Curvas peligrosas
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No me refiero a las de la red de carreteras, que son cosa de la Dirección General de Tráfico, Recaudación e Inmovilización de Vehículos, sino a las de las anatomías que se ven por la calle cuando uno comete la imprudencia de salir a ellas. ¡Madre mía! ¡Qué asquito! ¡Qué grima! Ganas dan de volver corriendo a casa. Todo son adiposidades, michelines, lorzas, traseros como mapamundis, tetas como calabazas, muslos como columnas de templo egipcio, barrigas como alforjas de camellero y acumulaciones de grasa temblona similares a las de las Venus esteatopígicas y los luchadores de sumo.
Muchos son los factores que concurren en tan vistoso y ambulante museo de carnaza, y la mayor parte de ellos ha sido ya descrita y denunciada en esta columna, pero hoy quiero referirme a uno de los más recientes: el de ese horror gastronómico y dietético que ha dado en llamarse «menú del día».
Lo tiene la práctica totalidad de los restaurantes, ya sean los baratujos y de toda la vida, ya los de muchos tenedores y carta de bullipolleces. Cuestan poco –entre 10 y 15 euros– y sólo se sirven a la hora del almuerzo. Se conoce que las cenas son para ricos. Lo que más llama la atención en ellos es la variedad de su oferta y la suma de sus calorías.
Oferta: primer plato, segundo, guarnición, pan, vino, postre y a veces café. A menudo no falta el chupito homenaje de la casa. O sea: un penalti de nutrición a bocajarro... Raros son los países en los que la gente come dos platos y, encima, añade un postre. Esa costumbre sólo existe en el área de esa impostura que es la dieta mediterránea.
Calorías... ¡Pues que les voy a contar! Raciones gigantescas (el tamaño, en ellas, sí que importa), comida de cuchara con grasientos tropezones, paellas, croquetas, rebozados, frituras, cachopos, torreznos, salchichas, embutidos, patatazas, burritos, refrescos embotellados, cocacolas, cervecitas, platos de supermercado, dulces de sobre, helados industriales...
Y a quien quera renunciar a tan opíparo menú y pedir un solo plato, le costará más caro. A ver quién me explica ese misterio...
Españoles: comilones.
El sobrepeso y no digamos la obesidad son dos de los caminos más directos para llegar al cementerio.
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