Animales
Es «Manoliño», es un delfín y no, no es tu amigo
Tras el verano pasado, se hizo amigo de los mariscadores. Ahora es una atracción peligrosa
Como toda buena historia de amor, ésta empieza con un encuentro casual y unas miradas de sorpresa, pero en las que también late un deseo de volverse a ver. Sin embargo, para que la historia de amor continúe tiene que haber otro encuentro azaroso, quizá otro más y luego ya, dejar atrás la suerte y pasar a la acción: que uno lleve a cabo la decisión de buscar al otro. «Es que a saber por qué viene a mí. Todo surgió como una cuestión de confianza mutua», contaba Roger Suárez, en el «Faro de Vigo», en septiembre de 2020, acerca de su historia. «Fue un amor por el que tuve que pelear mucho», continuaba.
No sabemos qué es, nunca lo sabemos, pero estaba claro que ahí había algo: «Estoy en mi zona de trabajo, en mi horario laboral, y viene a mí. Y aunque cambiemos de zona, nos encuentra», decía.
Paso a paso. Primero el encuentro casual, después búsquedas y por último, el acercamiento, el paso decisivo y en el que te lo juegas todo: «Cuando me di la vuelta tenía su cabeza entre mis aletas, se rozaba con ellas, así que lo acaricié, se ponía contento y subía para arriba y luego volvía abajo. Y al final lo abracé».
Y «Manoliño» se sintió por fin aceptado.
«Manoliño» es un delfín, por cierto.
Con los delfines compartimos un antepasado hace unos 90 millones de años, tienen un cerebro grande, se les considera inteligentes y, como los humanos, son capaces de distinguir el sonido individualizado de otro individuo. Además, como nosotros, tienen el mismo terror, ese por el que se hacen los grandes sacrificios y también por el que se toman las decisiones más inexplicables: el miedo a quedarse solo.
Los más probable es que haya perdido a sus compañeros y los esté supliendo con el contacto humano. Quiere el cariño o la sociabilidad que ahora no tiene con otros delfines y su encuentro con Roger Suárez, que como todos los días, se sumergía en busca de navajas, se lo dio. Le llamaron «Manoliño» y ahora se les acerca para jugar, les espera, les sigue, les busca, pide atención.
Como cualquier historia de amor no dulcificada, se ha vuelto cargante.
Hubo un pescador al que se le acercó demasiado o se le acercó de otra forma y le rompió el traje de neopreno. Fue al hospital y aunque comprobaron que no le había mordido fueron ya plenamente conscientes de que lo que estaba sucediendo con ese delfín de tres metros y 300 kilos había dejado de ser normal.
Durante este tiempo «Manoliño» se ha hecho famoso en la Ría de Noia y los que se acercan a la playa van preparados con el móvil para grabarle, colgar las «stories» en Instagram y contar una buena historia del verano. Si le ven, se ponen a jugar con él y «Manoliño», encantado, va hacia ellos y se siente como uno más entre tanto humano.
Pero es un delfín y necesita delfines. Por eso, dicen los expertos, lo mejor es dejar a «Manoliño» en paz porque haciéndole caso le perjudicamos. Al llamarle, insisten, estamos cambiándole, cuando lo que tiene que hacer es buscar a otro grupo de delfines y recuperar con ellos una vida de delfín.
E irse, como en toda historia de amor.
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