España
Una Iglesia muy viva
Una cuestión nada fácil es cuál es el estado y la fuerza de la Iglesia en España. Y me temo que la respuesta requerirá mil matices y, sobre todo, está condicionada al plano desde el que la afrontemos. Desde un punto de vista sociológico admite un tratamiento. Nuestro país tiene una idiosincrasia muy particular que contrasta llamativamente con la de otros países de raigambre cristiana, como por ejemplo Italia. En este país la Iglesia tiene una presencia considerable en las esferas públicas de la sociedad –en la política, en el mundo de los intelectuales, de los escritores, en la vida universitaria–. La Iglesia como institución entra en un diálogo constructivo y respetuoso con el resto de las instituciones, como otra voz que se tiene en cuenta, se respeta y aporta; sin embargo, la vida popular, familiar y personal está menos impregnada por la fe, el cristianismo está menos arraigado. A grandes rasgos, en España vivimos una situación invertida: el cristianismo está menos presente en las esferas públicas, y en muchos ámbitos permanece incluso ausente; sin embargo, la fe salpica con su presencia gran parte de las fiestas y costumbres populares en prácticamente toda la geografía española, y protagoniza tantas tradiciones familiares y personales. Si afrontamos la cuestión desde la estadística, los datos son muy complejos de analizar, y no viene al caso exponer ni valorar los números concretos, pero si lo hacemos desde la fe, podemos apuntar otras reflexiones. La primera es la que hizo Benedicto XVI el miércoles en la víspera de su despedida: «Veo a la Iglesia viva». Es verdad que la sociedad española no es cristiana, de acuerdo; la fe no es ya «de la cultura», sino algo personal, vivido a contracorriente. Pero podemos afirmar que hay fe, hay caridad, hay esperanza; que las adoraciones eucarísticas proliferan, las confirmaciones de universitarios son numerosas, las Jornadas Mundiales de la Juventud mueven a miles de jóvenes... No hay semana en la que no vengan varios universitarios que me piden ayuda porque se están cuestionando su propia vida abiertos a la fe (y sólo soy uno de los 25.000 sacerdotes que trabajamos en España). La fe se está contagiando, los fracasos de la vida de los padres alertan a muchos jóvenes que buscan algo distinto; el sinsentido de la vida sin Dios deja insatisfecho. Leemos en el Apocalipsis que el ángel dijo a la iglesia de Sardes (3. 1): «Conozco tus obras, que estás vivo de nombre, pero de hecho estás muerto». Sin el menor ánimo triunfalista, sino al contrario, reconociendo que se nos puede exigir un comportamiento «más cristiano» a los cristianos, me atrevería a afirmar que se nos podría decir lo contrario que a la iglesia de Sardes: «Puede parecer que estás muerta de nombre, pero estás muy viva».
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