Barcelona
Una potencia en el corazón de Roma
La implicación española en las instituciones vaticanas es indispensable
España ha estado en la parte más alta de la agenda de Benedicto XVI durante todo su pontificado. El Papa ha visitado nuestro país en tres ocasiones (Valencia en 2006, Santiago de Compostela y Barcelona en 2010, y Madrid en 2011), las mismas que su Alemania natal.
España ha estado en la parte más alta de la agenda de Benedicto XVI durante todo su pontificado. El Papa ha visitado nuestro país en tres ocasiones (Valencia en 2006, Santiago de Compostela y Barcelona en 2010, y Madrid en 2011), las mismas que su Alemania natal. Este interés también quedó patente en el libro «Luz del mundo» (2010), fruto de una serie de entrevistas con el periodista Peter Seewald, en el que se hace referencia al «contraste dramático» entre la «secularidad radical y la fe decidida» existente en la sociedad española.
El interés del Papa por España responde a su propio peso dentro de la Iglesia católica. Nuestra nación, como recordaba Benedicto XVI en el citado libro, es «uno de los grandes países católicos», que ha «regalado» a la Iglesia la evangelización de América y algunos de los más excelsos miembros del santoral. Testigo de la histórica potencia hispana en el orbe católico es la embajada española ante la Santa Sede, erigida por los Reyes Católicos y legación diplomática permanente más antigua del mundo. Aunque con sus 47 millones de habitantes no es una de las naciones católicas más pobladas, España es una punta de lanza que representa a la mitad de los alrededor de 1200 millones de católicos del mundo que hablan nuestro idioma.
La influencia hispánica en el Gobierno de la Iglesia puede medirse sobre todo en cuatro niveles. El primero es la presencia de nacionales en puestos importantes de la Curia romana. Nuestro país cuenta con un cardenal, Antonio Cañizares, como prefecto de una Congregación, la del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, dedicada al cuidado de la liturgia. Hay además un par de secretarios, término con el que se denomina al segundo de a bordo de un dicasterio, en otras Congregaciones importantes: la de Doctrina de la Fe y la del Clero. En la primera, el «número dos» es Luis Francisco Ladaria, y en la segunda, Celso Morga. La lista de españoles en puestos de responsabilidad la completa Juan Ignacio Arrieta, secretario en el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos. En una tercera línea se sitúa Ignacio Carrasco de Paula, que preside una de las Pontificias Academias, la de la Vida, y Lucio Ángel Vallejo Balda, secretario de la Prefectura de Asuntos Económicos. Hay además un buen número de subsecretarios y oficiales en la práctica totalidad de dicasterios vaticanos.
El segundo lugar para medir el peso de España es el Colegio Cardenalicio. Nuestro país cuenta con diez purpurados, la mitad de ellos con derecho a voto en el cónclave donde se elegirá al sucesor de Benedicto XVI. Sólo Italia y Estados Unidos nos superan en número de birretas. Entre los cardenales con más de 80 años hay algunos que mantienen una gran influencia, como ocurre con Julián Herranz, a quien el Papa nombró miembro de la comisión encargada de investigar el caso «Vatileaks».
España es también una gran potencia en la vida religiosa. Los superiores generales de algunas de las más importantes congregaciones, como los jesuitas, los franciscanos, los maristas, los marianistas, los claretianos o los escolapios, entre otros, nacieron en nuestro país. Lo mismo pasa con la vida consagrada femenina. En la Unión de Superiores Generales el predominio es sonrojante: son españoles el presidente, el vicepresidente y cuatro de los diez miembros del consejo ejecutivo. La última muestra del peso de España en la Iglesia es su capacidad organizativa y movilizadora de masas, demostrada en el Encuentro Mundial de las Familias de Valencia, celebrado en 2006, y en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, celebrada en 2011.
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