Opinión
El amor también cura
El amor mueve montañas y nos hace moverlas a nosotros
Hace ahora justo un año, me sometí a dos intervenciones quirúrgicas muy serias. De un día para otro, en una colonoscopia rutinaria me detectaron un tumor benigno, pero colgado del riñón y tan grande como para que supusiera un riesgo incluso fatal, por sangrado, en el caso de cualquier golpe o caída, y otro, presuntamente maligno en el propio riñón, del que había que deshacerse cuanto antes.
Como era imposible realizarme ambas operaciones juntas, por el riesgo de sangrado, primero me liberaron de ese monstruo enorme, que nadie comprendía a entender cómo podía haber crecido allí sin que me diera cuenta.
La pericia del Dr. Sánchez, el médico especialista que desactivó aquella bomba, hizo que pasados un par de días me encontrara dispuesta a enfrentarme al siguiente reto.
No tenía más remedio: aquello parecía cáncer y la única manera de atajarlo era quitarlo, junto con un trocito de mi riñón. El doctor Rodríguez Luna realizó la nefrectomía con un robot Da Vinci, lo cual hizo que las cicatrices externas fueran pequeñísimas; y al analizar el tumor, la grata sorpresa fue que no era maligno como pensaban. Aún así, la recuperación implicaba molestias durante los seis meses posteriores hasta que todo aquello se recolocase y pudieran darme el alta definitiva.
Lo más importante de ese doble proceso, que, pese al éxito, conllevó días de dolores extremos y la incertidumbre que siempre incluyen las operaciones, máxime cuando existe la espada de Damocles de un posible cáncer, es que me hizo revisar muchos aspectos de mi vida. El primero, mi propia capacidad para afrontar la enfermedad, que fue sorprendente incluso para mí misma.
Supongo que el hecho de no decirle nada a casi nadie, mantener mi actividad y evitar comportarme como si estuviera enferma, me ayudó…, pero sobre todo lo hizo haber atravesado previamente el campo de minas de la enfermedad de dos de mis hijos.
Cuando llegó la mía, con los dos ya perfectamente repuestos y el cansancio emocional de haberlos acompañado en el camino, minuto a minuto, sin medio segundo de duda o desesperanza, me encontraba casi anestesiada. La angustia de mis propios males me pareció nimia comparada con la de ese año previo, espantoso, en el que ellos estuvieron enfermos. Pensé, una vez más, en el amor…, que mueve montañas y nos hace moverlas a nosotros si lo necesitan aquellos a quienes amamos.
El amor, que, además de ser un bálsamo otorga una fortaleza inigualable para resistir cualquier momento de adversidad, y hasta hacérselo más llevadero a quienes queremos. El amor que nos hace olvidar nuestros males y concentrarnos en sanar los de nuestros seres queridos, y nos llena de poderes como el de esa madre capaz de levantar el camión cuya rueda aplasta el cuerpo de su hijo… Esa madre soy yo y lo son todas las madres. Incluso cuando los resultados no son los esperados... La medicina, cura, sí. Pero el amor también.
✕
Accede a tu cuenta para comentar