Opinión
Mónica García enmudece con la corrupción «progresista»
García ha optado por la demagogia y el ataque frontal al PP
Después de engatusar con zalamerías y cortinas de humo durante meses a un sector adormilado y propenso siempre al peloteo genuflexo como es el sanitario, Mónica García ha decidido quitarse la careta y mostrarse como lo que realmente es: una agitadora profesional. La razón de ser de este travestismo político, de esta metamorfosis inversa de aparente crisálida en oruga, no es otra que la agonía del régimen que comanda el presidente del Gobierno. Un régimen al que ella pertenece y que está cercado por la corrupción y sin margen de maniobra porque los nacionalistas de Junts se han plantado.
Lejos de arremeter contra los dos secretarios de Organización del PSOE, José Luis Ábalos y Santos Cerdán, que dieron presuntamente al dinero público un uso espurio, de exigir explicaciones a Pedro Sánchez por las tramas destapadas por la UCO, de reprender a su compañero de Gobierno, Ángel Víctor Torres, por los tejemanejes con las mascarillas que hubo en Canarias en plena pandemia mientras la gente moría de covid, cuando era presidente autonómico, o de reprender a su líder, Yolanda Díaz, por aparecer en los informes policiales, García ha optado por la demagogia y el ataque frontal al PP.
El Ministerio lo ha convertido en una comuna; la Sanidad, en un campo de batalla, y el Interterritorial en un apéndice de sus intereses, que no son otros que los de arañar unos votos para seguir viviendo unos años más de lo público, porque una cosa es apoyarlo, y otra servirse de él, que es lo que la falsa izquierda hace. ¿Por qué no habla la ministra de la corrupción cuando afecta a su Gobierno? ¿Por qué no lamenta en público que el dinero que podría ir a la sanidad vaya a parar a los bolsillos de listillos progres? Pues porque detrás del personaje no hay nada, absolutamente nada. Solo humo.