La renuncia de Benedicto XVI

En Madrid se volcó

La Razón
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Una de las dudas que surgieron al conocerse la elección de Benedicto XVI como Papa se refirió a la Jornada Mundial de la Juventud, que tendría lugar escasamente cuatro meses después en su país natal, Alemania. Juan Pablo II se había despedido de la JMJ de Toronto, en el 2002, sin su tradicional grito; «¡nos vemos en Colonia!» Y había reconocido a sus allegados que la jornada canadiense sería su última JMJ.

Los periodistas que conocíamos al cardenal Ratzinger sabíamos que lo suyo no eran las masas ni las emociones, sino las clases y las discusiones eruditas entre gente tranquila. Nada que ver con el ambiente multitudinario de las jornadas mundiales, donde se «experimentan» muchas emociones pero se discurre poco o casi nada.

A los pocos días de su elección, Benedicto XVI confirmó que asistiría a Colonia. Y allí se operó una transformación sorprendente: el hombre tímido que huía, literalmente, de las muchedumbres, se quedó encandilado con esa experiencia. Y a partir de entonces, en todos los viajes pidió tener un encuentro con los jóvenes. Se notaba que seguía sufriendo con algunas de las características de esos eventos: con la música moderna a todo volumen, con los gritos de jóvenes llenos de entusiasmo, con el modo de vestir propio de un peregrino sin ducharse bajo el sol tórrido del verano.

Pero quizá Benedicto XVI pasará a la historia de los jóvenes por la JMJ de Madrid. Sus fuerzas físicas y su estado de salud no eran tan buenos como en Colonia en 2005 ni como en Sydney en 2008. Pero aquí, en Madrid, se volcó de una manera extraordinaria. Su agenda de encuentros estuvo repleta a más no poder, y sobre todo, la acogida que le dieron los numerosísimos jóvenes de todo el mundo consiguió emocionarle.

Tan fuerte fue la impresión de Madrid, del calor humano y de la devoción de los participantes en la JMJ (quizá la jornada con mayor contenido religioso y menos «festivalera») que, cuando al llegar al final del año tuvo que resumir los principales hitos del 2011, dedicó a la JMJ la práctica totalidad de su discurso.

Benedicto XVI pasará a la historia por haber sido un Papa que, a pesar de que sus inclinaciones personales estaban en las antípodas de su antecesor, Juan Pablo II, supo descubrir en las JMJ algo que iba más allá de una moda pasajera, y la convirtió en uno de los ejes de su pontificado.