
Reportaje
Electrohipersensibilidad: cuando acudir al médico pone en riesgo tu salud
Mientras países como Suecia reconocen esta condición como discapacidad, en España no existen protocolos, ayudas ni entornos adaptados para quienes no toleran las emisiones electromagnéticas

Encender una batidora, poner en marcha la vitrocerámica o calentar algo en el microondas son gestos tan cotidianos que solemos realizar de forma mecánica, como parte de las comodidades cotidianas o del ruido de fondo de nuestra rutina. Pero para algunas personas, cada uno de esos actos puede convertirse en una amenaza para su salud. Incluso acudir a un hospital se convierte en una auténtica odisea por la exposición a redes wifis, luces LED y aparatología varia. Y es que, estos dispositivos electrónicos implican la emisión de campos electromagnéticos que su cuerpo no tolera y experimentan neuralgias, vértigos, migrañas o una fatiga extrema.
Helena Chamorro ha sufrido síntomas muy incapacitantes. Desde que comenzó a convivir con la electrohipersensibilidad, su vida personal y familiar se ha transformado. Espacios públicos, medios de transporte e, incluso, su propio hogar, han tenido que ser adaptados para reducir el sufrimiento e incapacidad que le provoca la mínima exposición a estas fuentes. «Usar una vitrocerámica me agota, y si fuera de inducción, ni siquiera podría acercarme. El microondas, directamente, es impensable», explica. En su casa, nada está dispuesto al azar: ha eliminado luces LED y fluorescentes, apantallado toda la instalación eléctrica, desconectado el wifi y sustituido el bluetooth por conexiones por cable.
Y si la vida doméstica exige una planificación casi quirúrgica, acudir a un hospital se convierte en una auténtica odisea. «En lugar de sentirme cuidada, entro en alerta», reconoce. Así, lo que deberían ser refugios o espacios seguros y confortables, para ella son entornos hostiles y, para muchos de ellos, aún no existen protocolos de adaptación.
«Vivir con electrohipersensibilidad te obliga a cuestionar absolutamente todo: no solo los niveles de radiación o los dispositivos que usamos a diario, sino también nuestros hábitos, nuestro entorno, la forma en la que vivimos. Es una enfermedad que te arrastra a un nivel de conciencia muy alto. No te deja otra opción si quieres estar bien. La clave es entender qué te afecta, por qué te afecta y cómo puedes protegerte. Y eso me ha llevado a estudiar, a investigar y a profundizar en cosas que antes ni me planteaba. Es como si te sacaran del mundo tal y como lo conocías», resume Chamorro.
Depresión, dolores articulares, niebla mental o agotamiento físico son algunos de sus síntomas
Y es que, conoció un mundo en el que podía trabajar, relacionarse, moverse con libertad y entrar en cualquier espacio sin pensar en radiaciones, frecuencias o emisiones invisibles. Los primeros síntomas no llegaron de forma súbita. «La electrohipersensibilidad no aparece de un día para otro; es el resultado de muchos factores acumulados que, poco a poco, van debilitando el organismo», explica. Y añade: «En realidad, no se trata solo de la exposición a campos electromagnéticos, sino de un terreno biológico frágil que, en mi caso, ya venía condicionado por una expresión genética vulnerable, ciertas mutaciones, y una dificultad para realizar procesos básicos como la metilación o la sulfatación de forma eficiente».
El detonante más claro llegó tras un tratamiento médico prolongado con antibióticos que devastó su microbiota. Después, vinieron la depresión, la niebla mental, los dolores articulares y un agotamiento físico que no respondía a ninguna lógica habitual.
«Tardé años en ponerle nombre», asegura. Y cuando por fin lo hizo, se topó con una realidad aún más frustrante: en España, la electrohipersensibilidad no está reconocida oficialmente como enfermedad. A diferencia de países como Holanda o Suecia, no existe un código diagnóstico en el sistema sanitario, ni protocolos clínicos que guíen a los profesionales, ni ayudas específicas que faciliten la vida de quienes la padecen. «En España, los tribunales han reconocido la intolerancia a las ondas electromagnéticas como causa de accidente laboral», comenta Pilar Muñoz-Calero Peregrín, pediatra, neonatóloga, estomatóloga y experta a nivel mundial en Medicina Ambiental.
El hospital, un peligro
La falta de reconocimiento oficial no solo dificulta el acceso a tratamientos adecuados, sino que también deja a los pacientes en una situación de absoluta indefensión médica. «Uno de los principales problemas es que prácticamente ningún centro sanitario cuenta con espacios libres de emisiones inalámbricas. Esto puede impedir no solo su permanencia en salas de espera, sino también una adecuada recuperación durante un ingreso hospitalario, especialmente en casos de crisis o episodios agudos», denuncia María López Matallana, presidenta de la Coalición Nacional de entidades de fibromialgia, encefalomielitis miálgica, sensibilidad química múltiple y electrohipersensibilidad (Confesq), que agrupa a más de 11.000 personas afectadas por estas patologías.

