Neuropediatría

Ictus en bebés: un diagnóstico difícil pero una rehabilitación más eficaz que en adultos

Hasta el 70% de menores sufren secuelas que en el caso de los más pequeños pueden revertirse en mayor medida gracias a la neuroplasticidad

Los ictus son muy infrecuentes en niños, y, aunque raros, son más comunes en los primeros 28 días de vida
Los ictus son muy infrecuentes en niños, y, aunque raros, son más comunes en los primeros 28 días de vidaDreamstime

Pone los pelos de punta pensar que tu pequeño puede sufrir cualquier enfermedad. Un ictus es algo que nadie se espera. Sin embargo, aunque parezca algo exclusivo de los adultos, también se da en niños, incluidos los bebés. Entre los síntomas ante los que hay que estar alerta: pérdida de fuerza y de visión, alteración sensitiva de un lado del cuerpo, inestabilidad o disminución del nivel de conciencia. Y en el caso de los más pequeños, son frecuentes las convulsiones. Ante estos síntomas hay que ponerse en manos de un médico inmediatamente.

Por suerte, se trata de algo muy infrecuente. Así, según los datos facilitados por la Sociedad Española de Neurología (SEN), la probabilidad de sufrir un ictus en edades pediátricas es muy baja, y son aún más raros los casos que se producen en bebés pasada la edad perinatal (entre la semana 20 de gestación y los primeros 28 días de vida).

Se estima que se producen 6 ictus por cada 100.000 menores de 15 años al año, precisan desde SEN. En edad pediátrica ocurre el 15% de los casos de ictus que se contabilizan cada año y un 30% de estos casos pediátricos se dan en menores de 1 año. En todo caso los ictus en bebes son muy infrecuentes.

Para hacernos una idea, «en adultos se producen entre 180 y 190 ictus al año por cada 100.000 habitantes, y en niños es mucho más infrecuente. Tan solo 1-2 casos por cada 100.000 niños, excluyendo el periodo neonatal. Y es que en esta etapa, aumenta la frecuencia a 29 por cada 100.000 nacimientos; o lo que es lo mismo un ictus por cada 3.500 niños que nacen. Es decir, es un periodo de mucho más riesgo, pero en todo caso ese riesgo es mucho menor que en los adultos», detalla Francisco Moniche, jefe de la sección de Neurología del Hospital Universitario Virgen del Rocío y miembro de la junta directiva del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la SEN.

«De 0 a 3 años consideramos que los ictus son más infrecuentes que en el grupo de escolares y adolescentes, aunque no hay estudios poblacionales que lo corroboren. Pero en la practica clínica se puede afirmar que son más infrecuentes, salvo en el grupo de pacientes afectos de una cardiopatía congénita, o en el contexto de otras patologías como meningitis, sepsis...», afirma Noemí Núñez, neuróloga pediátrica del Hospital 12 de Octubre.

En todo caso «muchas veces está infradiagnosticado, y cuesta más hacer un diagnóstico precoz como hacemos en los adultos al ser menos frecuente», apunta Moniche. De hecho, puede confundirse con "muchísimas patologías. Tal es así que la mayor parte de las ocasiones en las que se activa Código Ictus, este no se confirma», explica Cristina Verdú Sánchez, médico adjunto de Cuidados Intensivos Pediátricos del Hospital Universitario La Paz.

Así, según Núñez, «puede confundirse un ictus con que el bebé esté sufriendo una crisis epiléptica, con una encefalitis con bajo nivel de conciencia aunque surge de forma menos brusca o con un absceso cerebral».

«También –prosigue Núñez– con que esté sufriendo un cuadro infeccioso del Sistema Nervioso Central como encefalitis y meningoencefalitis, una intoxicación por drogas y por eso no pueda caminar, y también con abscesos cerebrales como una otitis cuya infección vaya al cerebro. En niños más mayores lo más frecuente es que se confunda con una migraña con aura, en pequeños no, ya que esta patología aparece a partir de 6 años sobre todo.

Respecto al tipo de ictus, Moniche explica que «hasta los 30 días es más frecuente el isquémico, a partir de ahí se dividen el hemorrágico y el isquémico al 50%, cuando en adultos el hemorrágico es mucho menos frecuente».

En cuanto a las causas, en hemorrágicos, según Núñez, «las más frecuentes son las malformaciones vasculares, pero tienen mayor incidencia en la adolescencia. En más pequeños, de 0 a 3 años, esta causa es menos frecuente. En ellos es más habitual que se deba a cardiopatías congénitas, tras una cirugía cardiovascular, traumatismos, patologías que alteren coagulación, infecciones del sistema nervioso central, sepsis…», precisa Núñez, quien explica que los zarandeos, pueden producir lesiones cerebrales graves, pero «no causan un ictus como tal», eso sí los problemas de deglución son una de las manifestaciones que pueden dar el ictus. Coincide con ella Verdú, ya que «un zarandeo es otra entidad distinta».

