Investigación
Demuestran en ratones una vía que previene la leucemia infantil
Los investigadores, entre ellos científicos del CSIC, han utilizado un enfoque preventivo para dirigirse a las mutaciones secundarias
En 2022, se estima que se diagnosticarán 6.079 casos nuevos de leucemia. Aunque se suele hablar, en general, de leucemia, en realidad existen diferentes tipos según su origen, forma de presentarse y evolucionar o según al tipo de célula blanca que se altere: leucemias linfoides (existe afectación fundamentalmente de los linfocitos) y leucemias mieloides (se alteran principalmente las células de tipo mieloide). En el caso de los menores, la forma más común de cáncer infantil es la leucemia linfoblástica aguda de células B. Un 5% de niños sanos presenta desde el nacimiento alteraciones genéticas en las células B que les predisponen a desarrollarla. Estas alteraciones se localizan en el gen PAX5.
Pues bien, un equipo internacional con investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha demostrado por primera vez en ratones una novedosa estrategia que previene el desarrollo de la leucemia infantil, o leucemia linfoblástica aguda de células B. Los resultados se publican en la revista “Cancer Research”.
La predisposición genética citada no desencadena por sí sola esta enfermedad. Además de esta alteración inicial de los genes, se deben producir otras mutaciones secundarias para que se genere la leucemia. Estas mutaciones secundarias se producen en la vía de señalización celular JAK/STAT y podrían estar causadas por un estrés inmunitario, una reacción que podría estar provocada por determinadas infecciones, informa el CSIC en un comunicado.
Este estudio ha utilizado un enfoque preventivo para dirigirse a estas mutaciones secundarias e impedirlas, de forma que, aunque existiese predisposición genética, no se originaría la leucemia. De este modo, si se logran frenar estas mutaciones secundarias, se podría bloquear el desarrollo de la leucemia aunque las células contengan la mutación inicial del gen PAX5. (Las mutaciones iniciales son más complejas de “corregir” puesto que se producen en los óvulos o esperma de los progenitores.)
“En este trabajo hemos suministrado un fármaco (ruxolitinib) a ratones con el gen PAX5 mutado, y en el momento de exposición a la infección que genera el estrés inmunitario, con el fin de erradicar las células preleucémicas”, explica el investigador Isidro Sánchez-García, del Centro de Investigación del Cáncer (CISC-Universidad de Salamanca), que ha trabajado en el estudio. El fármaco inhibe la vía de señalización JAK1/2, evita las mutaciones secundarias y elimina de manera específica a las células B preleucémicas (con la mutación del gen PAX5) sin afectar a las células B normales.
“La condición previa para el desarrollo de la enfermedad es que el gen PAX5 esté mutado, pero la progresión de la misma no se presenta hasta que el estrés inmunitario facilite la aparición de mutaciones en la vía de señalización JAK/STAT”, precisa Sánchez-García. “Por tanto, la leucemia infantil podría prevenirse si se evitara la aparición de estas mutaciones secundarias”, añade.
Este estudio, añade el comunicado, ha proporcionado la primera evidencia in vivo de que esta estrategia es capaz de prevenir el desarrollado de la leucemia linfoblástica aguda de células B. En concreto, de 29 ratones tratados con el fármaco ruxolitinib, solo uno desarrolló la enfermedad. Sin embargo, de los 34 ratones expuestos a la infección, pero sin recibir el tratamiento de ruxolitinib, ocho la desarrollaron.
Este enfoque preventivo podría aplicarse a otros casos de susceptibilidad genética a la leucemia infantil en los que las mutaciones secundarias presentes en los estadios leucémicos guíen la identificación de vulnerabilidades dentro de la población de células B preleucémicas. Además, este descubrimiento respalda una mayor investigación de los enfoques específicos dirigidos a eliminar a las células B preleucémicas como medio para prevenir la aparición de la leucemia linfoblástica aguda de células B.
Este trabajo, junto al grupo de Sánchez-García en el que ha participado Carolina Vicente, investigadora vinculada al grupo de pediatría clínica del Instituto de Investigación Biomédica de Salamanca (IBSAL- Hospital de Salamanca); ha sido desarrollado en colaboración con el St. Jude Children’s Research Hospital (EEUU) y el Novartis Institute for BioMedical Research (Suiza).
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