Mascotas

Una nueva vida a cuerpo de rey para el galgo

Majestuoso y elegante, ha tomado las calles españolas tras años de ser utilizado sólo en la caza... mientras fue rápido. Los que poseen alguno los adoran

Primer aviso a cualquier candidato a galguero: ¡Olvídese del sofá! En cuanto el perro descubra su superficie mullida decidirá que es el lugar idóneo para dar acomodo a su estilizada figura. Sus patas alargadas, el pecho voluminoso y esa cola que en reposo cae en forma de hoz le dejarán, definitivamente, sin opción a rechistar. El galgo es así, majestuoso e imponente. Solo le faltaría un fino batín para erigirse en aristócrata. Nos hemos acostumbrado a ver ejemplares de esta raza cazadora en las calles de cualquier ciudad caminando con paso triunfal. Es la mascota de moda y una de las más solicitadas por las celebridades. Sin embargo, en la crónica galguera hay un pasado menos dichoso que LA RAZÓN ha querido conocer.

Acuden a la cita, en un parque de Coslada, la localidad madrileña, Lola, Tamba, Gregorio, Sacha, Fiona, Siria, Shira, Güera... Esta última, según nos cuenta su adoptante, no solo se ha apropiado del sofá, sino que ha mitigado el síndrome de nido vacío que dejó su hija cuando se marchó a estudiar fuera. Todas son criaturas mimadas, tal y como nos explica Olga Corella, voluntaria de Galgo Leku, una asociación que rescata y gestiona la adopción de estos perros. Llega al encuentro con sus tres ejemplares: Abril, Iona y la pequeña Aise, una galga de dos años que encontró en la cuneta con una de sus patas rotas.

El desfile es soberbio, pura elegancia –linaje obliga–, pero la mayoría sufre en sus carnes la huella del maltrato o el abandono de sus antiguos dueños. «Como animal de caza» –detalla Corella–, «la vida útil de este perro se agota en unos tres años. A partir de esta edad empieza a perder velocidad y algunos cazadores deciden desprenderse de ellos. Unos son abandonados y otros llaman a las protectoras para pedir que se queden con ellos. Hay incluso cachorros que, sin haber cumplido un año, ya son descartados para la caza». Es en ese momento cuando las protectoras como Galgo Leku entran en acción. «Nos ponemos en contacto con casas de acogida donde el perro encontrará un hogar temporal y una familia que le ayudará a superar sus miedos y a recuperar tanto su estima como la confianza en las personas. Durante unos meses se encargará de su recuperación física y psicológica, de las visitas al veterinario y de su cuidado cotidiano hasta dar con un hogar definitivo. Es decir, una adopción».

Lo que realmente ocurre, a juzgar por los testimonios que se han reunido en este parque, es que no es fácil dejar escapar a un perro al que se ha dedicado tiempo y cariño, por lo que el hogar provisional acaba convirtiéndose en definitivo. Es el caso de Carlos, que tuvo a Pixie dos años en acogida: «Cuando llegó el momento en que había opción de que se fuera de casa dijimos que no, que se quedaba». Mientras ellos charlan, los galgos toman impulso y corretean. Son animales dotados de una gran potencia. Ágiles, resistentes y flexibles. Poca grasa y mucha fibra. Destacan por su musculatura perfectamente definida y su gran aplomo. Bien entrenados, son auténticos atletas que pueden alcanzar los 65 kilómetros por hora. Una vez exhaustos, vuelven a su caminar sereno, erguidos y sin que el cansancio les haya hecho perder la compostura.

Cualquiera que tiene un galgo da fe de su magnetismo. «Con sus ojillos oblicuos, oscuros y de forma almendrada, es un animal que te enamora», confiesa Carlos Campillo, presidente del Club Nacional del Galgo Español. Sus galgos, Vinagre, Pandora, Miralles y Milagritos, disponen de una finca de más de 4.000 metros cuadrados para correr, pero reconoce que también les gusta descansar a cuerpo de rey. Y su sofá es, una vez más, buena prueba de ello. «Su avidez, un instinto primario que está presente en la carrera, es su gran virtud, pero al mismo tiempo ha sido desde siempre su perdición al despertar la codicia de la gente sin escrúpulos», dice. Como cazador, es consciente del problema de abandono y cría ilegal que existe con esta raza pero señala que, con los mecanismos de control vigentes, los responsables hoy son fácilmente identificables.

El pasado tortuoso del galgo nos lleva hasta la Edad Media. Aunque una de las hipótesis acerca de su origen es que el galgo desciende del lebrel egipcio, la raza hallada en algunas tumbas de los faraones, perdió sus privilegios cuando las mismas leyes medievales que lo habían convertido en símbolo de rango social, por su porte y sus cualidades como cazador, empezaron a relajarse permitiendo su posesión a los campesinos.

En época de penuria, el pueblo necesitaba alimento y el galgo aparecía como una magnífica herramienta para obtenerlo, lo que disparó su cría indiscriminada. Estos perros pasaron a considerarse poco más que chuchos vulgares que vivían en condiciones miserables a base de pan duro y agua. Cuando su sustento resultaba imposible, eran sacrificados con la hora. Así fue durante siglos, hasta que los aristócratas redescubrieron, a principios del siglo XX, sus asombrosas cualidades para la carrera.

Poco a poco, el galgo va rompiendo con su pasado y hoy pasea impoluto y perfectamente cuidado disfrutando de un nuevo capítulo en su biografía en el que participan personas célebres, como el presentador Jorge Javier Vázquez, que presume de perros en sus redes sociales. Cuenta que Lima, una galga que llegó desnutrida y con muchísimo miedo, era la única que jamás había subido a su habitación. Con el paso del tiempo fue mejorando y desde su ruptura sentimental no le ha dejado «ni a sol ni a sombra». El ministro Fernando Grande-Marlaska adoptó dos galgos, Martina y Duende. Igual que a los protagonistas de este reportaje que se han congregado en Coslada, aún les quedan secuelas de su vida pasada. A Martina, una cojera, después de ser arrojada a un pozo cuando era cachorro.

Algunas marcas han escogido este animal como enseña elegante e icono de agilidad. Es el caso de Bimba y Lola y la firma Trussardi. Más por sensibilidad que por abolengo, las adopciones crecen cada año y alrededor de cada una puede tejerse una leyenda. La anécdota más curiosa la pone la exmujer de Gabriel Rufián, Mireia Varela, que adoptó un galgo español después de su ruptura al que ha llamado Rufi, el diminutivo del político. «Donde caben dos, caben tres», escribió en sus redes junto a una imagen de una pata del animal y su cartilla sanitaria.

Entre las protectoras y las personas que se encaprichan con un galgo existe un eslabón esencial: el veterinario. José Luis Rodríguez, especialista en Traumatología y Ortopedia, se encuentra con todo tipo de condiciones y lesiones causadas por atropellos, abandonos y mala vida del animal pero, ante todo, le preocupa el ajuste a su nueva vida. «Tienen un carácter muy reservado y transmiten tranquilidad, pero su adaptación es dura y es importante que las familias conozcan sus características. El manejo va a ser diferente al de cualquier otro animal y, por sus circunstancias, exigen una atención muy específica para no acentuar sus miedos e inseguridades. Y no siempre se pone en valor la figura del veterinario», se lamenta.