El diagnóstico y el tratamiento precoz es fundamental para mejorar el pronóstico y reducir las secuelas, ya que, según un comunicado de la Sociedad Española de Neurología Pediátrica (Senep), cada minuto que se retrasa el tratamiento supone una pérdida de más de un millón de neuronas.

Pero al ser tan desconocido no se sabe reaccionar a tiempo, lo que multiplica la peligrosidad de sus consecuencias. De hecho, el grado de secuelas a largo plazo que se producen son muy relevantes. «Aunque la mortalidad es baja, del 5-10%, las secuelas a largo plazo son altas, de más del 60%», afirma Núñez. Desde la SEN elevan el riesgo de secuelas al 70% en el caso de los menores de 0 a 15 años.

Las secuelas dependen de la localización de la lesión, pero las más habituales, según Núñez, es que pueda sufrir dificultad de movimiento en un lado del cuerpo, epilepsias, retraso madurativo y trastornos del aprendizaje.

Comenzar la rehabilitación, «lo antes posible» tras el diagnóstico es fundamental "porque tanto la rehabilitación motora como la neurocognitiva pueden mejorar la situación clínica del niño. La fisioterapia y la terapia ocupacional son pilares fundamentales de la recuperación del niño", incide Verdú.

«Entre las primeras 24 y 48 horas tras el ictus el paciente está estable y ya podemos comenzar», explica Mirley Echevarría, rehabilitadora del Hospital Gregorio Marañón; que incide en que así se obtienen «mejores resultados por la neuroplasticidad, la capacidad de recuperar la función de las neuronas dañadas o que las neuronas que están en desarrollo, sin función específica, sustituyan las neuronas que han muerto».

La rehabilitación más aguda, según Núñez, se hace «durante mínimo 3 meses en el propio hospital y se recupera más del 50% del déficit. Luego más adelante cuando ha recuperado parte de la función o así se estima se deriva a centros de atención temprana que cogen niños de 0 a 6 años y después a centros de rehabilitación ambulatoria».

En aquellos niños con alguna secuela neurológica como «déficit motor tienes que hacer fisioterapia de por vida porque si no la espasticidad va a más. También hay que vigilar que no haya retracciones, crezcan extremidades de forma correcta, etc.», detalla Núñez.

Ahora bien, aunque el diagnóstico es más difícil, la rehabilitación en bebés es más eficaz, como sucede con el tema de aprendizaje de idiomas. «Es mucho más eficaz porque tenemos a nuestro favor su neuroplasticidad neuronal. De ahí que se recuperen mucho más que los adultos. Así si el paciente tiene dos años y el ictus ha afectado al lóbulo temporal izquierdo, que es el que afecta al lenguaje, el bebé podrá hablar porque otro lóbulo adquiere su función. En un adulto esto no sucede o es mucho más difícil», destaca Núñez.

«Con la rehabilitación, las secuelas pueden revertirse más en bebés que en adultos gracias a la neuroplasticidad, pero depende de la extensión de la lesión», precisa Echevarría. En todo caso, a misma lesión se recuperaría antes un bebé que un adulto.

Ictus pediátrico
Ictus pediátricoTania NietoLA RAZÓN

Además, en la rehabilitación con un bebé, «que dependerá de si es a nivel motor, del lenguaje, deglución, partimos de un médico rehabilitador que describe la técnica, frecuencia e intensidad, un fisioterapeuta o terapeuta que hace el tratamiento y se lo explica con el menor al progenitor. Este último tiene que hacer el ejercicio delante del fisio y luego con repetición en domicilio. En definitiva, el papel de la familia es fundamental en la rehabilitación del bebé», describe Echevarría.

«Se trata de fisioterapia activa que hace el especialista como ejercicios de estiramiento. Existen dos métodos: vojta y bobath. Vojta consiste en trabajar con reflejos posturales de los niños, generar mediante maniobras trabajos con la musculatura afectada y el otro es más de estiramiento y para conseguir la funcionalidad adecuada», detalla Núñez. También se hace terapia bimanual y de restricción del movimiento. «El primer método consiste en intentar que los menores hagan cosas con ambas manos si por ejemplo mueve menos un brazo por culpa del ictus, y la de restricción, si tienes lado derecho afectado, pues intentas que el paciente trabaje solo con la mano afectada», añade Núñez.

En cuanto a la probabilidad de sufrir un segundo ictus, depende de la causa. Algunas te pueden predisponer a sufrir más ictus: «Los pacientes que han tenido el ictus en el seno de una enfermedad del corazón, o una alteración de la coagulación o determinadas enfermedades hematológicas o metabólicas», son, según Verdú, más propensos. «También los pacientes que tienen enfermedades que afectan a las arterias del sistema nervioso central», añade.

«Menos del 30% sufrirá un segundo ictus y ese riesgo es más alto en los primeros 6 meses. Un riesgo, en todo caso, elevado», concluye Núñez.