Salud

Un «agujerito» en la piel que es capaz de salvar el cerebro

La revolución de la neurorradiología intervencionista ha cambiado la forma de tratar el ictus y los aneurismas

El presidente de GeNI, Pedro Navia, con los miembros del comité organizador local: Carlos Rodríguez Paz, Ana María Rojas y Óscar Vila
El presidente de GeNI, Pedro Navia, con los miembros del comité organizador local: Carlos Rodríguez Paz, Ana María Rojas y Óscar VilaARCHIVOLA RAZÓN

Hasta hace no tanto, la única manera de llegar al cerebro era abriendo la cabeza. El acceso clásico se hacía por la arteria femoral, en la ingle: un trayecto largo y delicado por donde navegaban finísimos catéteres que, como exploradores penitentes, ascendían hasta los vasos cerebrales para deshacer un coágulo o sellar un aneurisma. Era un camino recto, fiable, pero no siempre posible.

Con el tiempo, la técnica evolucionó. Hoy, en muchos casos basta con una incisión mínima en la muñeca o incluso, en situaciones extremas, un acceso directo en la carótida. Esa revolución silenciosa, que ha transformado la vida de miles de pacientes, se gesta en las salas de Neurorradiología intervencionista: lugares en los que la ciencia se confunde con la precisión casi artesanal de quienes navegan por arterias invisibles para salvar el cerebro.

De esa transición –del acceso femoral al radial, e incluso al carotídeo– se habló la semana pasada en el Parador de Baiona, donde más de 160 especialistas de toda España se reunieron en el Congreso de la Sociedad del Grupo Español de Neurorradiología Intervencionista (GeNI). Durante tres días, los pasillos se llenaron de historias clínicas, gráficos proyectados en pantallas y debates sobre nuevas técnicas que, en última instancia, persiguen lo mismo: ganar tiempo, reducir riesgos y ofrecer una segunda oportunidad a quienes, de repente, ven su vida interrumpida por un ictus o una hemorragia cerebral. «Somos desconocidos incluso dentro de los hospitales», admite, con media sonrisa, Óscar Vila, miembro del comité organizador local del Congreso y neurorradiólogo del Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo.

No en vano, como explica junto a Pedro Navia, presidente de GeNI, muchos profesionales sanitarios saben de su existencia, pero ignoran en qué consiste realmente su trabajo. Lo cierto es que la neurorradiología intervencionista resulta, a ojos del gran público, casi invisible. Y, sin embargo, cada día salva vidas. «Entramos en el cerebro sin abrir la cabeza, navegando con catéteres por las arterias. Tratamos ictus, aneurismas, malformaciones… patologías gravísimas, pero sin necesidad de una cirugía abierta», incide Navia.

Cómo actúan

El ejemplo más claro es el ictus isquémico: un coágulo bloquea una arteria cerebral provocando la muerte de neuronas a cada minuto que pasa. Los neurólogos pueden disolver los trombos pequeños con fármacos, pero los grandes, los que taponan vasos de apenas dos milímetros, solo ceden ante una trombectomía mecánica. Ahí entra el equipo de neurorradiología intervencionista. «El tiempo es absolutamente determinante: cada minuto cuenta. Y ahora, gracias a la inteligencia artificial, podemos identificar pacientes que antes descartábamos porque no sabíamos cuánto tiempo llevaban con el ictus», expone Navia.

Los aneurismas cerebrales son el otro gran campo de batalla. Cuando uno se rompe, suele ser en gente joven, y el primer sangrado puede resultar devastador. «Lo más importante es evitar que sangre de nuevo en las horas siguientes. Eso puede ser fatal. Con una mínima incisión en la ingle llegamos hasta la lesión y la sellamos. Y el paciente no tiene ni una cicatriz en la cabeza», apunta Vila.

No obstante, lo que para ellos es rutina, para los familiares resulta casi magia: la posibilidad de salvar una vida a través de un agujerito en el brazo. La clave, explican, está en el desarrollo de materiales cada vez más seguros y eficaces, y en el salto tecnológico de los angiógrafos –las complejas máquinas de rayos X con las que trabajan–, que permiten reconstrucciones en tres dimensiones y simulaciones previas. Es medicina de precisión, una herramienta que les permite saber qué dispositivo colocar, cómo va a quedar o qué cobertura tendrá.

En los últimos años, además, ha surgido un nuevo frente: el tratamiento endovascular de hematomas subdurales crónicos. Pacientes mayores, frágiles, que hasta hace poco apenas tenían la opción de un drenaje quirúrgico con alto riesgo de recaída. «Ahora navegamos con microcatéteres por las arterias meníngeas y las sellamos. Con ello, los hematomas no recidivan y mejoramos mucho el pronóstico. Es una técnica que llevamos apenas tres años aplicando y que está dando resultados espectaculares», señala Navia.

Esfuerzo humano y material

La magnitud del esfuerzo humano y material que hay detrás de cada intervención pasa muchas veces desapercibida. Una trombectomía cuesta de 6.000 a 7.000 euros sólo en material, pero el gasto más valioso es el humano: médicos de urgencias, neurólogos, anestesistas, enfermería, técnicos de rayos y, finalmente, los neurorradiólogos intervencionistas. «Todo empieza cuando un familiar detecta los síntomas –parálisis facial, pérdida de fuerza en un brazo o alteración del habla– y llama al 112. Entonces se activa una cadena que no se puede romper. Y en España podemos estar orgullosos: tenemos un nivel similar al de Estados Unidos o Europa, y muy superior al de otros países donde apenas se realizan estas técnicas», concluye Navia.

Mirando al futuro

El congreso de Baiona fue también un espacio para mirar al futuro. Nuevos dispositivos para arterias más distales, técnicas para extraer trombos más duros, inteligencia artificial aplicada a la elección de accesos y, sobre todo, una ampliación de indicaciones que permitirá tratar a más pacientes, incluso mayores de 85 o 90 años con buena calidad de vida. La cita, celebrada en los salones del Parador con vistas al Atlántico, permitió hablar del presente y del futuro de una especialidad que, con apenas 170 profesionales en toda España, lleva sobre sus hombros la tarea de sostener algo tan frágil como la vida y la palabra.