Salud

Confesión general

Los varones de este país viven por término medio ochenta y un años y tres meses

Imposible sería detallar aquí todo lo bueno y todo lo malo que a lo largo de 2019 he hecho en lo concerniente al mantenimiento de la salud
Imposible sería detallar aquí todo lo bueno y todo lo malo que a lo largo de 2019 he hecho en lo concerniente al mantenimiento de la saludLa RazónLa Razón

Hacer balance de los pecados y decírselos al confesor es una excelente manera de enfrentarse a un anuario. Este artículo lo es. No voy a repasar en él lo que en los últimos doce meses ha sucedido en el ámbito de la salud y de la enfermedad. Sacrosanto deber de todo el mundo es velar no sólo por el alma, sino también por el cuerpo que le sirve de vehículo entre el nacimiento y la muerte. Después de ésta ya se verá. Soma sema, decían en griego clásico los filósofos de la Hélade. O lo que tanto monta: el cuerpo es una tumba.

Bueno, bueno... Más que serlo, lo será cuando las campanas doblen por él, pero hasta entonces, vivito y bien vivito, mejor será cuidar de él, y quien no lo haga estará pecando, en definitiva, contra el Espíritu, pues no hay nada en el universo que no lo sea. Bien lo sabían los paganos al acuñar el concepto del Anima Mundi y bien lo sabía así mismo Dante Alighieri cuando escribió los hermosos endecasílabos encadenados que ponen fin a La Divina Comedia: “Y aquí mi alta invención fue ya impotente / y cual rueda que gira en vueltas bellas / el mío y su querer movió igualmente / el amor que el sol mueve y las estrellas”. La traducción, espléndida, aunque no está, por supuesto, a la altura del original, es del Conde de Cheste. La publicó in illo tempore Aguilar, en una preciosa edición de cuero repujado, que por suerte para mí figuraba entre los libros heredados de mi padre. Y yo, que ya en mi niñez era una rata de biblioteca, la leí antes de empezar el bachillerato y se me quedó grabada para siempre. A lo que iba... Yo estoy ya estadísticamente muerto, pues los varones de este país viven por término medio ochenta y un años y tres meses. Nací el 2 de octubre de 1936, así que calculen.

Menos mal que las estadísticas suelen ser falsas, pues falsos son los datos en los que se apoyan, pero incluso las que sean ciertas sólo tienen validez genérica y de nada sirven aplicadas, una a una, a las personas.Vamos, pues, a imaginar que mi cuerpo es ya una tumba y que el espíritu avecindado en él al hilo de diecisiete lustros menos unos meses ha ahuecado el ala y se ha presentado, jadeante, ante el Altísimo para rendir cuentas de lo bueno y malo que sus alforjas llevan. Eso en la versión cristiana de tan incierto tránsito, pues en la del antiguo Egipto es Osiris quien recibe al difunto con una balanza de doble platillo en la mano para pesar con ella las virtudes y los pecados. Imposible sería detallar aquí todo lo bueno y todo lo malo que a lo largo de 2019 he hecho en lo concerniente al mantenimiento de la salud. Lo haré, si mi vida sigue, en las futuras columnas de esta sección, que lleva ya casi once años de andadura, pero de momento voy a dejarlo así con una humorada como postre. Es ésta... Cuando llegue ante Dios Padre (o ante Osiris) le diré: “¡Oh, Gran Señor! Sé benevolente con este humilde siervo que no fumaba (sólo porros), que no bebía leche (de vaca), que huía del azúcar (esa peste) y que traspasó el umbral del McDonald’s sólo una vez en la vida, y le bastó”.