La sucesión de Benedicto XVI
Menor de 70 años, buena salud y testigo de la fe
Ratzinger no hablará con los purpurados ni participará en ninguna sesión del cónclave, que estará marcado por el síndrome de la silla vacía
Contaba la semana pasada el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura y uno de los fijos en las quinielas de los «papables», que cuando celebra la Navidad con su familia siempre dejan en la mesa donde cenan dos sillas de más. Se quedan ahí, vacías, en recuerdo de sus padres, ya fallecidos. Es lo que algunos llaman el «síndrome de la silla vacía». El cónclave del que saldrá elegido el próximo Papa no será ajeno a este sentimiento.
Pese a que no ha sido la muerte la que ha acabado con su pontificado sino él mismo, por su voluntad de no seguir con un peso que su cuerpo ya no le permite sostener, Benedicto XVI estará muy presente en las mentes y los corazones de todos los cardenales. Estará ya retirado y dedicado a la oración, no hablará con los purpurados ni participará en sesión alguna del cónclave, pero el legado de su pontificado y la forma tan excepcional de acabar con él influirán, a buen seguro, en el proceso de elección de su sucesor.
El Pontífice número 266 de la historia de la Iglesia católica será probablemente joven, al menos para los estándares cardenalicios. Tras los casi ocho años de Ratzinger como obispo de Roma, un periodo relativamente corto, se espera que el elegido no esté muy por encima de los 70 años, lo que en principio garantizaría un pontificado largo. Se cumplirían así las últimas palabras que pronunció el Santo Padre ante los cardenales: «Es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu».
También puede resultar significativo que goce de buena salud. De esta manera la inestabilidad que genera el periodo de sede vacante y la enfermedad de un Papa quedaría postergada a un futuro lo más lejano posible.
Los cardenales «electores», es decir, aquellos que tienen menos de 80 años y por ello pueden votar al próximo obispo de Roma, tendrán en la mente el momento de la Iglesia en que se celebra el cónclave.
Benedicto XVI abandona el timón de la barca de Pedro dejando una marcha puesta: en 2013 se celebra el Año de la Fe y el 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, en el que él participó. Los «electores» no serán ajenos a este hecho: quien elijan será un testigo de la fe. Tal vez el mayor empeño del Papa Ratzinger ha sido intentar volver a poner a Dios en el centro de la sociedad contemporánea. Su sucesor continuará esa línea.
Para ello se antoja imprescindible que cuente con experiencia en la nueva evangelización. Esta iniciativa, iniciada por Juan Pablo II e impulsada por Benedicto XVI, pretende actualizar la forma de comunicar el Evangelio para que resulte atractivo al hombre de hoy. Va especialmente dirigida a los países de antigua tradición cristiana que se olvidaron de su fe. El objetivo es, por tanto, el Occidente en proceso de descristianización.
Equilibrios geopolíticos
Resulta paradójico que hayan nacido en Asia, América o África algunos de los «papables» que parecen mejor preparados para que Europa redescubra su identidad cristiana. Aunque pocos cardenales reconozcan que se mira el lugar de nacimiento de los aspirantes al papado, en el cónclave entran en juego equilibrios geopolíticos que pueden vetar o impulsar a algunos candidatos. «Nunca será elegido un Papa del Imperio», me decía con retranca recientemente el cardenal Sean Patrick O'Malley, arzobispo de Boston. Esta regla no escrita le cierra las puertas al presidente del episcopado estadounidense, el brillante y apasionado cardenal Timothy Dolan, pero se las abre a otros de los «papables» de peso, como el canadiense Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos.
Una parte importante de la Iglesia y del Colegio Cardenalicio considera que ha llegado la hora de elegir un Papa que no haya nacido en Europa. El hecho de que la comunidad cristiana esté en retirada en el Viejo Continente y en pujanza en zonas como África y Asia respalda esta tesis, que además haría justicia a la vocación universal del catolicismo.
Contra este movimiento podrían situarse los purpurados italianos, quienes son mayoría en el Colegio Cardenalicio. Tras un Papa polaco y uno alemán, están deseosos de tener a uno de los suyos en el solio pontificio. La opción italiana cuenta con un candidato de peso, el arzobispo de Milán, Angelo Scola, quien reúne muchas de las características que se le piden al próximo sucesor de Pedro. Otros dos cardenales italianos con vitola de «papables» son el citado Ravasi y el presidente del episcopado de este país, Angelo Bagnasco. Benedicto XVI, que a partir del 28 de febrero habrá renunciado a ese nombre y volverá a ser Joseph Ratzinger, seguirá todo el proceso desde el convento vaticano, donde se recluirá.
El obispo de Roma emérito, como se le conocerá tras su renuncia, rezará para que el Espíritu Santo guíe bien a los cardenales y haga que no sufran en demasía el síndrome de la silla vacía.
Ouellet y Turkson, favoritos en las casas de apuestas
Futbol, baloncesto, carreras de caballos, hockey... y la sucesión de Benedicto XVI. Apenas anunciarse la renuncia del Santo Padre, las casas de apuestas –sobre todo las británicas– no se lo pensaron dos veces a la hora de organizar pujas entre la terna de sucesores del Pontífice. Y a tenor de los datos, los apostantes tienen claro cuáles son los favoritos a convertise en el Papa número 266. La casa William Hill apunta a que el favorito de los británicos es el cardenal ghanés Peter Turkson, cuyas apuestas se pagan 3 a 1 a su favor, seguido del canadiense Marc Ouellet, con 7 a 2, y el nigeriano Francis Arinze, con 4 a 1. Mientras, la casa Paddy Power situa primero a Ouellet –5 a 2– seguido de Tukson –7 a 2– y el arzobispo Angelo Scola –7 a 2–. Llama la atención que uno de los candidatos en los que más depositan la confianza los apostantes es el cardenal Tarcisio Bertone, que se sitúa 11 a 2. Según William Hill, los jugadores apuestan a que el próximo Papa será italiano o africano, pagándose entre 7 a 4 y 15 a 8.
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