Francisco, nuevo Papa

Un Papa jesuita

La Razón
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Nadie había pensado en Jorge Bergoglio como papable, y sin embargo, si se estudia la historia de la Iglesia, era lógico pensar en un Papa jesuita para esta época de crisis. San Agustín, cavilando en torno al pasaje evangélico de San Mateo en el que se relata la fundación de la Iglesia en el diálogo entre Cristo (Tu est Petrus) y Pedro (Tu eres el Hijo de Dios vivo), se preguntaba ¿Cuál es el fundamento del primado, es Pedro como persona, o es la confesión de Pedro? El primer planteamiento contempla a un Papa carismático cuya persona es el propio testimonio; tal vez éste fue el caso de Juan Pablo II. El segundo planteamiento contemplaría a un Papa teólogo, verdadero maestro de la verdad, como fue el caso de Benedicto XVI. La respuesta adecuada a la aparente disyuntiva agustiniana nos la daba el propio Joseph Ratzinger: «La confesión de fe puede únicamente darse como personalmente responsable; de ahí que la confesión se halla ésta siempre vinculada a la persona. Y viceversa». Efectivamente, no hay tal disyuntiva, pero si es cierto que después de aquellos dos papas, se necesita otro que reúna en sí mismo, de manera formidable, los dos aspectos; sencillamente: sea más fuertemente responsable; es decir, pueda responder con más vigor físico y espiritual en el momento actual, de lo más importante que representa un Papa: el testimonio de la verdad.

La Compañía de Jesús nació en el momento de mayor crisis de la historia de la Iglesia: la Reforma Protestante. Cuando la verdad se vio amenazada por el dogma del libre examen luterano, dejando al arbitrio de cada uno la interpretación de las escrituras; y cuando, además, el comportamiento de la Curia y el clero eran escandalosos. Ignacio de Loyola era plenamente consciente de la necesidad de ayuda que tenía el papado, piedra angular de la Iglesia, en aquel momento personificado por Pablo III. Por ello reunió al servicio del Papa una caballería ligera de soldados de la fe. En realidad se trataba de una austera orden con vocación religiosa, con los votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia, a los que se unía un cuarto voto de obediencia especial al Papa. Pero también con una vocación secular, sociocultural y misionera, que consiguió ser la vanguardia de la contrarreforma y de la vida intelectual y misionera de la Iglesia hasta hoy. Como ha dicho el Papa Francisco: la Iglesia no es una ONG de caridad. Nos olvidamos frecuentemente de que «el fundamento último de la Iglesia de Cristo es ser testimonio de la verdad» en palabras del cardenal Newman. Y ese testimonio se trasmite desde los apóstoles a través del papado, de ahí la supremacía del Papa.

En una época de crisis, en donde ha habido comportamientos escandalosos en la Iglesia, y en donde se ha querido convertir a Dios en alguien lejano, absolutamente otro que, en el mejor de los casos, es un mero arquitecto del universo, es necesario volver a recuperar el carisma fundamental de los jesuitas: la Encarnación. «Dios no es un ser lejano o pasivo, sino que está actuando en el corazón de la realidad, en el mundo, aquí y ahora; eso es lo que representa la Encarnación de Dios en un ser humano: Jesús de Nazaret». En una época de crisis en donde el Papa ha dicho ¡ya no puedo más!, es natural que venga en su ayuda para sustituirle un jesuita, el único de entre los 115 cardenales del Cónclave. Él ha comenzado anunciando que toma sobre sus hombros la Cruz de Cristo para emprender su nuevo camino, «ad maiorem Dei gloriam», como lo ha venido haciendo la Sociedad de Jesús desde 1540.