Iglesia Católica

En el silencio de la oración

Su obra es el más precioso legado «a la esposa de Jesucristo», a la Iglesia de nuestro tiempo.

En el silencio de la oración
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Su obra es el más precioso legado «a la esposa de Jesucristo», a la Iglesia de nuestro tiempo.

Hoy, Domingo de Resurrección, S.S. Benedicto XVI, cumple noventa años. La coincidencia no puede ser más expresiva de lo que ha significado para la Iglesia la vida del Papa Emérito: ¡Un Maestro de la fe que ha sabido como pocos de los teólogos y de los grandes Papas contemporáneos (evoquemos la figura inigualable de San Juan Pablo II) proyectar su doctrina como la luz radiante del Cristo Resucitado, Salvador del hombre y Señor humilde de la historia.

Su servicio a la verdad del Evangelio desde sus primeros y jóvenes años de docencia en la Escuela Superior de Teología de Freising, la vieja capital de la Archidiócesis monacense, pasando por sus años de madurez intelectual y científica como Catedrático de Teología Fundamental en la Universidad de Bonn, de Teología Dogmática en las Universidades de Tubinga, de Münster y, finalmente, de Ratisbona, hasta su Ordenación Episcopal en la Catedral de Munich (la «Frauendom») –¡la Catedral de María!– fue excepcionalmente lúcido para toda una generación de jóvenes sacerdotes y universitarios, venidos de todas los rincones de Europa y América, que vivieron los años del inmediato Preconcilio, los de Concilio y, sobre todo, los del Postconcilio como un reto no sólo –ni quizá principalmente– para nuestra conciencia y concepción de la Iglesia, sino muy especialmente, como un verdadero desafío existencial para la misma vida de la fe.

En el trasfondo histórico-espiritual de aquel acontecimiento, tan sorprendentemente convocado por el Papa San Juan XXIII, se escondía un gran debate dentro y fuera de la Iglesia, el de la verdad de la fe en Jesucristo como la Buena Nueva también para el hombre tan atormentado y doliente de aquella primera mitad trágica del siglo XX ¿Quién de nosotros, los universitarios europeos de aquellos años sesenta del siglo pasado, inquietos interiormente y un tanto «anarquizantes» en nuestras líneas de conducta personal y social no había leído su «Introducción al Cristianismo» («Einführung in das Christentum») como verdadera liberación de muchas ataduras tanto teóricas como prácticas que obstaculizaban el Sí plenamente consciente y plenamente responsable ante la instancia de una razón seriamente crítica, en Jesucristo el Hijo de Dios vivo, crucificado, muerto y resucitado por la salvación del hombre: por nuestra salvación? Sus casi tres décadas de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, al lado de San Juan Pablo II, se resumieron «afinando» pastoralmente desde la perspectiva del Magisterio Pontificio su servicio a la verdad de la doctrina de la fe en el Misterio de Jesucristo, presente y operante por la Iglesia en el curso de la historia humana, con una siempre creciente sensibilidad para «el sitio en la vida» de los creyentes y no creyentes en las décadas del final histórico de la Europa y del mundo de la Postguerra, que se abría al Tercer Milenio del Cristianismo.

La Declaración «Dominus Iesus» en el centro del Jubileo del año 2000 ante el problema más grave de nuestro tiempo aclara y explica el sentido más profundo y más significativo de ese período del Magisterio de la Iglesia, tan trascendental para la transmisión de la fe a «los jóvenes del 2000» y de los nuevos «siglo» y «milenio», inmersos en una cultura de la increencia inédita desde tantos puntos de vista sociológicos y pedagógicos: ¡una increencia «globalizada», alimento de una ética relativista, formulada con tonos cada vez más excluyentes! Ya, elegido Sucesor de Pedro, con el nombre de Benedicto XVI explica su decisión de llamarse así, recurriendo a la máxima benedictina de que no hay nada que deba y pueda «anteponerse a Cristo» ¿Y cómo no recordar el texto tantas veces citado (y, no en último lugar, por el Papa Francisco) de su primera Encíclica «Deus Caritas Est»: «Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE, 1).

El conocimiento de Jesucristo, el amor a Jesucristo, la adhesión a su Evangelio vivida y celebrada en los Misterios de la Liturgia y en la vida personal constituyen la clave de comprensión y de valoración gozosa y agradecida de una biografía tan larga, densa y rica como la suya, que tuvo en Él, Jesús de Nazareth, su centro intelectual y existencial decisivo. Sí, a «Jesús de Nazareth» dedica el estudio en tres tomos de lo que representa su obra espiritual e intelectual cumbre (sin muchos parangones ni en el pasado ni en el presente de la Teología Católica) como su más precioso legado «a la esposa de Jesucristo», a la Iglesia de nuestro tiempo.

Es la biografía de una personalidad –¡de las más relevantes del pensamiento, de la cultura y, muy singularmente, de la Iglesia de nuestro tiempo!– transida de una humildad sencilla, oculta, auténtica, tantas veces desconocida. Tenía toda la razón cuando, recién elegido, se presentó al Pueblo de Dios como «humilde servidor en la viña del Señor». Podría preguntarse legítimamente por «la eficacia histórica» de la figura humana, espiritual y eclesial de Benedicto XVI, el Papa Emérito. La contestación la ofrece él mismo en su Encíclica última: «Caritas in Veritate», «la Caridad en la Verdad», Encíclica que afronta valiente y sabiamente los distintos aspectos de la crisis por la que atraviesan hoy las sociedades y los Estados. En una memorable audiencia especial que concedió el 4 de julio del año 2005, pocos meses después de su elección, en el Aula Pablo VI a los participantes en el III Sínodo Diocesano de la Archidiócesis de Madrid, convocado con el lema «alumbra la esperanza» nos decía: «A partir de la experiencia sinodal, habéis sido enviados para ‘‘dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista’’ (Lc. 4. 18). En una sociedad sedienta de auténticos valores humanos y que sufre tantas divisiones y fracturas la comunidad de los creyentes ha de ser portadora de la luz del Evangelio, con la certeza de que la caridad es, ante todo, comunicación de la verdad».

Noventa años cumple Benedicto XVI, el Papa Emérito, en el silencio de la oración, de la oración por la Iglesia, y en el cultivo de la amistad de fina factura eclesial y cristiana. Un don del Señor para su Iglesia, al que debemos corresponder con nuestro afecto agradecido y con nuestra oración por él.

La lectura de «sus Obras» en español se ha hecho más accesible que nunca por la edición de las mismas en la B.A.C. ¡Harán mucho bien a sus lectores!