Religion

Un imán en la mirada, una sonrisa santa

La Razón
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Conocí a madre Teresa antes de que fuera famosa. Fue en 1979. Vino a fundar su casa en San Gregorio Al Ceio, en Roma, y yo estaba de corresponsal en TVE. Me habían pedido que hiciera una entrevista a la religiosa de cuya vida y obra se tenían pocas noticias. Era muy famosa en Calcuta, pero no a nivel mundial. Me costó bastante trabajo y recomendaciones para que aceptara estar ante la cámara, algo que no le gustaba. Me habló de su labor y, sobre todo, de su firmísima oposición al aborto. De ella me impresionaron sus manos y sus pies, grandes y un tanto deformes, que sobresalían de una figura muy menuda. Pero sobre todo me impresionó su mirada, brillante e intensa. Cuando la entrevistábamos, Salvatore, el cámara de TVE, hacía unos planos muy cortos. Y me dijo: «No sé quién es esta monja, pero esa mirada es como un imán para mí. Si quieres, no le pongas voz, y deja hablar a esos ojos».

Estuve con ella en Bélgica, en Brasil, donde se celebró el Encuentro de las Familias... También la vi durante el bautizo de Cristel, la hija de Romina y Al Bano, en el que madre Teresa ejerció de madrina. Estuve con ella en un avión rumbo a Calcuta, acompañando a Juan Pablo II. Visitamos la Casa de los Moribundos. Fue muy emocionante: allí estaba madre Teresa, con sus hijas –las Misioneras de la Caridad– , esperando la llegada del Papa. Estaban también los sacerdotes de la diosa Kali, con el gran sacerdote, que también admiraba mucho a Teresa. Le colocó al Papa un collar de flores y le dijo: «La persona que más quiere en este mundo a madre Teresa es usted. Todo aquel que la quiere para nosotros es bienvenido».

Un día la vi en un aeropuerto, acompañada de dos niños, con uno de ellos en brazos. Probablemente eran dos niños que habían sido abandonados. Parecía muy cansada. Le dije: «Madre, vaya viaje ha debido de tener, tan largo y con dos niños». Y me contestó, sonriendo: «Hija, llevo en mis manos dos pedacitos de Dios». Esa alegría que ella irradiaba nos ha contagiado a todos los que estábamos siguiendo la canonización. Todos hemos sonreído con una santa sonrisa, como la suya.