Francisco, nuevo Papa
El electricista al que «convirtió» Francisco
Mientras los políticos miraban hacia otro lado, el cardenal argentino entraba andando en la zona más deprimida de Buenos Aires. Sin miedo, pese a arriesgar su vida
La Villa 31 es la favela más grande de Buenos Aires. Más de medio siglo de caminos sin asfaltar, barrizales, pobreza y precariedad siguen contemplando hoy el paso de niños descalzos. Tan poco interés han tenido los políticos por dar una solución a estos miles de personas que decidieron cruzar la barriada con una autopista sobre enormes columnas de hormigón. Pasar de largo del problema. Mientras, debajo de la autovía se hacinan chabolas que albergan tiroteos. Y hambre. Por eso, si en algún lugar celebraron la noticia del nombramiento de Jorge Bergoglio como Papa, fue en las villas miseria de Buenos Aires. Durante sus años al frente del arzobispado argentino, el entonces cardenal duplicó las ayudas a los denominados «curas villeros» que trabajan en lugares donde las palabras no alcanzan para describir el desamparo.
Bergoglio nunca apoyó la Teología de la Liberación por sus vínculos con movimientos guerrilleros de izquierda en la década de los 70. En cambio, sí siguió los pasos del padre Múgica, asesinado en Buenos Aires por una organización paramilitar, y decidió capitanear un ejército de padres villeros que no huyeran del problema. No fue una labor fácil: los sacerdotes plantaron cara a los traficantes de drogas para ganar la fidelidad de los habitantes de las villas. Arriesgaron sus vidas.
«Cuando escuché la noticia no lo podía creer. Tener un ''Papa villero'' es la cosa más linda que nos puede pasar. Me acuerdo cuando se iba en esas caminatas largas con nosotros y con sus piernitas se metía por todas partes pisando el barro, o cuando le hablaba a nuestros hijos», asegura Antonio Páez, un hombre humilde que tiene el honor de haber sido bautizado por Jorge Bergoglio. Antonio nació en la Villa 31. Cuando tenía 15 años, en situación de extrema pobreza, llegó hasta la iglesia del Padre Múgica en busca de ayuda. Allí, el padre Guillermo le atendió y le enseñó una profesión, la de electricista. Hoy se encarga del mantenimiento de la parroquia y estudia Primaria. «Él siempre llegaba andando a la villa, sin coche, aparecía en la capilla de Virgen Luján al otro lado de la vía. Como uno más, acompañado de otro padre. Le decía a mi primo: ''Mirá, el obispo, caminando, no tiene miedo"».
Durante sus visitas a la capilla Virgen del Rosario, también en la villa 31, en el barrio de Retiro, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio solía tomar mate con los asistentes a los oficios religiosos. Antonio recuerda los asados que Bergoglio comió junto a los vecinos y aquella vez en 1999 que acompañó la llegada de los restos del cura Carlos Múgica. «Es un hombre bueno. Ahora deseamos que haga santo a Múgica y que venga a visitarnos», pide en nombre de toda la villa. «Yo le invité a un ''chori'' (un bocadillo de chorizo frito) y mis amigos me decían: ''¿Pero cómo le vas a invitar al arzobispo?''. Pero le llevamos y comió. Estaba avergonzado. Ahora lo pienso y queda mal llevarle un ''chori'' al Papa... (risas) Bromeaba con él diciéndole: ''Falta el vino'', y él me decía: ''Ahora lo tomamos''».
A sólo unos pasos de la capilla, cirios a medio arder iluminan un altar rojo para un héroe pagano surgido del folclore local, Antonio «Gauchito» Gil, un Robin Hood argentino del siglo XIX venerado por bonaerenses por haber compartido su botín con los pobres. Muchos rezan para pedirle milagros al «Gauchito» tal como lo harían con santos católicos autorizados, pero Bergoglio nunca puso problemas a la presencia del altar junto a la capilla. «La primera vez que lo vi, fue con el padre Guillermo en la catedral. Yo iba con la ropa sucia de faena, la que uso como electricista, le di la mano y no pareció importarle», afirma Antonio, antes de contar la experiencia de su primera fortuna: «Yo siempre le decía que era mi padrino, hasta que un día me dijo: ''Tienes que bautizarte''. Y decidí hacerlo. Entonces, no sabía que lo iba a hacer él mismo, pero lo hizo. No me imaginaba que me bautizaría el Papa».
«Una vez vino a la Villa 31 a bendecir el Hogar de los Abuelos, y le preguntamos por qué era tan humilde. Se ruborizaba y decía que era como todos, simplemente que la sotana le hacía parecer diferente. Soy tan sólo un hombre con sotana», replicaba. Pero no era sólo eso. Era un buen hombre con sotana. Sin embargo, la fortuna de Antonio en la Villa Miseria fue doble. Años después, las cámaras siguieron a Bergoglio cuando lavaba los pies de 12 jóvenes. Antonio, de nuevo, fue el elegido. «La manera que tiene de saludar es especial, se acercaba y te daba un beso, con cariño, eso se nota. Con amor. Aunque para sacarle una sonrisa cuesta. Esta foto es en la única en que sonríe, que yo conozca. Los compañeros me decían: ''Alfonso, eres el único que le saca sonrisas a Bergoglio''...», comenta mientras sostiene su foto con Francisco. «El cardenal me preguntaba por la gente de los asentamientos, sobre cómo era el barrio. Cuando se fue a Roma se lo dije al padre Guillermo. Ya lo intuía. Cuando me enteré de la noticia, me entró un escalofrío y pensé: "Bautizado por un grande"».
- POBLACIÓN
Según el último censo, realizado en 2009, 26.403 personas viven en Villa 31.
- DENSIDAD
La densidad de población del barrio es casi seis veces superior a la media de la ciudad de Buenos Aires.
- VIVIENDAS
El barrio se compone de 7.950 casas, de las que un tercio no tiene agua potable.
- EDUCACIÓN
Sólo una de cada tres personas mayores de cinco años asiste a clase.
- ORIGEN
La mitad de los residentes son extranjeros y sólo un 29% son de Buenos Aires.
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