JMJ de Río
Un abrazo que no se agota
A buen seguro que Jorge Alcalde tiene en su cajón más de dos y tres investigaciones llegadas de Utah en las que se prueba cómo un abrazo puede curar. No hace falta tirar de ciencia cuando se tiene la experiencia de recibir uno que reconforta, de aquellos que achican un problema, que liberan esa lágrima de tensión que de otra manera se hubiera quedado enquistada. O que saben a reencuentro. Francisco lo sabe. Y por eso se ha gastado y desgastado en abrazos durante esta JMJ. Hemos visto algunos. Ha regalado uno que ha llegado lejos. Hasta Compostela. Fue el que ofreció al cardenal Rouco Varela nada más pisar el escenario del Vía Crucis para hacerlo extensible todas las víctimas del tragedia de Santiago. También se han dejado caer muchos para los niños. Uno le llevó a llorar de emoción. No es para menos cuando Nathan, con apenas nueve años, se atreve a saltar una valla, romper el cordón de seguridad y alcanzar el Papamóvil con un único objetivo. Decirle al oído: «Santidad, quiero ser sacerdote». Para quienes gustan de citar parábolas, Francisco también ejerce de padre del hijo pródigo. Lo han probado tanto los presos como los adictos al «crack» del centro de rehabilitación de los franciscanos en Río. Abrazos de paz a sus hermanos en el Episcopado en las eucaristías, a los indígenas, a los jóvenes que han tenido la suerte de tomar la palabra en alguno de los encuentros, a los ancianos con los que se topó en las favelas y a los que reivindica una y otra vez en una sociedad que se olvida de ellos cuando dejan de ser «productivos». Pero, también, achuchones virtuales, de esos que van con los tiempos, a través de Twitter, de la televisión. Cuando Francisco se presentó a los periodistas una mañana de marzo en aula Pablo VI, pudimos ver sus primeros abrazos. Uno detrás de otros. Gratis. Es lo suyo. «Que no lo abracen tanto que nos lo van a desgastar», dijeron a mi lado. No ha sido así. Incansable Francisco pide a la Iglesia, a esta Iglesia, que abra las puertas no para recibir, sino para salir al encuentro y abrazar al alejado. Nada que aquel que lo propone no haya hecho antes.
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