Entre las barreras más importantes se encuentran tres grandes focos de exposición a campos electromagnéticos (CEM): primero, los dispositivos inalámbricos personales del propio personal médico, administrativo y de los demás pacientes, como teléfonos móviles, smartwatches o auriculares bluetooth. En segundo lugar, los sistemas de transmisión del propio hospital: redes wifi, bluetooth, equipamiento médico inalámbrico, e incluso pequeñas antenas repetidoras dentro del edificio. Y por último, las emisiones procedentes del exterior que atraviesan los muros del hospital, incluyendo, en algunos casos, antenas de telefonía móvil instaladas directamente en las azoteas del centro.
Así, el seguimiento de las personas con EHS representa un verdadero desafío. En algunos casos, se recurre a consultas telefónicas –siempre que la persona tolere el uso del teléfono– o incluso a visitas domiciliarias. También hay intentos de coordinar su atención en horarios especiales como cuando el centro está prácticamente vacío. Sin embargo, este sigue siendo un tema aún sin resolver.
Las cifras
Según el informe «Las cifras de SQM y EHS desde un enfoque de derechos humanos y discapacidad», de 2025, más del 70% de los centros sanitarios no tienen protocolos para atender a estas personas, por lo que el 49% evita acudir a ellos, y un 46% reporta un empeoramiento de su salud cuando lo hace. Por eso, desde Confesq reclaman como urgente que el sistema de salud desarrolle vías de atención adaptadas, seguras y accesibles para este colectivo, garantizando el derecho a la salud en igualdad de condiciones.
Otra de las barreras más importantes es el desconocimiento de esta enfermedad por parte de la profesión médica. «Ni a nivel de atención primaria, ni a nivel hospitalario existe la suficiente información de esta patología, por lo que no existen protocolos para aplicar a estas personas. Al no tener en cuenta su vulnerabilidad, no pueden ser ayudados por el sistema sanitario, enfermando cada vez más», denuncia Muñoz-Calero.
La presidenta reconoce que, además, existe un estigma que impacta algunos profesionales sanitarios. «Muchas personas relatan sentirse cuestionadas, incomprendidas o incluso ridiculizadas por profesionales sanitarios; denuncian que son tratados como hipocondríacos o que se les asigna un diagnóstico psicológico sin evaluar el entorno electromagnético», subraya.
51% de afectados no sale de casa por miedo a empeorar, y el 46% enferma cuando lo hace
Los pacientes también sufren desamparo laboral y social. Según el informe «Las cifras de SQM y EHS desde un enfoque de derechos humanos y discapacidad», el 73% de las personas afectadas ha tenido que dejar su trabajo. De quienes han solicitado adaptaciones laborales, el 70% no las ha conseguido.
Otro dato impactante es que el 38% de afectados ha tenido que mudarse de su vivienda habitual y el 31% desearía hacerlo, por la imposibilidad de controlar los factores ambientales en su hogar. Las barreras económicas y la falta de comprensión por parte de comunidades de vecinos o técnicos impiden muchas veces llevas a cabo adaptaciones necesarias.
En lo que se refiere al acceso a espacios públicos, el 51% evita salir de casa por miedo a empeorar, y el 46% enferma cuando lo hace. «Esta exclusión se debe a la inexistencia de políticas municipales de adaptación y a la incomprensión generalizada. Las solicitudes de ajustes razonables en estos espacios son mayoritariamente rechazadas (86%)», lamenta López Matallana. Y añade: «La exclusión institucional no es abstracta: se manifiesta en el rechazo sistemático a proporcionar ajustes razonables, la falta de protocolos, el desconocimiento profesional y la invisibilidad normativa, lo cual impide a estas personas ejercer sus derechos básicos en igualdad de condiciones».
Derechos humanos
«No se trata solo de una cuestión de salud, sino de derechos humanos. Es urgente que se adopten medidas estructurales que eliminen estas barreras, fomenten la empatía y garanticen el acceso igualitario a los bienes, servicios y espacios que forman parte de la vida en sociedad», indica desde Confesq.
Pilar Muñoz-Calero se une a estas reclamaciones apoyando el reconocimiento oficial de la electrohipersensibilidad como una discapacidad de origen orgánico. Para la especialista, este paso es fundamental para que las personas afectadas puedan acceder a apoyos y adaptaciones en los ámbitos sanitario, laboral y social. «El abordaje debe comenzar por un control ambiental riguroso que mida y limite las radiaciones no ionizantes en el entorno del paciente. Además, existe una necesidad urgente de adaptar los espacios sanitarios para que estas personas no queden excluidas del sistema, así como en el desarrollo de formación médica reglada que contemple esta y otras enfermedades relacionadas con la sensibilidad ambiental», concluye.
✕
Accede a tu cuenta para comentar