Ceremonia emotiva
Sevilla despide a Carlos Amigo, su último cardenal
La catedral hispalense acogió esta mañana el entierro del cardenal franciscano que pastoreó la archidiócesis durante tres décadas
Con la solemnidad litúrgica que se respira en el Sur, la trascendencia perceptible que envuelve el incienso y el cariño de esas lágrimas sin poder atraparlas que se escapaban de forma intermitente en cada banco. Así despidió Sevilla esta mañana a Carlos Amigo Vallejo, su último cardenal, creado por Juan Pablo II, un reconocimiento que el franciscano se ganó a pulso en las calles de la capital hispalense. Fallecido el miércoles a los 87 años tras ser operado de un pulmón, pastoreó la archidiócesis durante 28 años.
A las once y media arrancaban las exequias en la catedral, tras el traslado del féretro desde el palacio arzobispal a hombros, portado por sacerdotes, laicos y hermanos de la Cruz Blanca. Un recorrido que incluyó la calle que la ciudad le dedicó al fraile castellano de Medina de Río Seco que, se hizo ‘capillita’ con los sevillanos, renovando no solo las estructuras diocesanas para hacerlas sostenibles, sino metiéndose en el bolsillo a las hermandade actualizando el potencial evangelizador de la piedad popular e impulsando la obra social de la pasión cofrade. Y todo, portando con seguridad es báculo y el evangeliario que se situaban junto a su féretro, sobre el que descansaban su casulla y su mitra. Pero eso sí, «con una palabra amable y una sonrisa a punto para todas las personas con las que se encontraba, de cualquier edad y condición», como subrayaría en la homilía el actual arzobispo, José Ángel Saiz Meneses.
«Ha entrado en todos los ámbitos y estructuras, en todas las familias, en todos los corazones», recordó el pastor desde el Altar de Jubileo, que también fue reflejo de la relevancia del purpurado en la historia reciente de la Iglesia española y universal. Allí estaban concelebrando seis cardenales, capitaneados por el presidente del Episcopado, Juan José Omella, y, desde Roma, el comboniano Miguel Ángel Ayuso, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. Junto a ellos, una quincena de obispos y el nuncio Bernardito Auza. Entre las autoridades civiles, el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, y el alcalde de la ciudad, Antonio Muñoz Martínez.
Al repasar su vida, Saiz Meneses puso en valor su «entrega sin límites» desde «la libertad de espíritu», capacidad de trabajo, fidelidad, intensidad y amplitud de miras, amén de su «inteligencia, cultura, pedagogía, capacidad, entrega, formación, oración, y una actitud profunda de acogida».
También apreció cómo «pasó haciendo el bien» al estilo de Jesús de Nazaret, con «su palabra, con sus gestos, con su vida entera, con el espíritu de las Bienaventuranzas». A partir de ahí, continuó con otros dones que el fallecido desprendió a lo largo de su ministerio: «Pobreza de espíritu, mansedumbre, sobrellevar el sufrimiento, hambre y sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, construcción de la paz, persecución por ser fieles a Dios».
El arzobispo hispalense incluso desveló algunos detalles de sus encuentros en estas semanas de viacrucis. «En los últimos tiempos repetía que ‘Dios siempre llega puntual’», añadió Saiz Meneses sobre su actitud ante la enfermedad: «En el Hospital Universitario de Guadalajara son testigos de su entereza y buen humor aún en las circunstancias más dolorosas». Sobre su compromiso con los últimos, se hizo eco de cómo le comentó que «nos hemos de volcar con los más frágiles, con los más vulnerables y debemos dedicar más tiempo al silencio y la oración». Y es que, su confianza en Dios, compostura, su oratoria, su alegría y su vertiente
social formaban parte del ADN de un purpurado que quedó grabado en la retina de los españoles al oficiar el matrimonio entre la infanta Elena y Jaime de Marichalar.
Pero Amigo fue mucho más, tal y como destacó Saiz Meneses, al reconocerle como un evangelizador «acogedor con todos, acompañaba y dinamizaba todas las iniciativas nobles». Precursor del diálogo interreligioso en su etapa como arzobispo de Tánger donde fue enviado por Pablo VI, ejerció de puente con América Latina por diversos encargos vaticanos y por su impronta misionera. En sus constantes viajes estrechó lazos de amistad con Jorge Mario Bergoglio. Y cuando no pocos situaban al cardenal Amigo en la quiniela de papables, él sabía que su destino era otro y no dudó en aupar durante el cónclave a su compañero argentino de fatigas.
“La suya ha sido una vida entregada hasta el final”, enfatizó Saiz Meneses, sabedor de que Amigo tuvo la jubilación más activa de cuantos obispos españoles hay, en tanto que era reclamado por agrupaciones de toda España para iluminar con sus exquisitas predicaciones lo mismo en cuaresma que en adviento, en la coronación de una patrona que en una jornada sobre vida consagrada. Y, siempre, con el hermano Pablo, su secretario, como facilitador invisible.
Tras la misa exequial, el cuerpo del cardenal Amigo fue enterrado en la capilla de San Pablo, el deseo final del último cardenal que la Iglesia ha dado a Sevilla.
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