Oración

La hora de las horas

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

La hora de las horas
Vencer al tentador La Razón

Meditación para el Jueves Santo

Dedicar parte de la noche a orar es mucho más que sacar un rato para Dios cuando el día no nos dio para hacerlo. Es ofrecerle y ofrecernos un tiempo fuera del tiempo, que puede ser el más valioso de nuestra jornada. Porque consagrando esos momentos ejercemos un acto de la más pura fe, ya que humanamente no tendría ningún sentido acortar las horas de sueño, si no fuera por la confianza cierta de estar comunicándonos con quien más importa. Y es que cuando ya no damos la prioridad sólo a lo urgente se nos abre una ventana hacia lo eterno, que es lo verdaderamente importante. Son además las horas en que no pretendemos guardar ninguna apariencia y quedamos al descubierto ante el único que ve límpidamente nuestra intimidad, es decir, nuestra verdad. Por eso supone verdadera valentía y humildad, virtudes que tanto nos asemejan a Cristo. No por casualidad toda la historia de la fe, desde Abrahán hasta el Apocalipsis, está atravesada por las intervenciones de Dios en las noches de quienes se han abierto al diálogo con Él.

Pero en particular las noches de la Semana Santa nos brindan una ocasión única para adentrarnos en el misterio de la comunicación de Dios y con Él. Comunicación de Dios porque estas noches nos acercan al qué y cómo Cristo habría dialogado con el Padre en sus últimas vigilias. Él sabía que había venido a esta tierra como el Cordero que sería inmolado para quitar el pecado del mundo (Juan 1, 29-34). Cordero prefigurado en el que las familias hebreas ofrecieron el plenilunio del mes de Nisán, cuando fueron liberados de su esclavitud en Egipto. Mes cuyo nombre significa “renuevo”, “brote”, porque se inicia con el equinoccio boreal de la primavera. Como maestro en interpretar los signos de los tiempos, Cristo habría contemplado el creciente de la luna de esa semana como señal de la proximidad de la hora, su Hora, en que se ofrecería a sí mismo como el definitivo cordero pascual, que libera de la esclavitud del pecado y renueva así la humanidad. Por eso la noche antes de su oblación reconoce que ha llegado el momento de ofrecer su cuerpo y sangre como la nueva alianza para el perdón de los pecados (1ª Corintios 11, 23-24; Mateo 26, 26).

Alzar los ojos al cielo en estas noches para ver crecer la luna hasta su plenitud el Viernes Santo nos adentra en ese diálogo entre el Padre y el Hijo. Diálogo de agonía, y por eso mismo lucha dramática esencial del cristianismo, como diría Unamuno. Tensión de amor y dolor entre el cielo y la tierra, combate y rendición victoriosa. Diálogo de Dios, Padre e Hijo en el Espíritu Santo, que se prolonga en el que nosotros establecemos con Él como cuerpo de Cristo, quien ya no eleva sus ojos entre los olivos del huerto, sino entre las tinieblas de esta hora que reúne todas las tragedias de la humanidad. En rendición de amor, también le pedimos que su voluntad la que se realice en nuestras vidas. Por esta voluntad, Él va haciendo germinar los brotes de una humanidad renovada en la fe y en el amor, que muestran su belleza en estas mismas horas de agonía. Noches oscuras son tantas pruebas por las que nos toca pasar, ciertamente, pero por eso mismo propicias para volver a nuestra esencia más pura y desde allí ofrecer lo mejor de lo que esperamos alcanzar.

Si no tuviéramos este tiempo fuera del tiempo

qué poco entenderíamos del tiempo que nos hace

mientras nos desgrana.

Atiende

a la fuente. Ella estará

después de habernos ido, cuando la tierra

nos acoja en su hoguera. Nuestras venas

como pregón de arroyo hasta el mar.

Si no confías

todo pasará sin que nadie lo recuerde.

Esa luna

libera nuestras almas del impetuoso aturdimiento.

Te hablo

desde donde estamos solo por instantes

para así un día,

el próximo, el inminente,

habitar del todo en él.