Religión

Como en el principio

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Como en el principio
Mosaico de la Basílica de San Apolinar en Classe, de Ravena, Italia (siglo VI).La Razón

Meditación sobre el evangelio de este domingo XXVI del tiempo ordinario

Ha dicho Jesús: «Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». (Marcos 10, 2-16)

«Lo que Dios ha unido…» Él ha creado en unidad todo lo que existe. En unidad de amor. La tierra sostiene a los cuerpos con una firmeza de amor, los ríos desembocan en los mares en un ímpetu de amor, la semilla cae en tierra y muere en una ofrenda de amor. Así circula, crece y se renueva la vida. Y los seres humanos estamos llamados a coronar la creación también como unidad de amor. Unidad trascendente que busca la fuente del amor en Dios. Unidad personal de cada uno. Unidad en la caridad con los demás. Esa unidad armoniza la fuerza y la mansedumbre, la paciencia y la audacia, el silencio y la palabra. Unidad sin separación ni confusión, como todo en Dios. Si no se entiende esto, es poco lo que podemos cooperar con su acción en nosotros. Hay que ir a fondo en su voluntad original de unidad, porque…

«En el principio no fue así…» Es nuestro pecado el que hiere y quiebra nuestra unidad original. Toda división entre las personas se origina en la división interior que produce nuestro egoísmo y pecado. Los proyectos que nos trazamos con otros, las esperanzas y esfuerzos compartidos, pueden frustrarse por cerrarnos al amor. El matrimonio y la familia, como unidad de hombre y mujer que expresa nuestro destino a la comunión, puede llegar a romperse. Pero no es Dios quien lo ha querido. Él respeta nuestra libertad y con ella nos ofrece la oportunidad para sanar y reparar lo que hayamos herido. Ante toda división interior e interpersonal, busquemos nuevamente la gracia de Dios que puede sanar y salvar nuestra unidad. Desde ella podemos perdonar, reconciliar, abrir nuevas sendas para ayudarnos a avanzar.

«…Que no lo separe el hombre» Y que el hombre no se separe en sí mismo. Dios no ha querido nuestra fractura interior. No quiere que nuestra persona se disperse en mil pedazos de falsos amores. Si vivimos en Cristo, nuestro ser se unifica. Su amor es la amalgama sobrenatural que integra nuestro ser y nos permite vivir relaciones sanadoras, creativas y fecundas. La armonía y el bien que podemos alcanzar con los demás parte de esa reconstrucción interior que todos estamos llamados a vivir. En ella nos purificamos, crecemos como personas nuevas y podemos construir la verdadera unidad con los demás.

Cristo hoy nos recuerda que el plan original de Dios para la humanidad es la unidad. No una simple unión superficial, sino una que abarca todos los aspectos de la vida: Nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Es una invitación desafiante a reconocer que solo desde esa unidad podemos alcanzar la plenitud y el propósito para el cual fuimos creados. Nos llama a no conformarnos con las divisiones que el egoísmo y el pecado han sembrado en nuestras vidas, sino a dejarnos transformar por su gracia que restaura, sana y reconstruye lo roto.

Este es un llamado a la valentía: a reconciliarnos con quienes hemos herido, a sanar nuestras relaciones más importantes y, sobre todo, a unificarnos interiormente en Cristo. No podemos ser agentes de unidad en el mundo si no hemos permitido que su amor haga una obra de integración dentro de nosotros. Que esta meditación nos mueva a buscar la unidad radical en nuestras vidas. Esa donde cada relación y cada acción esté impregnada del amor y la comunión que Dios ha querido desde el principio. Que lo que Él ha unido, ni el hombre ni ningún mal lo pueda separar.