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Illa relega a su número dos y a la directora de Salud Pública en plena pandemia

El ministro da plenos poderes al director del Centro de Alertas y se apoya en dos asesores externos: los históricos sanitarios socialistas Olmos y Freire

Rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, durante la rueda de prensa posterior al Consejo de MinistrosMoncloaMoncloa

El estallido de la pandemia de coronavirus ha convertido el Ministerio de Sanidad en una olla a presión que amenaza con llevarse por delante en el futuro a varios de sus altos cargos. La negra evolución que ha experimentado la enfermedad en España con respecto al resto de los países; el cúmulo de errores encadenados, como, por ejemplo, el retraso en la compra de materiales o la adquisición de test defectuosos, entre otros muchos; la lluvia de críticas vertida por todo el sector sanitario por la desprotección de los profesionales y la pretensión inicial de devolver al trabajo al personal infectado con síntomas leves o de aplazar el reconocimiento de la especialidad a los MIR; el temor a las demandas judiciales futuras por responsabilidad; las acusaciones de falsear la cifra de fallecidos, y el recelo que existe en otros Ministerios hacia la labor de Illa y su equipo han sumido en el nerviosismo a los inquilinos del madrileño Paseo del Prado, donde se ubica la sede del Ministerio.

A ello se le une un problema añadido: que el propio ministro no ha podido moldear el equipo a su gusto desde su toma de posesión, el pasado 13 de enero. De hecho, está gestionando la pandemia con los altos cargos nombrados por su antecesora inmediata, María Luisa Carcedo, e incluso con alguno nombrado por la ministra anterior, la también socialista Carmen Montón.

Con varios de ellos, no hay sintonía. Fuentes no oficiales de Sanidad aseguran que dos de esos altos cargos han sido prácticamente relegados a un segundo, tercer y hasta cuarto nivel por el catalán a lo largo de esta grave crisis sanitaria. Se trata de su actual número dos, el secretario general, Faustino Blanco, y de la directora general de Salud Pública, Pilar Aparicio.

Blanco es médico de formación y fue consejero de Sanidad del Principado de Asturias entre 2012 y 2015. Recaló en el Ministerio de la mano de la también asturiana Carcedo y entre ambos existía una magnífica relación. Al desconocer absolutamente el funcionamiento del sector y carecer de formación sanitaria –es licenciado en Filosofía–, Illa optó nada más tomar posesión, hace ahora algo más de tres meses, por mantenerle en el cargo. La labor de Blanco era adentrarle en un mundo complejo con múltiples particularidades.

Sin embargo, el paso de las semanas, los fallos cometidos por varios de sus subordinados y el auge fáctico del director del Centro Nacional de Alertas y Emergencias, Fernando Simón, pese a sus erráticas predicciones sobre la pandemia, han hecho perder peso real a Blanco en el organigrama. Las mismas fuentes explican que el ministro prefiere consultar problemas de verdadero calado que van surgiendo en la crisis con José Martínez Olmos, un experto muy respetado en el sector y habituado además a manejar crisis sanitarias importantes cuando ocupaba la Secretaría General del Ministerio de Sanidad durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

Otro de los expertos externos en los que se apoya Illa es en José Manuel Freire, neumólogo, ex consejero de Sanidad del Gobierno vasco entre 1987 y 1991, profesor de la Escuela Nacional de Sanidad y portavoz de Sanidad del PSOE en la Asamblea de Madrid. Las fuentes también aseguran que los funcionarios del Ministerio dan ya por hecho que Illa prescindirá de Blanco en cuanto el temporal amaine, aunque no parece probable, aseguran, que ninguno de sus asesores, Martínez Olmos y Freire, sea el elegido para relevarle.

Amplios conocimientos

El otro alto cargo caído en desgracia es Pilar Aparicio, que, como ya informó LA RAZÓN, desapareció de la esfera mediática el 4 de marzo tras realizar una entrevista en Radio Euskadi. Especialista en Medicina Interna y con amplios conocimientos en microbiología clínica y medicina tropical, Aparicio cuenta con buena reputación. Bastantes días antes del 8-M mostró en público su inquietud por la información de Italia y por los riesgos de infección que podían producirse en aglomeraciones de personas en los estadios de aquel país.

Desde entonces, no ha vuelto a aparecer en público. Aparicio es jefa directa de Simón, que dirige el Centro de Coordinación de Alertas del Ministerio y fue ascendido a subdirector general dependiente de Salud Pública por Illa en los primeros días de la pandemia pese a sus errores predictivos. Entre los funcionarios del Ministerio causó verdadera extrañeza que no fuera ella la que ofreciera el parte diario de la enfermedad al mandar sobre Simón, pero lo que provocó verdadero estupor es que ni siquiera apareciera cuando Simón dio positivo en los test de coronavirus y compareciera una subordinada de este último: María José Sierra. Las mismas fuentes dan también por hecho que los días de Aparicio en la Dirección General empiezan también a estar contados.

En el Ministerio también causa también extrañeza el bajo perfil que está jugando una Subdirección General que debería tener un papel importante en la crisis: la de Sanidad Ambiental y Salud Laboral, a cargo de Covadonga Caballo. Y sorprende, asimismo, entre los funcionarios, el peso que aún conserva la Dirección General de Ordenación Profesional, encabezada por Rodrigo Gutiérrez, pese a que la mayor parte de las organizaciones sanitarias se han echado en contra del Ministerio hasta la fecha.