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¿Sabes qué santo se celebra hoy? Consulta el santoral del viernes 12 de junio

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San Onofre. Cuadro de José de Ribera en el Museo Hermitage, de San Petersburgo
San Onofre. Cuadro de José de Ribera en el Museo Hermitage, de San PetersburgoJosé de RiberaLa Razón

Hoy, 12 de junio, se celebran los siguientes santos:

  • Onofre, anacoreta
  • Juan de Sahagún, confesor
  • León III, papa
  • Olimpio
  • Anfión
  • Nicolás
  • Esquilo
  • Gereboldo

Obispos:

  • Antonina
  • Basílides
  • Cirino
  • Nabor
  • Nazario

Mártires:

Onofre, anacoreta, y Plácido, abad.

San Onofre anacoreta

El anacoreta Onofre, fallecido en torno al año 400, fue el maestro de unos cuantos eremitas que llegaron a hacer escuela en la Tebaida. Por eso no era infrecuente el abandono de la soledad por un tiempo para ir a ver a Onofre, quien, además de tener fama de santo, sabía todo sobre las dificultades y grandezas de la vida en soledad.

Al parecer, era hijo de un rey egipcio, persa o abisinio. Se cree que nació hacia el año 320. Sus padres, según se cuenta, no podían tener hijos, pero la madre rogó tanto al cielo que al final concibió. Pero el diablo le hizo creer al rey que el niño era producto de una relación adulterina de su esposa. «Apenas nazca, tíralo al fuego», le dijo el maligno.​ Así lo hizo el rey, pero el niño resultó ileso gracias a la intervención de su ángel custodio.​ Este milagro hizo que sus padres se convirtieran a la fe de Cristo y lo bautizaran con el nombre egipcio de Wnn-nfr (en griego Ὀνούφριος), que significa «el que es continuamente bueno».​

Desde niño estuvo rodeado de lujos y comodidades, pero siendo un adolescente salió un día de su palacio y conoció la pobreza, la angustia y la enfermedad, lo que le conmovió tanto que abandonó su vida principesca y solicitó ser admitido en un convento de Abage, en la región de Eremopolites, o Hermópolis, en medio del desierto de la Tebaida egipcíaca.

Estuvo retirado durante décadas en esta zona del antiguo Egipto. En una ocasión, al final de sus días, el abad Pafnucio –morador de una cueva del desierto egipcio– fue a verlo, pero lo encontró ya moribundo. Lo atendió como pudo en las últimas horas; cuando Onofre murió, Pafnucio se puso a rezar piadosamente unos salmos como él había visto hacer en casos semejantes; luego se puso a arañar la tierra para hacer un hoyo, colocó el cuerpo muerto y fue poco a poco cubriéndolo con piedras para defenderlo de los animales.

Allí mismo donde la civilización faraónica había florecido siglos antes, ahora, en las primeras centurias del cristianismo, los monjes pueblan el despoblado y viven en solitario su intensa experiencia interior y espiritual.

Si Pafnucio no hubiera escrito la vida de Onofre, es seguro que no conoceríamos a este personaje originalísimo, que mataba el tiempo rezando, vivificaba el desierto con la penitencia, y miraba al cielo plagado de estrellas para bendecir a Dios por sus bondades.

Onofre nos ofrece un testimonio admirable de profundidad interior capaz de abarcar todo su paso por la tierra. Se dedicó a la oración y, después de orar, a dar buen consejo a quien se lo requería.