Opinión
Los sin luz
Me rompe el corazón que ha pocos minutos de mi casa haya un barrio en el que cerca de sus cuatro mil vecinos carezcan de electricidad. De luz. Y llevan así cerca de quinientos días. De esas gentes, unos mil ochocientos son niños, menores que pasan frío y todo tipo de padecimientos.
Pónganse por un momento en su piel. Imaginen tener que levantarse de una cama húmeda, tener que encender una linterna para llegar al infiernillo de gas que calentará la leche y el pan frío de la noche. Imaginen tener que lavarse con agua helada, vestirse con sensación de intemperie, abrigarse con apenas nada más que lo que ya les cubre cuando tengan que salir a la calle. Salir a la calle y sentir el alivio del frío de todos, el natural. Porque no es natural ni humano que en este tiempo y en nuestro mundo civilizadísimo haya gente cerca de ellos que gocen de piscina de agua caliente e iluminada, mientras sus semejantes tengan que calentar el agua en una cacerola.
Los niños más pequeños de la Cañada Real sufren menos que los mayorcitos. Solo conocen esa precariedad de vida y no sienten lo que es dejar de chatear con sus amigos por no tener batería. Los más mayores hicieron cartas a los Reyes Magos pidiendo todos lo mismo: «Que vuelva la luz, poder llevar una vida mejor, que las personas nos consideren uno de ellos». Porque sí, estas criaturas a oscuras están condenadas a la exclusión social.
La empresa de la luz que les abastecía alega que había conexiones ilegales para edificios y actividades ilícitas, como plantaciones de marihuana que, curiosamente, siguen teniendo electricidad. Los vecinos sin luz quieren contratos, quieren pagar, quieren una vida honrada. ¿Por qué no se les proporciona? Parece que nuestros mandatarios quieren realojarlos, quizá dispersarlos. Ellos no se niegan, pero, ¿para cuando?
Tarde se lo fían. Así que mientras, señorías todas, denles la luz. Pónganse de acuerdo por su propia dignidad.
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