Pandemia
César de la Fuente (La Coruña, 1986) es el paradigma del cerebro fugado de España. Con un currículum académico brillante, el año pasado fue nombrado «mejor investigador joven» por la American Quemical Society. En la Universidad de Pensilvania, donde es catedrático, dirige un equipo de doce científicos que no para de maquinar formas de mejorarnos la vida. Igual que el resto del planeta, el último año lo ha dedicado a la Covid-19: ha inventado la primera prueba «low cost».
En conversación telefónica con LA RAZÓN, este biotecnólogo explica en qué consiste el test que, con un coste de solo cuatro euros, revela la presencia, o no, del maldito coronavirus con una fiabilidad que supera el 90 por ciento. Una muestra de saliva sobre un cartón se inserta en un pequeño dispositivo que, a su vez, se engancha al teléfono móvil. A los cuatro minutos, una aplicación nos ofrecerá el resultado.
Esto, que apariencia suena tan simple, emplea una tecnología que «permite modificar la señal química en eléctrica». El invento podría instalarse asimismo a la entrada de colegios, centros de trabajo, estadios deportivos o cualquier espacio en el que hiciera falta asegurarse de que el aforo está libre de Covid. Incluso, asegura este gallego, ya están ideando la manera de incorporarlo a las propias mascarillas de protección.
Por el momento, el receptor del teléfono móvil donde se inserta el microchip resulta caro, unos 800 euros, «aunque estamos viendo cómo producirlo con un coste muy inferior. Si se escala podría costar 40 euros». La visión de César es que cada unidad familiar pueda contar con el suyo propio en casa para poder testarse antes de cualquier reunión social. Pero no solo para detectar la Covid-19, también la gripe, el Sida o cualquier infección o enfermedad de transmisión sexual.
Asegura que su principal motivación a la hora de crear este prototipo es que los colectivos con menor capacidad económica y los países en vías de desarrollo accedan a una prueba diagnóstica barata y rápida. Pero, ¿por qué resulta tan cara la PCR? Este catedrático lo achaca a «las encimas y proteínas necesarias para llevarla a cabo, que son muy caras y, sobre todo, en este momento en el que hay una demanda tan elevada».
«Este tipo de test baratos pueden marcar una enorme diferencia a la hora de prevenir enfermedades infecciosas a nivel global; el cambio puede ser fundamental», explica. Según él, el concepto de «healthcare» (cuidado de la salud) en la práctica es más bien de «diseasecare» (cuidado de la enfermedad), cuando lo interesante es anticiparse a la expansión de las patologías.
El grueso de la financiación de este proyecto apasionante corre a cargo de la propia Universidad de Pensilvania, donde él ejerce de docencia en Ingeniería Química, del Instituto Nacional de Salud (NIH por sus siglas en inglés) y de una división especial del Departamento de Defensa. Según De la Fuente, una gran parte del premio en metálico que obtuvo por el galardón que le concedieron en mayo del año pasado, unos 80.000 dólares, ha ido a parar a la compra de impresoras 3D, chips y material necesario para la investigación.
Los esfuerzos están ahora enfocados en abaratar aún más el coste del prototipo (por debajo de los cuatro euros) y el tiempo que tarda en aparecer el diagnóstico en la pantalla. Asimismo, se plantean crear una «start up» y solicitar el permiso de aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) para su invento.
Por el momento, César ni se plantea volver a España. Ya lleva casi doce años fuera de nuestro país, desde que en 2009 se aventurara a completar sus estudios en Vancouver (Canadá) antes de realizar su doctorado en el prestigioso MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). «A medio plazo aún me veo en EE UU, donde estoy haciendo cosas muy emocionantes y tengo a mi pareja. Por ahora me limito a vivir el presente y tengo ganas de seguir viviendo aquí», dice.
Tanto él como su equipo se consideran personas de riesgo porque su trabajo les hace estar constantemente expuestos al coronavirus. Por eso, la mayoría de los investigadores a su cargo ya han recibido la vacuna. Casi todos menos él: «Sólo teníamos seis dosis y yo decidí esperar y poner a mi equipo por delante. Eso es fundamental para mí». Escuchar esto de boca de alguien tan determinado, y determinante, en la lucha contra la pandemia supone una bocanada de aire fresco. Sobre todo después de los cientos de funcionarios y políticos de distinto pelaje que en España se han abierto paso a empujones para estar los primeros de la fila.
De la Fuente habla con pasión de la ciencia que está detrás de las fórmulas químicas que están inmunizando poco a poco a los más afortunados del planeta. «Precisamente, la tecnología ARN mensajero de las vacunas se inventó aquí, en esta Universidad. Dos profesores la pusieron en marcha con una investigación que comenzó hace 15 o 20 años. Uno de ellos es mi vecino. Me alegra que hayan podido ver los enormes frutos de su esfuerzo», concluye con fascinación.