Restringido
¿Se puede medir la santidad?
A menudo escucho música clásica cuando me adentro en el proceso creador de mis proyectos de arquitectura y ahora que escribo sobre otro tema intangible, pienso que las Variaciones Goldberg podrán ayudarme a encontrar las palabras físicas –tecleadas– que tocan temas del espíritu.
¿Se puede medir la santidad? La pregunta me da vértigo. ¿Se pueden valorar las intenciones últimas del corazón de una persona? En definitiva, ¿se puede medir el amor? Me viene a la memoria la frase: «Ni ojo vio ni oído oyó» con la que Pablo de Tarso quiso explicar cómo era el Cielo. Ni el apóstol de las gentes tuvo una respuesta concreta al tema, por lo que me veo excusada si no respondo con precisión a este reto. Aunque también es verdad que el español Juan de la Cruz da una pista sobre la posibilidad de contabilizar el asunto que nos ocupa al decir: «Al atardecer te examinarán en el amor». Un examen, un cómputo de las obras y del grado de amor con el que fueron hechas.
Contar la vida y las obras de Álvaro del Portillo a través de una exposición itinerante con motivo de su beatificación el próximo 27 de septiembre en Madrid se convirtió, hace ahora un año, en uno de los encargos más difíciles de mi carrera profesional. Se pretendía sacar a la luz a un personaje que siempre quiso permanecer en la sombra, el hijo más fiel de San Josemaría como tantas veces le han definido. ¿Cómo explicar los porqués de ser elegido como el próximo modelo de santidad que propone la Iglesia católica? ¿Qué quiere decir santidad para un hombre de hoy? ¿Cómo llegar a comunicarlo a todos los públicos? La propuesta fue hacerlo a través de datos, que son un lenguaje universal cercano al hombre contemporáneo, acostumbrado a poder contar, medir y pesar las cosas. La exposición «Un santo en datos» muestra a través de infografías, estadísticas, tablas o nubes de tags los datos numéricos de una vida para hacer palpable lo que sólo tiene raíz espiritual y puede medir Dios: la santidad. Lo acompaña una puesta en escena sugerente y dinámica a través de grandes semicilindros retroiluminados de gran fuerza expresiva que ocupan y cambian la percepción espacial de los lugares por los que ha pasado. Este contenedor no hace más que reforzar el atractivo del contenido de la muestra, el atractivo de una vida de entrega a los demás, el atractivo de la santidad, que puede resumirse con la última frase que despide al visitante de la exposición: «¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El amor, enamórate y no le dejarás».
Personalmente esta exposición me ha hecho pensar mucho en lo necesario que son la profundidad y el compromiso: no valen sólo las palabras, valen los hechos. Y me ha resultado muy significativo descubrir que Álvaro del Portillo alentó multitud de obras sociales por todo el mundo en el campo de la mujer, la infancia y juventud, la educación, la ciencia, la salud y la pobreza, de las que se benefician millares de personas cada día, o saber que en las facultades eclesiásticas que impulsó se han formado más de 40.000 alumnos o que recorrió en un solo año 61.077 kilómetros en viajes pastorales. Son parte de los datos, del rastro de una vida cuyo motor fue el amor a Dios y a los demás.
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