Francisco, nuevo Papa
Sucesor del Apóstol Pedro
En las cinco semanas transcurridas desde la asombrosa e inesperada renuncia del Papa Ratzinger hasta nuestros días, la Iglesia católica está viviendo un verdadero vendaval, no sólo mediático sino, sobre todo espiritual y eclesial. Los protagonistas de los acontecimientos nos sitúan en lo esencial de este camino hacia la Pascua, que es la Cuaresma que estamos viviendo.
Las «sorpresas de Dios» siempre van marcando los senderos de su Iglesia en el mundo. La elección del sucesor de Benedicto XVI ha roto no solo los pronósticos sobre los «papables», sino también muchos esquemas mentales y fijaciones ideológicas de cómo tendría que ser el nuevo Obispo de Roma. El señalado por el Espíritu de Jesús ha sido el cardenal Jorge Mario Bergoglio, S.J. venido del otro lado del Atlántico, de la bella ciudad de Buenos Aires, en Argentina, y que ha tomado el nombre tan significativo como Francisco.
La Iglesia en España tiene la alegría inmensa de ver en la Sede de Pedro, al hijo de una nación hermana, que es fruto de la fe cristiana que llevaron nuestros misioneros al Nuevo Continente en el siglo XVI. Él mismo, en los Ejercicios Espirituales que nos dio a los obispos españoles en Madrid del 15 al 22 de enero de 2006, a los que tuve la dicha de asistir, reconocía esa gran hazaña evangelizadora: «La memoria de los pueblos no es una computadora sino un corazón. Los pueblos, como María, guardan las cosas en su corazón. Y en esto, España nos enseñó a hacer alianza firme y a recordar fielmente al Señor, a su Madre y a los santos, fundando en ellos la unidad espiritual de nuestras naciones».
Lo novedoso del momento histórico que estamos viviendo no se hubiese dando sin los grandes Papas del siglo XX y el evento del Concilio Vaticano II. Este conclave corto e intenso ha demostrado la mirada sobrenatural y la unidad en el sentir eclesial del colegio cardenalicio. Y también que el Papa emérito sabía muy bien lo que Dios quería para su Iglesia. Cada vez se hace más patente que, con su gesto profético y reformador, Benedicto XVI sitúo a los católicos en disposición de dirigir su mirada sólo a Jesucristo, a los orígenes de la fe, para que así respondieran con esperanza a los desafíos de una nueva época. Benedicto XVI y Francisco muestran estilos diferentes, pero lo importante de ambos es que son almas gemelas, mentes abiertas, corazones creyentes. Portadores de la sucesión del apóstol Pedro que nos enlazan con el origen de la Iglesia y refuerzan la nota irrenunciable de su apostolicidad que confesamos en el Credo inseparable de su unidad, santidad y catolicidad. ¡Estamos de enhorabuena!
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