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De la masturbación a la culpa extrema: soy adicto al porno

La adicción a la pornografía y al sexo no es tan visible como la del alcohol o las drogas, pero sus efectos son igual de devastadores

“Quiero seguir siendo un buen padre”. El ruego de nuestro protagonista, adicto a la pornografía e inmerso en pleno proceso de divorcio, cae como una losa. Lejos quedan ya las jornadas de ordenador y Kleenex por disfrute, ahora se ha convertido en una tortura. Esta adicción lleva consigo un silencio infame, el que él lleva sufriendo desde que cumplió los 18 años. Hoy tiene cerca de 40. Casi nadie habla de este problema, pero el mono de quien desea devorar este contenido y no puede es tan extremo como los más angustiosos síndromes de abstinencia. Más de 20 años con una carga encima que ya no puede ni quiere soportar.

No es tan común como parece y, en cualquier caso, la vergüenza siempre hace acto de presencia. Su unidad familiar comienza a resquebrajarse y, si acaba perdiendo a una, no quiere hacerlo con otra. Pero no es tarde y menos cuando lo que te motiva es una pequeña que no sabe lo que ocurre con papá. Un punto de inflexión con nombre y apellidos por el que no se va a rendir.

Sus tenues palabras se escuchan más que cualquier grito de auxilio. En cierto sentido, se pueden entender como tal: “No soy feliz. No sé si realmente sepa ser feliz. Hace 10 años me dije a mí mismo: ‘Tengo un problema’. Pero di el paso de tratarme hace tres meses. No pides ayuda hasta que no tocas fondo.". "Ninguna de mis amistades más cercanas saben que estoy aquí. Familiares, sólo uno”. “Porque se ha desmoronado mi matrimonio, que si no, me hubiese tirado otros 10 años igual”. “No quiero una doble vida, ni avergonzarme de mí mismo. No quiero tener que estar mintiendo a la gente, mintiéndome a mí mismo, que es lo peor”. “Quiero dejar de cargar con... Quiero cargar con mis propias responsabilidades y despojarme de las que no me corresponden”.

¿El origen? Hay que remontarse a una adolescencia que ya casi roza la edad adulta. Dieciocho años, salir con los amigos, intentar ligar sin conseguirlo, llegar a casa, descargar esa testosterona acumulada... fin. Entonces “decides saltarte todos los puntos para quedarte solo con el último”. Poco a poco y, lo que es peor, casi sin darse cuenta, el sexo comenzó a ser más un problema que una solución: “Empezó a ser complicado cuando casi prefería quedarme en casa viendo porno que salir a ver a mis amigos. Empecé a desarrollar una relación no saludable con la pornografía y con el sexo en general. Me he refugiado en mi burbuja y no he querido salir hasta ahora”.

La situación se prolongó durante años. Atrás quedan muchas personas, muchas experiencias, mucha felicidad, si es que un día la hubo. Empezó a buscar una solución que no llegaba y lo que más le costó no fue encontrarla, sino tratar de alcanzarla: “Son diez años de negación. Es decir, creo que tengo este problema, pero lo exteriorizas; Es la crisis, he perdido el trabajo, etc... Cualquier cosa menos mirar hacia dentro”. Y una vez crees que puedes, que quieres y que das el paso surgen más trabas: “He ido a sexólicos anónimos. No me identifiqué nada con ese grupo. He buscado literatura en Internet, pero tampoco me convenció. Los grupos liderados por no profesionales no me gustaron... Hasta que vine aquí”.

“Aquí” es DeLuna, un centro de desintoxicación ubicado en Madrid. Quien lo regenta es Delia Rodríguez, una psicóloga que trata a pacientes con adicciones. Ella explica que “una adicción es un proceso multifactorial, donde intervienen factores biológicos, psicológicos y sociales”. Asimismo, añade, se activa el “sistema de recompensa, que son mecanismos que se producen en el encéfalo y que ayudan a que se produzcan asociaciones entre situaciones concretas y reacciones placenteras. Es un aprendizaje: el individuo tenderá a buscar esas sensaciones que logren reacciones de placer”.

Qué le llevó a decir “basta”

La ruptura familiar fue el detonante para que nuestro protagonista dijera “basta”. El entorno más cercano del adicto es clave. Imaginen: "si hay 1000 adictos, esa cifra multiplicada por 5 son todos aquellos afectados que se ven salpicados por el trastorno patológico”. Familia, amigos, pareja, compañeros. Esta es la opinión de José Luis Martínez, intervencionista familiar, una figura inédita en España. Él es pionero en mediar con las familias para tratar de corregir la conducta del afectado. Define una intervención como “ayudar a una familia a romper el muro de la negación del adicto a través del diálogo” y asegura que “cada miembro de la familia equivale a 5 profesionales: si ellos entienden la enfermedad y saben cómo actuar, tienen mucho más poder que cualquier profesional”. La manera en la que explica su función es simple a la par que efectiva: “Yo siempre digo una cosa: es más fácil que un adicto me convenza a mí de que me vaya a consumir con él a que él venga a tratamiento conmigo. Por tanto, lo que hago es psicoeducar a la familia. Reúno a un grupo de familias en torno a la persona que sé que le pueden ayudar a eliminar el bloqueo y trabajo con ellos”.

Los datos de la asociación Dale una Vuelta no son muy alentadores: la edad media para iniciarse en el consumo de pornografía es de 11 años; uno de cada diez consumidores no ha cumplido ni la década de edad; el 96% de los hombres afirman haber consumido prono durante sus años de adolescencia frente al 63% de las mujeres. Y es que Internet no ha hecho más que facilitar el acceso a este tipo de material. Así, una de cada cinco búsquedas desde dispositivo móvil está relacionada con este concepto; cada usuario reproduce una media anual de 348 vídeos y alrededor de 68 millones de búsquedas diarias van sobre pornografía.

Nuestro protagonista ha llegado a consumir entre 5 ó 6 horas de pornografía en un solo día, aunque no haya sido la norma. Incluso ha llegado a gastarse dinero, no mucho, en aspectos relacionados con el sexo (“Ojalá hubiese metido todo ese dinero en acciones de Amazon”, dice entre risas). En su día a día ha reproducido vídeos en el trabajo o en el transporte público, a riesgo de que le pillaran. Hace tres meses entró a rehabilitación con una “depresión profunda”, pero hace diez años ni siquiera se hubiera planteado “entrar”. Ahora es diferente: “Quiero estar bien lo que me queda de vida, ser honesto y transparente. No tengo fuerza para mantener esa doble vida. Necesito soltar este peso”. Quiere liberarse para poder jugar con su hija. Para poder verla crecer. Para seguir siendo un buen padre.