Caza
Dioses y Santos de la caza
Tan arraigada está la caza en el hombre que ya en la mitología griega la diosa Artemisa representaba a los animales salvajes y a la naturaleza siendo representada con un arco y flechas practicando la caza. Para los romanos Diana era la diosa de la caza. Posteriormente y en el santoral cristiano San Eustaquio o San Huberto han sido considerados patrones de los cazadores.
El ser humano desde sus orígenes ha practicado la caza como forma de sustento y como ocio posteriormente. Así mismo, hemos visto la representación de escenarios de caza en las pinturas rupestres e incluso la obra de arte más antigua de la humanidad corresponde a una pintura rupestre hallada recientemente en Indonesia creada hace más de 44.000 años y donde está identificada una escena de caza. La caza es atávica al hombre y como tal éste le ha dado un sitio de referencia e importancia dentro de su cultura y costumbres.
Las primeras deidades giraban en torno a los poderes naturales; el poder del sol, del viento o de la naturaleza eran venerados por los hombres. Las grandes civilizaciones no han sido menos y así los griegos prestaban culto a Artemisa o los romanos a Diana. ¿Quiénes eran estas diosas mitológicas? ¿Qué santos están relacionados con la caza?
Artemisa
Artemisa es una de las deidades más antiguas y veneradas del panteón griego. Artemisa fue la diosa griega de los animales salvajes, la caza, la virginidad y los terrenos vírgenes. Era hija de Zeus y de Leto, hermana gemela de Apolo y nacida antes que su hermano. Era ante todo diosa de la caza y los cazadores la invocaban antes de salir a cazar, y cuyas reglas, como la de no matar los animales jóvenes que le estaban consagrados, debían ser respetadas por todos. Es también protectora de la agricultura, de la cría de animales domésticos y la diosa que fertilizaba la tierra y presidía la vida vegetativa.
A los tres años, Artemisa pidió a su padre que le concediese tener un arco y flechas, y una túnica hasta las rodillas para poder cazar; veinte ninfas como doncellas para cuidar de sus canes y su arco cuando descansase y pidió gobernar sobre las montañas.
Entre los muchos mitos con que cuenta esta diosa de dice que una ocasión Artemisa estaba bañándose en el bosque junto a sus ninfas, cuando el príncipe y cazador Acteón, al pasar por allí, la vio casualmente. Las ninfas al descubrirlo intentaron ocultar a Artemisa pero esta se enfadó tanto al haber sido descubierta desnuda que salpicó con agua a la cara de Acteón y este se transformó en un ciervo que fue devorado por sus propios perros de caza tras alentarlos Artemisa.
El culto a esta diosa se producía en toda Grecia y su templo situado en Éfeso constituyó una de las siete maravillas de la antigüedad. El equivalente romano de esta deidad era la diosa Diana también muy representada en infinidad de esculturas y pinturas.
Santos patronos de la caza
Siglos después, con la extensión por todo el mundo del cristianismo aparecen para las iglesias católica y ortodoxa la veneración a los santos patronos. Estas iglesias creen en la intercesión de los santos, donde el patrón es un santo que tiene una afinidad especial con un grupo específico de personas y a cuya intercesión se acogen sus seguidores. Los términos patrón y patrono son sinónimos de defensor y protector y por lo tanto estos santos son considerados por muchos creyentes como intercesores ante Dios. Para los cazadores existen dos patronos conocidos: San Eustaquio y San Huberto.
De nombre inicial Plácido, San Eustaquio fue un general romano a las órdenes del emperador Trajano. Cierto día yendo de caza en soledad por el monte vio acercarse a él un ciervo y en el momento de armar su ballesta vio entre la cornamenta del animal un crucifijo emitiendo destellos seguido de la voz de Dios que se dirigió a él por su nombre. En ese mismo instante se convirtió al cristianismo y adoptó el nombre de Eustaquio. A su vuelta a Roma y tras ciertas victorias al negarse a ofrecer sacrificios a los dioses se ve acusado ante Adriano, quien le mando arrojar a las fieras del circo, pero estas milagrosamente le respetan. Finalmente, el emperador mandó fundir un gran buey de bronce hueco y en el vientre de la escultura encierra a Eustaquio y su familia que mueren abrasados tras ponerlos al fuego. La Iglesia elevó a los altares al pagano convertido al cristianismo y fue tomado por los cazadores como santo patrón.
Años después, en la región de las Ardenas ocurrieron unos hechos semejantes: el hijo mayor del Duque de Aquitanía, Huberto, amante de la caza, se lanza a la boscosa zona de las Ardenas un viernes santo tras conocer el fallecimiento de su mujer al dar a luz a su hijo. Huberto va persiguiendo a un hermoso ciervo cuando el astado vuelve grupas y se detiene frente al cazador mostrando entre sus cuernas un halo luminoso que circunda a la Santa Cruz. Huberto escucha la voz de dios, se entrega a la penitencia y profesa en el sacerdocio, llegando a ser consagrado obispo de Lieja. Fue canonizado, y la Iglesia le dio el patronazgo mundial de los cazadores, señalando su fiesta para el 3 de noviembre.
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