Catolicismo

«La guerra no tiene futuro»

Francisco y representantes de las principales confesiones religiosas hicieron un llamamiento para «saciar la sed de paz».

Francisco abraza al patriarca ortodoxo ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, antes del almuerzo
Francisco abraza al patriarca ortodoxo ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, antes del almuerzolarazon

Francisco y representantes de las principales confesiones religiosas hicieron un llamamiento para «saciar la sed de paz».

Treinta años después de que Juan Pablo II celebrase una histórica Jornada por la Paz en Asís, la ciudad en la que nació y creció san Francisco, el Papa argentino que lleva su nombre regresó para hacer un llamamiento de paz y condenar toda forma de violencia, aunque se centró en la que azota Oriente Medio. Francisco dejó en la mañana de ayer el Vaticano y llegó a la pequeña ciudad, donde estuvo acompañado por representantes de las principales confesiones religiosas del mundo: islam, judaísmo, ortodoxos, protestantismo y budismo.

Su primera gran cita fue el almuerzo con 25 refugiados procedentes de Siria, Afganistán, Mali, Nigeria y Pakistán, en el refectorio del convento de San Francisco de Asís, antes de la ceremonia conclusiva que llevó por lema «Sed de paz». El primer discurso de Francisco tuvo lugar en la basílica inferior de Asís, donde afirmó «estamos llamados a ser ‘‘árboles de vida’’, que absorben la contaminación de la indiferencia y restituyen al mundo el oxígeno del amor».

Además del Pontífice, diferentes representantes religiosos intervinieron. El primero en hacerlo fue el arzobispo anglicano de Canterbury, Justin Welby, quien reflexionó sobre la «confianza en que la misericordia de Cristo es suficiente, que cuando escuchamos somos nutridos». «Necesitamos que se nos recuerde nuestra pobreza y que tenemos sed de la misericordia del Señor», dijo. «Cuando recibimos misericordia y paz, nos convertimos en portadores de misericordia y paz, para llevarla a través de Cristo a todos los hombres», agregó.

Después, el patriarca ortodoxo ecuménico de Constantinopla meditó sobre la lectura del Apocalipsis y afirmó que «la salvación no se ha anunciado como un evento, sino como una persona de la que se debe hacer experiencia y amar el sol de justicia, Cristo Dios nuestro». Francisco en su meditación hizo referencia a que, «ante Cristo crucificado, ‘‘fuerza de Dios y sabiduría de Dios’’, nosotros los cristianos estamos llamados a contemplar el misterio del Amor no amado, y a derramar misericordia sobre el mundo».

El Papa recordó el ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta, canonizada hace apenas unos días en Roma. «Podemos escuchar la voz de los que sufren, el grito escondido de los pequeños inocentes a quienes se les ha negado la luz de este mundo, la súplica angustiada de los pobres y de los más necesitados de paz». Todos ellos –continuó– «imploran la paz las víctimas de las guerras, las cuales contaminan los pueblos con el odio y la Tierra con las armas; imploran la paz nuestros hermanos y hermanas que viven bajo la amenaza de los bombardeos o son obligados a dejar su casa y a emigrar hacia lo desconocido, despojados de todo». Sin embargo, encuentran «demasiadas veces el silencio ensordecedor de la indiferencia, el egoísmo de quien está harto, la frialdad de quien apaga su grito de ayuda con la misma facilidad con la que se cambia de canal en televisión».

Tras la meditación del Papa, se hizo una petición por la paz y el cese de la guerra y de los conflictos en diversos países del mundo y se encendió una vela por cada uno de los lugares que se mencionaron, entre ellos Colombia, Burundi, Libia y México.

También se pidió por el fin del terrorismo en Nigeria y Pakistán, por la paz en Siria, Somalia, Sudán del Sur y Ucrania, por el fin de las tensiones en Venezuela, por la paz en Yemen, así como por el fin de la violencia en Tierra Santa y «por todas las otras tierras contaminadas por el virus del odio y del conflicto».

El encuentro conclusivo de la Jornada de Oración se celebró en la plaza San Francisco de Asís, en la que el Papa se mostró contundente y volvió a clamar contra la guerra. «No queremos que estas tragedias caigan en el olvido». «Juntos deseamos dar voz a los que sufren, a los que no tienen voz y no son escuchados. Ellos saben bien, a menudo mejor que los poderosos, que no hay futuro en la guerra y que la violencia de las armas destruye la alegría de la vida», dijo durante su discurso.

El Pontífice también subrayó que «nosotros no tenemos armas», sin embargo, «creemos en la fuerza mansa y humilde de la oración». «En esta jornada, la sed de paz se ha transformado en una invocación a Dios, para que cesen las guerras, el terrorismo y la violencia», añadió.

Al inicio de su discurso, el Santo Padre explicó que «hemos venido a Asís como peregrinos en busca de paz. Llevamos dentro de nosotros y ponemos ante Dios las esperanzas y las angustias de muchos pueblos y personas». «Tenemos sed de paz, queremos ser testigos de la paz, tenemos sobre todo necesidad de orar por la paz, porque la paz es un don de Dios y a nosotros nos corresponde invocarla, acogerla y construirla cada día con su ayuda», afirmó.

Por otro lado, denunció con fuerza la «enfermedad de la indiferencia». A este respecto, señaló que Dios pide «trabajar por la paz», y lo hace «exhortándonos a afrontar la gran enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia». «Es un virus que paraliza, que vuelve inertes e insensibles, una enfermedad que ataca el centro mismo de la religiosidad, provocando un nuevo y triste paganismo: el paganismo de la indiferencia».

«No podemos permanecer indiferentes», continuó. «Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se sufre por las guerras, con frecuencia olvidadas, pero que son siempre causa de sufrimiento y de pobreza». Sobre las diferencias entre las religiones, el Papa afirmó que «la diferencia no es para nosotros motivo de conflicto, de polémica o de frío desapego». Por eso, «hoy no hemos orado los unos contra los otros, como por desgracia ha sucedido algunas veces en la historia». «No nos cansamos de repetir que nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa y no la guerra», dijo para añadir después: «La oración y la voluntad de colaborar nos comprometen a buscar una paz verdadera, no ilusoria».

La ceremonia terminó cuando los representantes de las distintas confesiones religiosas entregaron un «llamamiento» de paz a las próximas generaciones, un grupo de niños que subió hasta el estrado principal para coger con sus manos un pergamino cerrado con una rama de olivo como símbolo de la paz. Luego se lo entregaron a los embajadores y representantes políticos de diversos países presentes y se firmó un manifiesto de paz haciendo referencia a los principales conflictos, así como a los recientes ataques terroristas en Francia, al tiempo que encendieron grandes candelabros.