Evacuados por el volcán

48 días viviendo dentro de una habitación de hotel

«No son vacaciones, es una pesadilla», dice un matrimonio de La Palma que abandonó su casa casi con lo puesto cuando el volcán entró en erupción

Una mujer palmera se emociona por tener que dejar atrás su casa, cubierta por la ceniza de la erupción
Una mujer palmera se emociona por tener que dejar atrás su casa, cubierta por la ceniza de la erupciónEmilio MorenattiAP

Lucía (50) fue de esas personas que, cuando los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad obligaron a desalojar durante la tarde del 19 de septiembre de su casa en Todoque, en el municipio de Los Llanos de Aridane, no tenía lugar a donde ir que no fuera la casa que dejaba atrás. Con apenas unas «cuantas cosas esenciales» abandonó toda una vida de buenos recuerdos e historias frente a la incertidumbre de «no saber si la lava arrasaría con la casa o no». Junto a su marido Rafael (56), se mudaron al hoy tan conocido hotel Princess de Fuencaliente, situado al sur de La Palma. Ambos pasaron las tres primeras semanas viviendo allí.

La vida en el hotel fue «soportable», confiesa Lucía. Cuenta que desayunaban, almorzaban y cenaban en el establecimiento, con una pensión completa que corre a cargo del Gobierno de Canarias. Daban paseos por los alrededores y seguían muy de cerca las últimas novedades sobre el volcán. «El resto de mi familia está bien, la lava no llegará a sus casas y ya para mí es un alivio», indica la mujer.

El hotel de Fuencaliente, en otras circunstancias, es uno de los más relevantes de la isla en cuanto a comodidades y prestaciones. Con numerosas piscinas y actividades que hacer durante la estancia. Sin embargo, el ambiente que se respira actualmente es muy diferente al que se vivió durante los meses de verano. Todos los trabajadores se desplazan de un lado para otro con total normalidad, atendiendo a quien lo necesita o resolviendo dudas.

La gran diferencia es que las personas que hoy se alojan ahí no son turistas, ni disfrutan de una visita a la Isla Bonita.

«No son unas vacaciones, es una pesadilla», aclama Rafael. Tampoco supone ningún momento de desconexión que permita a los más de 380 hospedados en este hotel olvidar las desgracias y desastres que están sucediendo allá fuera.

Lucía, bajo una mirada de tristeza y añoranza, afirma que «extraña su vida; regar sus plantas; pasar la manguera por el patio; limpiar la cocina; sacar la basura…». Hasta incluso quejarse «por el ladrido de un perro» que habitaba cerca de la que fue su casa. Todas las pertenencias de Lucía y su marido se encuentran en la antigua fábrica de tabaco JTI. El punto neurálgico de los enseres domésticos de casi todos los 7.000 evacuados. «Otras cosas están en casa de mis hermanos e hijos». Allí, cientos de voluntarios trabajan cada día en poner orden, cabeza y humanidad en lo que parece un gran almacén de vidas y recuerdos. El acceso a quien no vaya a ayudar está totalmente restringido, y mucho menos sacar fotos. «Lo que hay aquí son las pequeñas partes de la vida de una persona: sus muebles, su alfombra del salón, su taza de té favorita…», comenta una voluntaria en la entrada del gran almacén.

El hotel Valle de Aridane es el segundo establecimiento habilitado, donde permanecen hospedadas más de 70 personas evacuadas por el volcán. Con una connotación mucho más humilde que el hotel de Fuencaliente, de tres estrellas y apenas dos camas y unas mesitas de noche por habitación. Al contrario que en el hotel del sur, en este solo sirven el desayuno a los alojados. El resto de las comidas, el almuerzo y la cena, se hacen en dos restaurantes de Los Llanos.

Hace dos semanas, Lucía y Rafael pidieron el traslado del hotel de Fuencaliente al del Valle de Aridane por causas obvias: «Ambos trabajamos en Los Llanos, quedarnos en el sur de la isla y con la carretera principal cortada nos obligaba a hacer un trayecto de casi dos horas. Era agotador. Además, nos dejábamos un dineral en gasolina, cambio de gomas porque los asfaltos con la ceniza están horribles y la situación no está para derrochar dinero», confiesa Lucía.

En el hotel Valle de Aridane se encuentran mucho más cerca de sus respectivos trabajos, pueden salir caminando del hotel y encontrarse en pleno centro neurálgico del municipio. Sin embargo, el ambiente que se respira es distinto. Oscuro. Las calles están vacías y las cafeterías y restaurantes apenas tienen clientes sentados en las mesas. La poca gente que circula lo hace como si se tratara de los inicios de la pandemia: con mascarillas FFP2. Algunos, los más preparados, salen a la calle con gafas de protección «por si cae ceniza», ya que no se sabe cuándo cambiará el viento o cuándo al volcán le dará por soltar grandes cantidades de la misma. Muchísimos montículos de ceniza se acumulan en las esquinas de las carreteras principales o callejones y el aire que se respira tiene un cierto olor a podrido. «Salimos para lo justo. Se nos hace muy extraño pasear por la calle o intentar llevar una vida normal cuando lo que estamos viviendo no lo es», explica Rafael.

Otro rasgo que hace olvidar la normalidad en el Valle es la suspensión de la actividad escolar presencial en varios municipios. «Los niños necesitan volver al colegio, relacionarse, correr, ver a sus amiguitos… Mi sobrino de ocho años no para de decirme que extraña el cole y a sus compis de clase», dice Lucía. Son cinco los municipios que actualmente tienen suspendida su actividad escolar presencial en las aulas, sustituida por la docencia online. Se trata de las localidades de El Paso, Los Llanos, Tazacorte, Tijarafe y Puntagorda, a causa de la interminable ceniza que expulsa el volcán, que obliga a mantener aulas y centros limpios.

Tanto Lucía como Rafael intentan buscar el lado positivo de toda esta tragedia y añaden que «esperan que sirva de ejemplo para que se recalcule la ordenación del territorio en la isla, se mejoren accesos, carreteras, viviendas…». El volcán ha destapado una innumerable cantidad de deficiencias que no habían sido notorias hasta ahora. Entre ellas destaca la necesidad de establecer buenos accesos, carreteras alternativas a las de siempre que permitan, en caso de emergencia, acudir a los diversos puntos de la isla sin problema.