Iglesia Católica

La humildad de una verdadera sabiduría

La humildad de una verdadera sabiduría
La humildad de una verdadera sabiduríalarazon

Durante estos años me ha gustado definir a Benedicto XVI como Papa luminoso y sereno, apacible y firme. En la hora de su despedida, estos cuatro adjetivos recobran, a mi juicio, plena vigencia. Ha sido el Papa de la palabra. Ha sido y sigue siendo una delicia y una auténtica escuela y fuente de enriquecimiento y hasta de formación permanente leerle y reflexionar sobre sus palabras y pensamientos. Teólogo y catequeta excepcional, Benedicto XVI ha dado lo mejor de sí mismo en el ejercicio de su magisterio, en admirable fidelidad creativa con el Magisterio de la Iglesia. Además, ha corroborado su magisterio no sólo con su indiscutible valía intelectual –propias de un auténtico sabio–, sino también con su talante personal y creyente profundamente religioso, humano y humilde. Humilde, sí, porque la humildad de Benedicto XVI ha sido uno de sus grandes dones y virtudes. Y apacible y firme. El Papa sabio y humilde que ha sido –me cuesta hablar ya en pasado al referirme a él...–, Benedicto XVI ha sobresalido igualmente por su hondura y afabilidad humana, por su indudable apacibilidad. Hombre y creyente, pues, de paz, de encuentro, de comunión, de diálogo, quienes lo han tratado personalmente han destacado siempre la suma delicadeza de su trato, su capacidad de escucha y el don de la acogida. Papa firme en tiempos de turbulencias –¡y tantas y tan lamentables como los casos de pederastia, el «Vatileaks», polémicas innecesarias como las airadas reacciones tras el discurso de Ratisbona y otras más!­­–, Benedicto XVI ha mantenido firmes el pulso y el ritmo de la nave de Pedro. Ha sido valiente, sincero, honesto, claro, audaz. Ha sido en medio de tantas «noches oscuras» testigo de luz y de esperanza. Y, en todos los cargos y servicios en que lo ha ido situando la Providencia, ha custodiado, defendido y difundido la fe católica, la fe de la Iglesia, con toda su sabiduría, con todas sus fuerzas, con toda su apacible y firme –valga la redundancia– firmeza y con todo el sentido y la conciencia de la responsabilidad. Por todo ello, en esta hora del adiós, ¡gracias, Santo Padre Benedicto XVI, muchas gracias! Y es que hemos estado, sí, en buenas manos con Benedicto XVI. Y seguro que el buen Dios nos deparará pronto otro pastor bueno según su corazón.