Opinión
Nuestros actores
Ustedes saben que gracias al arte y la cultura hemos podido sobrevivir espiritualmente a esta pandemia obstinada. Hubiese sido insoportable el confinamiento sin nuestros artistas. Hoy estaríamos mucho más fatigados y tristes si no viviesen ellos aquí.
A pesar de lo que diga mi colega Angélica Lidell, los actores y actrices son los que cuentan nuestras historias. Son los que encarnan y dan aliento a nuestros personajes, los que trasmiten lo más hondo de nuestro ser. Porque al igual que una gran obra dramática o audiovisual solo lo es cuando consigue reflejar los cuatros planos de lo humano: intelectual, emocional, sensorial y espiritual; un gran encuentro artístico solo ocurre cuando ellos, nuestros actores, ponen esos cuatro planos en acción. Y su cabeza, su cuerpo, su corazón y su alma conectan con otros seres en acción, que son los que les miran y escuchan. Ahí está la relación. Ahí, si lo conseguimos, está el milagro. Por eso amo a los actores y comprendo que ponerse en riesgo de esa manera pueda hacerles en momentos rebeldes o afligidos. Hay que ser muy fuerte para soportar asimismo la irregularidad de trabajos, de ingresos. Las relaciones con productores o directores dispares, la formación continuada en la inquietud de la espera. Hay que ser muy grande para vivir en la cuerda floja y, aún así, cuando les llega un papel entregarse.
Pues bien, sepan que a raíz de esta pandemia el 97% de actores y bailarines españoles están sin trabajo. Viven por debajo del umbral de la pobreza.
Mientras, los llamados «malos actores», que ya quisieran. Siguen haciendo obras espantosas de política cutre. Llevándose sueldazos y dietas públicas. Estropeando el paisaje. ¡Qué mundo al revés! ¡Qué pisoteo a la sensibilidad!
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