Iglesia Católica

Todo un «gesto profético»

La Razón
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Los religiosos y las religiosas españoles agradecemos el «gesto profético» del Santo Padre. Una decisión tomada en la intimidad de la conciencia, delante de sólo Dios, de quien ha recibido la misión, con un gran sentido de responsabilidad eclesial, mirando con libertad interior, lo que es mejor para la Iglesia. Una decisión que engrandece su figura de pastor, que antepone el bien de la Iglesia a cualquier otra consideración. Un gesto que habla de humildad al reconocer y aceptar que «ya no tiene fuerzas para ejercer adecuadamente su ministerio».

Nuestro agradecimiento por su gratitud y confianza de pastor de la Iglesia universal hacia la misión de la vida consagrada en la Iglesia. Así en la homilía de la pasada Jornada de la Vida Consagrada: «Vosotros cooperáis a la vida y a la misión de la Iglesia en el mundo», recordaban aquellas otras a los superiores generales «agradeciendo vivamente todo lo que hacéis en la Iglesia y con la Iglesia a favor de la evangelización y de la humanidad».

Gratitud por sus palabras claras sobre la razón de ser de la vida religiosa en nuestro tiempo. De nuevo, el pasado día 2 nos advertía de no escuchar las voces de los «profetas de desventuras que proclaman el fin o la sinrazón de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días». Palabras semejantes tuvieron una especial relevancia en momentos en que estas «profecías» salían de sectores de la misma Iglesia: «La vida consagrada tiene su origen en el mismo Señor, por eso nunca podrá faltar ni morir en la Iglesia: fue querida por el mismo Jesús, es un bien para toda la Iglesia, la promoción de las vocaciones a la vida consagrada debe ser un compromiso sentido por todos: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos». Le recordamos con emoción hablándonos de nuestra identidad. Nos definió con bellas y exigentes palabras: «Sois 'buscadores de Dios'; buscáis lo definitivo, buscáis a Dios, mantenéis la mirada dirigida a Él». Indicaba así el testimonio sencillo y humilde de unos hombres y unas mujeres que han hecho de sus vidas, por vocación, una «búsqueda» de Dios; porque buscan las cosas que permanecen, las cosas que no pasan; buscan a Dios para encontrar y servir a sus hermanos. Lo buscáis, nos decía, en los hombres y mujeres de nuestro tiempo, en los pobres, en la Iglesia, en la eucaristía y en la palabra. Y concluía con una síntesis de afirmación y exhortación: «Sois siempre apasionados buscadores y testigos de Dios». Animó a la vida consagrada a caminar con esperanza, en medio de las dificultades. Nos propuso horizontes amplios para una misión sin fronteras, y metas de exigencias evangélicas: «Ésto es lo que espera la Iglesia de vosotros: ser Evangelio viviente». Y volvió sobre este argumento en la bellísima homilía de la Jornada de la Vida Consagrada, «en la sociedad de la eficacia y del éxito, vuestra vida, marcada por la ''minoría'' y por la debilidad de los pequeños, por la empatía con aquellos que no tienen voz, se convierte en un signo evangélico de contradicción». En estos momentos, conmovidos y fortalecidos por su testimonio: ¡gracias, Santidad!