Religion

«La noche oscura» del brazo derecho de Kiko Argüello

Las memorias desconocidas de la evangelizadora Carmen Hernández, fallecida hace un año, salen a la luz

Pablo VI conversando con las dos almas del Camino Neocatecumenal
Pablo VI conversando con las dos almas del Camino Neocatecumenallarazon

Las memorias desconocidas de la evangelizadora Carmen Hernández, fallecida hace un año, salen a la luz

Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero hay excepciones que confirman la regla, como «Diarios 1979-1981», el libro que recoge las memorias de Carmen Hernández, fundadora del Camino Neocatecumenal junto al también español Kiko Argüello. Hernández, mujer de garra que decidió dejar los negocios de su familia y su exitosa carrera de químicas por anunciar el Evangelio, ha sido la fiel acompañante de Argüello durante casi 60 años. Juntos han configurado un carisma eclesial revolucionario que se ha extendido en todo el mundo, mostrando una vitalidad que parece inextinguible.

Un año después de su muerte –a los 90 años–, sale a la luz una pequeña parte de sus memorias, las de 1979 a 1981. «Doy gracias al Señor por el testimonio de esta mujer, animada por un sincero amor a la Iglesia, que ha gastado su vida en el anuncio de la Buena Noticia en cada lugar, también aquellos más alejados, no olvidando a las personas más marginadas», escribió el Papa Francisco en julio del año pasado. Menos tiempo hace desde que el iniciador del Camino publicase en octubre «Anotaciones», un conjunto de pensamientos, reflexiones y anécdotas de casi 30 años que reflejan también los sufrimientos y alegrías de su vida, unida a la fundación de este Camino.

Pero ahora es Carmen la que, a través de sus memorias, desnuda su corazón y permite que el lector se acerque a sus dificultades y consuelos. Algo que cobra aún más relevancia al tener en cuenta que pocas veces habló en público de su vida privada, ni concedió entrevistas. Esquiva como ella sola, hacía gala de un extraordinario sentido de la libertad y lo mismo le daba tener delante a un cardenal que al mismo Papa: decía lo que tenía que decir sin pelos en la lengua. Y con ese particular carácter fue tan querida por Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y el mismo Francisco.

«Cincuenta años sin parar un instante (...) pienso que tenéis derecho a conocer el corazón de Carmen», escribe en el libro Kiko a modo de introducción. «Parece que el Señor Jesús le cerró todas las puertas a través de un sufrimiento intenso, para que se uniera a Él, a Él solo; de ahí la libertad extrema de Carmen. Nada le interesaba del mundo, solo el amor a Cristo».

Un aspecto que también destaca el cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, al afirmar en el prólogo que «los Diarios de Carmen manifiestan el trabajo exterior y el sufrimiento interior; pruebas por dentro y contrariedades por fuera». Y parte de este dolor era el de su misión como «itinerante», que conlleva el «ir de un lugar a otro, sin poseer residencia fija, con el último propósito llevar adelante esta obra evangelizadora».

En los apuntes de esta soriana se observa cómo atravesó su particular «noche oscura», al igual que Santa Teresa de Ávila o la Madre Teresa de Calcuta, que dudaron en algún momento de la existencia de Dios y del significado de su misión. «Cuando todo se desvanece en nada y la noche en oscuridad, come el alma en la nada. Señor, ¿dónde?, ¿cómo?, ¿quién eres? (...). El dolor me come la vida, mata toda posibilidad y acusa todo presente. Acusador implacable, terrible, demoledor». «Todo el día triste, triste, triste, cabizbaja, triste, sin horizonte y sin energía, sin fuerzas, en la nada. ¿Qué podría yo desear? Solo Tú presencia Señor», escribió en enero de 1981. «Tú no estás Jesús mío. Marcho contrarreloj. Esta psique tenebrosa, quejumbrosa, que amarga. No sé vivir. Ten compasión de mí. Me debato en una tragedia existencial», escribirá pocos meses después.

Sin embargo, ante esta situación su respuesta siempre fue la misma: implorar ayuda a Dios que, en ocasiones, le da un respiro a su sufrimiento: «Jesús mío, te amo, no me abandones; ven y ayúdame». «Ven, ven, amor de mi juventud y de mi esperanza. Infúndeme energía, que me desplomo en la nada». «Jesús mío, cuando vienes ya no necesito escribir lamentaciones, quejidos», «fuerza mía, gracias, me confortas en lo profundo. Siento libertad». En definitiva, un documento que revela el alma de una de las grandes figuras de la Iglesia contemporánea.