres pasaron a engrosar las filas de la clase media, en la última década. Son precisamente ellos, los que reclaman un futuro mejor y más justo. «Cuando no tienes nada, reclamas comida y casa. Cuando obtienes lo básico, salud y educación, reclamas un mejor nivel de vida, es normal», aseguraba hace unos días la presidenta Dilma Rousseff.
Pero no hay que olvidar que Brasil es también el país con mayores diferencias sociales del planeta, donde mayor concentración de ricos y pobres podemos encontrar juntos. A este respecto el Papa ha insistido desde su elección en marzo en la necesidad de que la Iglesia, los fieles y los gobiernos presten más atención a los más desposeídos.
«El Papa llega en buena hora a Brasil, en un momento en que la población sale a las calles pidiendo justicia, igualdad, salud, educación», aspectos sociales que son lema de su papado, explica Iván Esperanza Rocha, historiador y especialista en religiones de la Universidad estatal de Sao Paulo.
En sintonía Mario Campagnani, miembro del Comité Popular de la Copa y las Olimpiadas, uno de los principales movimientos que convocó a las protestas de junio, opina «La visita del papa es mucho más delicada, pues Brasil es un país muy católico 64,6% de la población». Y las personas no consideran que esto sea lo mismo que la Copa del Mundo o las Olimpiadas.
Dilma se encomienda a Bergoglio
El huracán de las manifestaciones multitudinarias que inundaron las calles brasileñas en junio escampó. Lo que hay ahora son tormentas aisladas. En el rescaldo del huracán aparece la soledad de Dilma Rousseff que ya ha perdido más de 30 puntos desde que comenzaron las manifestaciones. La presidenta no termina de desojar la margarita de cara a las elecciones. Su antecesor Lula da Silva o ella, son las dos opciones.La visita del Papa supone un bálsamo para la maltrecha popularidad de Dilma. El mensaje de ambos líderes siempre fue dirigido a las clases menos favorecidas, que además componen el grueso de votos de la «dama de hierro». Sin duda Dilma asistirá expectante a los discursos de Bergoglio, esperando que se convierta en su aliado.
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