Arte, Cultura y Espectáculos

El París de la segunda posguerra: entre desilusión y nueva consciencia artística

El Museo Reina Sofía alberga hasta el 22 de abril la exposición "París pese a todo. Artistas extranjeros, 1944-1968", que ofrece un recorrido por la producción artística en la capital francesa en las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial.

"Gran Cuadro Antifascista Colectivo", Jean-Jacques Lebel, Erro, Enrico Baj, Roberto Crippa, Gianni Dova, Antonio Recalcati (1961)
"Gran Cuadro Antifascista Colectivo", Jean-Jacques Lebel, Erro, Enrico Baj, Roberto Crippa, Gianni Dova, Antonio Recalcati (1961)larazon

Tras los años de ocupación nazi, al final de la Segunda Guerra Mundial, Francia tiene que hacer frente a un sentimiento de humillación y de inestabilidad política, centrando sus esfuerzos en la recomposición de su identidad nacional. A pesar de ese clima de destrucción y de inseguridad, son muchos los artistas que, desde mediados de la década de los cuarenta en adelante, se trasladan a París, seducidos por su pasado como capital cultural de Occidente y animados por su ambiente de experimentación y libertad.

Tomando como punto de partida las experiencias de los artistas extranjeros que contribuyeron en determinar la efervescente escena cultural parisina de la segunda posguerra, la exposición intenta ilustrar los debates entre las nuevas tendencias artísticas en un contexto de profundas transformaciones, como el adviento de la Guerra Fría, la consolidación del consumismo y la descolonización, fenómenos que mercan el fin de la modernidad.

Durante esa etapa crucial del siglo XX, París vuelve a ser el punto de encuentro privilegiado para la comunidad artística internacional, convirtiéndose en un teatro de disputas entre varios tipos de abstracción, como la de inspiración lírica o geométrica, y las corrientes relacionadas con un realismo más figurativo.

En los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, muchos artistas maduran un nuevo tipo de consciencia, investigando sobre las condiciones existenciales de una humanidad sobrevivida a una catástrofe atroz, con el propósito de establecer una relación de mayor confianza entre el individuo y la sociedad que le rodea.

A partir del rechazo del naturalismo y de imágenes racionalmente estructuradas, se desarrolla en Europa, con epicentro en París, el así llamado Arte Informal. Acuñado por el crítico francés Michel Tapié, el término "informal"indica un arte que repudia los principios tradicionales formales y constructivos de la representación abstracta, a favor de la libre expresión de pulsiones y emociones individuales. Las obras informales se caracterizan por la voluntad de registrar el juego espontáneo de la gestualidad, que se acompaña a la búsqueda de inéditos efectos expresivos a través del uso de materiales insólitos, es decir la arena o el cemento, como testimonian las obras de Jean Dubuffet en esa exposición.

Una pequeña sección de la muestra está dedicada a los artistas más conocidos al público, como el ruso Vasilij Kandinskij, que durante su estancia en París sigue haciéndose portavoz del arte abstracto hasta su fallecimiento en noviembre de 1944, y el malagueño Pablo Picasso, homenajeado en el Salón de Otoño del mismo año y considerado por los nazis uno de los maestros del arte degenerado.

Si desde las raíces del Surrealismo, artistas procedentes de los Países Bajos y Escandinavia, como Karel Appel y Asger Jorn, forman en 1948 el grupo CoBrA , otros creadores encuentran en los elementos cotidianos los impulsos necesarios para desarrollar su trabajo, siguiendo trayectorias más personalistas, como el escultor estadounidense de ascendencia japonesa Shinkichi Tajiri o la pintora rusa Karskaya.

Paralelamente, sobresalen algunos lenguajes fundados en la valorización del papel de la ciencia y de la tecnología y en la introducción en la obra de arte de movimientos reales o virtuales, con el objetivo de envolver al espectador en un espectáculo interactivo. El Optical Art del húngaro Victor Vasarely y el cinetismo del suizo Jean Tinguely son algunos ejemplos de dichas nuevas propuestas.

Por último, en los años sesenta acuden a París distintos autores, como el islandés Herró y los españoles Eduardo Arroyo y Joan Rabascall que, críticos con el capitalismo y la sociedad de consumo, se demuestran desilusionados por la falta de respuestas del expresionismo abstracto y del pop art.

A menudo olvidada por gran parte de la historiografía del arte, la escena artística de París de la segunda posguerra presenta una heterogeneidad que refleja por un lado el caos producido por el conflicto mundial y por otro lado una impetuosa voluntad al rescate por parte de aquellos que lo vivieron. La exposición se enfrenta al complejo reto de arrojar luz sobre las prácticas artísticas de esas décadas, que constituyeron un terreno fértil para la imaginación y la libre experimentación.