Roma

Haciendo memoria

La Razón
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«No debemos comer el pan de la memoria para que el tiempo no nos ahonde en el olvido», escribe uno de nuestros poetas. En el Año Santo Compostelano 2010 llegaba a Santiago el Papa Benedicto XVI, como peregrino de la fe y testigo de Cristo resucitado. Nos dejaba su testimonio con la luz de su palabra y con la bondad de su caridad pastoral. En la Audiencia del miércoles siguiente en Roma, decía: «Me dirigí allí para confirmar en la fe a mis hermanos (cfr Lc 22,32); lo hice como testigo de Cristo resucitado, como sembrador de la esperanza que no desilusiona y no engaña, porque tiene su origen en el amor infinito de Dios por todos los hombres».

Entonces le manifestamos con afecto y entusiasmo que la pequeña barca de Santiago está al lado de la gran barca de Pedro, siempre atenta a las indicaciones del Sucesor de Pedro en nuestro peregrinar eclesial. El Papa vivió con emoción el tradicional abrazo al Apóstol refiriendo «cómo este gesto de acogida y amistad es también un modo de expresar la adhesión a su palabra y la participación en su misión». Una misión que conlleva la fidelidad al Evangelio que los Apóstoles nos transmitieron y el compromiso de anunciarlo con la palabra y el testimonio de la vida. Ese día Compostela alcanzó o revalidó la dimensión de la universalidad que le otorgó la presencia del Papa.

Podemos decir que Benedicto XVI «en poco tiempo ha hecho mucho». Ha dejado una impronta en el ministerio petrino caracterizada por su cercanía, su calidad humana, su finura espiritual, su profundidad intelectual y su generosidad pastoral vivida incondicionalmente. Tuvo muy presente el Sucesor de Pedro que Compostela es una referencia para Europa, recordando que «es precisamente la fe en Cristo la que da sentido a Compostela, un lugar espiritualmente extraordinario, que sigue siendo punto de referencia para la Europa de hoy en sus nuevas configuraciones y perspectivas. Conservar y reforzar la apertura a lo trascendente, así como un diálogo fecundo entre fe y razón, entre política y religión, entre economía y ética, permitirá construir una Europa que, fiel a sus imprescindibles raíces cristianas, pueda responder plenamente a su propia vocación y misión en el mundo».

Acojamos y vivamos el mensaje del Papa, viviendo iluminados por la verdad de Cristo, y confesando la fe con alegría, coherencia y sencillez, en casa, en el trabajo y en el compromiso como ciudadanos. Inmersos como estamos en el Año de la Fe, tan querido por Benedicto XVI, este momento excepcional es una magnífica ocasión para confiarnos a la guía del Espíritu Santo y a la intercesión de María, Madre de la Iglesia.

¡Gracias, Santo Padre!