Francisco, nuevo Papa

«El verdadero poder es el servicio»

El Papa Francisco llega a la plaza de San Pedro
El Papa Francisco llega a la plaza de San Pedrolarazon

El pontificado del obispo de Roma número 266 de la historia de la Iglesia católica echó ayer andar de forma oficial con la solemne misa que Francisco presidió en la plaza de San Pedro ante más de 200.000 personas, entre las que había delegaciones de 132 países y organizaciones internacionales. También participaron en la ceremonia representantes de más de 30 comunidades cristianas y líderes judíos, musulmanes y de otras religiones.

Antes de la Eucaristía, el Papa rezó de rodillas ante la tumba del primero de sus antecesores, San Pedro, junto a diez patriarcas y arzobispos mayores de las Iglesias católicas orientales. Luego salió en procesión de la basílica de San Pedro para recibir los dos principales símbolos de su pontificado: el palio, la estola de lana blanca con cruces rojas que también utilizó Benedicto XVI, y el anillo del pescador. El palio se lo impuso el cardenal protodiácono, el francés Jean-Louis Tauran, que fue quien el pasado miércoles hizo el histórico anuncio «Habemus Papam». Quien le puso en el dedo anular el anillo del pescador fue el decano del Colegio Cardenalicio, el italiano Angelo Sodano.

Los fieles, llegados de todo el orbe católico, como podía verse por el arcoíris que formaban las decenas de banderas que ondeaban en el plaza, recibieron a Francisco con gran emoción, alegría y entusiasmo, sentimientos que el nuevo Papa está desbordando entre quienes lo han visto y escuchado en la semana que lleva en el pontificado. El obispo de Roma rompió el protocolo y, mientras recorría el entorno de San Pedro con un papamóvil descubierto antes de la ceremonia, pidió al conductor que se detuviese para besar a un discapacitado y a un bebé. Los peregrinos se arremolinaron a su alrededor gritando «¡Viva el Papa!» y blandiendo sus teléfonos móviles, tabletas y cámaras de fotos para llevarse un recuerdo del momento. Tampoco escatimó cariño el Pontífice con sus cardenales. Abrazó y besó a los seis purpurados que, en representación de todos los miembros del Colegio, le juraron obediencia y le mostraron su reconocimiento. Uno de ellos fue el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, quien se arrodilló ante él.

Francisco dedicó su homilía a hablar de San José, patrón de la Iglesia y de quien ayer se celebraba su festividad, y a explicar cómo debe ser su labor como sucesor de Pedro. «El verdadero poder es el servicio», dijo, subrayando que «también el Papa» tiene que tener un modelo en el marido de la Virgen para «abrir los brazos a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, a los más débiles, a los más pequeños».

Recordando que la «misión» que Dios había confiado a José era la de ser «custodio», invitó a todos los hombres y mujeres a que protejan «la creación» y a que sean heraldos de la confianza. Las personas estamos llamadas a cuidar «con amor lo que Dios nos ha dado»: la creación, los seres humanos, en especial «a los más pobres», y también a «nosotros mismos». Otra responsabilidad a la que tanto el Papa como todos estamos llamados es a «hacer brillar la estrella de la esperanza». «También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver esa luz». Para los cristianos, recordó, la esperanza tiene «el horizonte» y «está fundada sobre la roca» de Dios.

Ante los más de 50 jefes de Estado y de Gobierno que escucharon a pocos metros sus palabras, Francisco pidió por favor a quienes ocupan «puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social», así como a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que sean «custodios de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza». Invitó a que los seres humanos seamos «guardianes del otro» y «del medio ambiente», de manera que impidamos que los «signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro».

Para conseguir seguir los pasos de San José y ser custodios, es necesario rechazar «el odio, la envidia y la soberbia», que «ensucian la vida». Para ello hay que «vigilar sobre nuestros sentimientos», porque es de ellos de donde parten las intenciones «buenas y malas». «No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura», dijo el primer Papa latinoamericano, que ayer no improvisó durante su homilía, leyéndola íntegramente en italiano. Cuando habló de estos dos conceptos, le interrumpieron los aplausos que atronaron en la plaza de San Pedro. También hubo una ovación cuando, al principio de su homilía, recordó a su predecesor, Benedicto XVI, manifestando su cercanía a él, «llena de afecto y de reconocimiento».

Profundizando sobre la cuestión de la custodia, subrayó que esta no sólo atañe a los cristianos, sino a todas las personas. Este respeto a la «belleza de la creación» es un legado del libro del Génesis y también de San Francisco de Asís, de quien el Papa ha tomado el nombre para su pontificado. La custodia debe alcanzar todos los aspectos de la vida, propuso: a la gente, especialmente a los más débiles, a la familia, particularmente a los cónyuges y a los hijos, y también a las amistades, entre las que debe primar la sinceridad. «En el fondo todo está confiado a la custodia del hombre y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios».

La misa de ayer de inicio del ministerio petrino del nuevo obispo de Roma fue concelebrada por unas 180 personas. Además de Francisco y de los cardenales, tantos los que participaron en el cónclave como aquellos que tienen más de 80 personas, también concelebraron dos religiosos españoles: Adolfo Nicolás, Prepósito General de la Compañía de Jesús (jesuitas), la congregación a la que pertenece el Papa Bergoglio, y José Rodríguez Carballo, Ministro General de la Orden de los Frailes Menores (franciscanos) y presidente de la Unión de Superiores Generales.

Liturgia heredada, pero con mayor sencillez y brevedad

Aunque, en esencia, la misa con que inició su pontificado de forma oficial ayer Francisco fue litúrgicamente casi igual a la que presidió su antecesor, Benedicto XVI, en 2005, hubo algunas ligeras diferencias, que hicieron que la ceremonia resultara algo más breve. El Papa no quiso que hubiera una solemne procesión de ofrendas hacia el altar ni tampoco dio él la comunión. La proclamación del Evangelio, además, no se hizo en latín y en griego, como es habitual en estas misas solemnes, sino sólo en lengua griega. Fue un diácono de rito greco-católico el encargado de leer cantando la Palabra de Dios. En una muestra más de su sencillez, Francisco utilizó en la Eucaristía parlamentos religiosos muy sencillos. Su casulla blanca con ribetes dorados y mitra del mismo color evidenciaban la pobreza que quiere que marque a la comunidad cristiana y a su pontificado. El pasado sábado, en su encuentro con los periodistas, manifestó cuánto le gustaría una Iglesia «pobre y para los pobres», de hecho; poco se diferenciaba en su vestimenta de los purpurados.