Opinión
Drogas inteligentes
Me piden que escriba un prólogo para el libro que dentro de unos meses llegará a las librerías y tratará de eso: de drogas inteligentes. ¿Las hay? Claro que sí, y ya las utilizaban los primates arbóreos de los que descendemos.
Me piden que escriba un prólogo para el libro que dentro de unos meses llegará a las librerías y tratará de eso: de drogas inteligentes. ¿Las hay? Claro que sí, y ya las utilizaban los primates arbóreos de los que descendemos.
Obvio es aclarar que no las adquirían en las farmacias, que entonces no existían, ni en el trapicheo de los «dealers», aunque éstos no tardaron en aparecer. Lo hicieron cuando llegó la polis, y con ella la política, y con ésta los políticos, y con ellos la prohibición del libre albedrío. Pero eso es otra historia.
Hay drogas inteligentes a patadas. Cientos de ellas figuran, para mi sorpresa, en el índice onomástico del libro que me dispongo a prologar. No exagero. Si semejante profusión me sorprende es porque constato, en contra de lo que yo creía, que a lo largo de mi asendereada y díscola existencia he probado muy pocas. Las enteogénicas, o psicotrópicas, o psiquedélicas, o como ustedes quieran llamarlas, por supuesto que sí: LSD, marihuana, psilocibina, mescalina, ayahuasca, éxtasis… Siempre con cautela, buen juicio y moderación.
Todas ellas han estado prohibidas durante largo tiempo. Ahora, por fin, a impulsos de las admoniciones de la neurobiología, empiezan a no estarlo e incluso se recomienda, en pequeñas dosis, su uso para estimular el rendimiento o atajar adicciones tóxicas a drogas que inteligentes no son. La heroína, la cocaína, las benzodiacepinas y los barbitúricos, por ejemplo.
En mis años de estudiante y también en los sucesivos recurrí a la profamina, la centramina y, sobre todo, a la dexedrina. Su estímulo vital e intelectual era asombroso. Las tomábamos a puñados. Para preparar exámenes, para escribir libros, para bailar en guateques o para organizar algaradas antifranquistas. Nunca ocurrió nada malo. Eran de venta libre, sin receta, en las farmacias.
Luego… más de lo mismo. Llegaron los políticos, llegaron los socialistas, y lo prohibieron todo. Ahora tomo doscientos miligramos de cafeína al despertarme. ¿Acabarán prohibiéndola?
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