Videos
«Lo de menos es la bandera»
El silencio, absoluto. Tras los gritos por ver la fumata blanca que tan sólo por unos segundos fue negra. Tras abrirse la puerta del balcón central. Con la alegría por escuchar el nombre del elegido.
El silencio, absoluto. Después de los gritos por ver la fumata blanca que tan sólo por unos segundos fue negra. Tras abrirse la puerta del balcón central. Con la alegría por escuchar el nombre del cardenal elegido. El Papa Francisco pide a quienes están esperándole en San Pedro que sean ellos quienes recen por él, antes de hacerlo él. Y cada uno de los presentes lo hacen. Las misioneras de la Caridad –sí, las de Teresa de Calcuta– interrumpen su rosario para bendecir, que no es otra cosa que «decir bien» de alguien. Esa pausa de las palabras no es solemnidad. Suena y se siente como cercanía. La que describen los pocos argentinos desplazados a la plaza. Uno da fe de que en el momento en el que el protodiácono pronunció «Jorge Mario», Francesca fue la primera en saltar en la plaza: «¡Es el nuestro! ¡Es el nuestro!». Alrededor la miraban extrañados. Pero tenía razón. Su cardenal es ahora el Papa de todos. Conoce de primera mano a Bergoglio, hasta tal punto que va explicando cada uno de sus gestos. «Son nuevos para la Iglesia en Roma, pero son cada uno de los detalles que cuida en la diócesis». Ese gesto de inclinarse ante el pueblo de Dios. Su sencillez en las palabras. La alegría del «Bona Sera» y el buen humor de su referencia sobre el fin del mundo. Todo lleva su sello. «¡Es un santo! ¡Viva Argentina!», sentencian Verónica y Josefina. Y se refieren a él como un hombre con el alma puesta en Dios, pero con los pies en la tierra. Tanto le conocen, que no dudan en adelantarse a su rezo mariano. «Es muy devoto de María, siempre se encomienda a ella».
Ellas tres lo exteriorizan. A Nicolás y Griselda se les humedecen los ojos. Sonríen. Como quien tiene una relación de amistad. Lo cierto es que la tienen. Les casó el nuevo Papa y decidieron acompañarle durante las congregaciones. «Es una persona serenísima, dulce, siempre nos pide que recemos por él», acierta en relatar Nicolas que fue alumno suyo. Vuelve al silencio. El de la admiración, el de la confianza en aquel que toma el timón de la barca de Pedro. Una nueva luz en la oscuridad de la noche romana.
«América Latina tiene un gran fuerza de evangelización y el contar con un Papa que viene del continente va a hacer que este impulso sea aún mayor», explica la hermana María, de las misioneras cristianas de la Caridad que agita su bandera uruguaya emocionada. La explosión de fe de esta religiosa es la que vivía toda la plaza cuando las campanas comenzaron a repicar. Los paraguas habían tejido una alfombra en la que era complicado mojarse. Aun así la toca de la madre Alessandra está empapada. Pero no le importa. Porque ha acertado en la quiniela. No porque diera el nombre del elegido. «He rezado para que el Espíritu Santo nos brindara un Papa cercano, capaz de enfrentarse a los desafíos que se le presentan a la Iglesia», relata esta misionera. «Una elección como esta refleja la universalidad de la Iglesia, que no entiende de fronteras, que sorprende, que está viva» añade Jesús, de Perú.
«Lo de menos es la bandera. Le sentimos como si fuera español, compartimos la lengua. Pero lo más importante, compartimos a Jesús», explican Lola y Carolina, que dicen haber visto algo tímido al nuevo Papa: «Seguro que en un par de días, se moverá con soltura». Salvador, sacerdote de Toledo, sabe que no le hace falta más experiencia: «América tiene mucho que decirnos a Europa. Nosotros estamos acostumbrados a tener el acceso a la Iglesia en la puerta de casa. América Latina es el reflejo de cómo trabajarse la fe en el día a día, es el caso de las comunidades que tienen que andar todo el día sólo para participar en la eucaristía. También abre la puerta a todos aquellos cristianos de otros continentes perseguidos por el mero hecho de creer en Cristo», explica este joven que resume los retos del Pontífice en un titular: «Un argentino llamado a abrir nuevos caminos». Esos entre los que resultaba complicado hacerse paso anoche, cuando el nuevo Papa daba las buenas noches a todos. Y cada uno. A los pocos minutos, en algunos rincones de la columnata llega el silencio. Ya no de espera. Sino de oración. De acción de gracias. De buenas noches.
✕
Accede a tu cuenta para comentar