La renuncia de Benedicto XVI

Clave en los tiempos modernos

La Razón
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Sorprendido y agradecido. Benedicto XVI, el alemán Josep Ratzinger, es el primer papa de los tiempos modernos que renuncia, tras cuidadoso y libre examen ante Dios, al ministerio petrino. No es el primero; antes lo hicieron, en situaciones y contextos muy distintos, cuatro de sus antecesores: San Ponciano en el año 235, San Silverio en el 537, Celestino V en el 1275 y Gregorio XII en el 1415. Los dos primeros dimitieron tras sendos secuestros y deposiciones de los emperadores Alejandro Severo y Justiniano: el tercero, Celestino V, el más parecido al actual papa por razones personales y por servicio al pueblo de Dios, y Gregorio XII para poner fin al Cisma de la Iglesia de Occidente y dar paso al nuevo Pontífice Martín V, elegido en el Cónclave celebrado en 1417.

Si en los siglos III y VI los intereses de una decadente Roma imperial, el temor a la toma de Roma por parte de los invasores del norte de Europa y las intrigas de una Constantinopla segura de sí misma, fueron algunas de las razones de las renuncias de San Ponciano y San Silverio, esta vez ha sido la expresa y libre voluntad del papa –en coherencia con lo que ha sido su vida y con la trascendencia del ministerio petrino– la razón que le ha inclinado a renunciar. Si en los siglos XIII y XV, Papas tan diferentes como fueron el anciano Celestino V y el veneciano Gregorio XII renunciaron a sus altas responsabilidades por la estabilidad y unidad de de la Iglesia, en esta ocasión «la vida de la fe de la Iglesia» es la que ha llevado al Papa Ratzinger a «renunciar al ministerio de Obispo de Roma» y ser papa «sufriendo y rezando».

Decíamos al comienzo que Benedicto XVI es el primero de los Papas modernos que renuncia. Con su gesto no ha querido seguir la senda de papas tan longevos y decisivos en la historia de la humanidad como fueron sus antecesores Pío VII (1800-1823), Pío IX (1846-1878), León XIII (1878-1903) y Juan Pablo II (1978-2005). Si Pío VII supo hacer frente a los nuevos tiempos y marcar el rumbo de la Iglesia en la Europa y en el mundo posteriores a la Revolución Francesa, Benedicto XVI ha dirigido con pulso firme y mirada atenta los pasos que Occidente debe dar en un mundo gobernado por el relativismo moral. Si Pío IX frente al liberalismo fundamentó las nuevas bases sobre las que se expandió la Iglesia a lo largo de los dos últimos siglos, Benedicto XVI ha asentado la nueva teología sobre una antropología donde la naturaleza humana, la razón y la fe siguen siendo la base y esencia del creer cristiano. Si León XIII abrió la Iglesia al mundo moderno y reclamó la presencia de los católicos en los gobiernos y en la sociedad política de su tiempo, Benedicto XVI ha entronizado la justicia y la caridad que nacen de la verdad como guías seguras para que el ser humano deje de estar esclavizado por las nuevas economías. Si Juan Pablo II universalizó y popularizó la sede de Pedro, derrumbó el Muro y contagió a la juventud de nuevas esperanzas, Benedicto XVI ha mostrado, pese a las críticas de sus muchos enemigos y detractores, la belleza de la liturgia, la sabiduría de lo pequeño y humilde y en su hora final el rostro humano y divino de los grandes pastores y padres de la Iglesia. Por eso y por fidelidad al Buen Pastor, ha dimitido. Ejemplar y auténtico.