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JMJ de Río

Los niños y los abuelos, el futuro de los pueblos

El papa Francisco habla en la plaza San Joaquín en Río de Janeiro (Brasil)
El papa Francisco habla en la plaza San Joaquín en Río de Janeiro (Brasil)larazon

«Soy Jorge Bergoglio, cura. Es que me gusta ser cura». Cuando Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti le preguntaron que cómo se presentaría ante un grupo que no le conocía, el entonces arzobispo de Buenos Aires les respondió con estas palabras, que pueden leerse en el libro entrevista «El Jesuita». Aunque desde hace cuatro meses sea Obispo de Roma y uno de los personajes más influyentes del mundo, Bergoglio continúa siendo el párroco al que le apasiona el contacto directo con los fieles. Según comentó hace unas semanas en Roma, una de las cosas que más echaba de menos desde que fue elegido como sucesor de Benedicto XVI es que no podía sentarse en un confesionario para escuchar los pecados de los feligreses y administrarles el sacramento de la penitencia.

Ayer Francisco se quitó esta espinita confesando durante 25 minutos a tres muchachos y dos chicas en el parque Quinta da Boa Vista de Río de Janeiro, donde se han levantado 50 confesionarios diseñados por el arquitecto español Ignacio Íñiguez de Onzoño. Están a disposición de los peregrinos que participan en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), siguiendo el ejemplo de la edición anterior de esta multitudinaria fiesta de la fe, celebrada en 2011 en Madrid, en la que tuvieron una estupenda aceptación entre los jóvenes.

Tras las confesiones, Francisco recorrió las calles de Río de Janeiro, atestadas de fieles, para dirigirse al palacio arzobispal de San Joaquín, donde dirigió el rezo del Ángelus desde el balcón principal del edificio. Ante decenas de miles de peregrinos, que le aclamaron gritando «¡Esta es la juventud del Papa!», el lema que tanto sonó en Madrid, el Pontífice destacó el valor de la familia como «lugar privilegiado para transmitir la fe». Al hablar de la institución familiar, recordó que ayer se celebraba en muchos países católicos la fiesta de los abuelos, en memoria de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la virgen María. Dijo que estos dos santos «forman parte de esa larga cadena que ha transmitido el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María, que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos lo ha dado a nosotros».

Como ya hizo en el vuelo que le llevó a la ciudad carioca desde Roma y en su encuentro del jueves con los peregrinos argentinos, el Papa destacó en su quinto día en Brasil la importancia de los abuelos en la vida de la familia, particularmente para «comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad». «Qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional, sobre todo dentro de la familia», destacó.

Se acordó entonces Francisco del Documento de Aparecida, el texto de 2007 que relanzó la misión en América Latina y en cuya redacción tuvo un papel destacado como arzobispo de Buenos Aires. «Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de la vida», comentó, citando el Documento de Aparecida. Calificó este «diálogo entre generaciones» de «tesoro» y deseó que se «preserve y alimente», invitando a los jóvenes que participan estos días en la JMJ a que saluden a los abuelos y les den las gracias por «el testimonio de sabiduría que nos ofrecen continuamente».

Según explicó el director de la sala de prensa de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, Francisco también centró su homilía en la misa privada que celebró a primera hora de la mañana en la residencia de Sumaré, donde está hospedado, al papel de los abuelos en la familia.