Viaje papal

El grito africano de Francisco: «¡No a la corrupción!»

Más de 65.000 jóvenes congoleños aclaman al Santo Padre en el clímax de un viaje donde no deja signos de renuncia

Francisco, en esencia. Aquel que deja a un lado los papeles para interactuar con los que tiene enfrente. Es el que se vio ayer en el masivo encuentro que mantuvo con unos 65.000 jóvenes congoleños en un abarrotado estadio de los Mártires de Kinshasa. Tercera jornada en África y el pontífice argentino evidenció una energía que hacía tiempo que no se visibilizaba en público, despejando cualquier síntoma que huela a renuncia por cansancio o hartazgo.

Durante la casi hora y media que duró la cita correspondió una y otra vez con la efusividad de un público que interrumpía cada una de sus intervenciones. Este ambiente festivo y de complicidad entre el anciano de 86 años y quienes están llamados a tomar las riendas de República Democrática del Congo no restó un ápice el tono de denuncia de su alocución. Es más, al Papa de la Doctrina Social se le pudo escuchar cómo les invitó a rebelarse ante quienes del soborno y de las trampas como armas de «la ciénaga del mal». «Siéntanse indignados, sin caer nunca en los halagos de la corrupción», espetó.

«Hay gente aparentemente buena e inteligente, pero es corrupta. Las dos cosas no pueden convivir. Una persona corrupta, ¿es honesta o no?», les interpeló, buscando respuesta. Y la obtuvo con un «no» atronador. A partir de ahí, insistió en que tienen que ser capaces de vencer «el cáncer de la corrupción, que parece difundirse sin parar». Incluso les hizo corear como si de un salmo se tratara: «Todos juntos, gritemos: ¡No a la corrupción!». No solo le siguieron, sino que, a partir de ahí, las aclamaciones no le dejaban rematar sus frases. «Me gustan sus cantos, ustedes son muy buenos», les agradeció, a lo que le siguió una ovación propia de un gol mundialista.

El jesuita pedagogo vertebró su catequesis en torno a los dedos de la mano para proponerles vivir desde la honestidad, el perdón, el servicio, la comunidad y la oración: «Abran las palmas de las manos, mírenlas atentamente. Amigos, Dios ha puesto en sus manos el don de la vida, el futuro de la sociedad y de este gran país».

Aterrizando en las lacras a la que se enfrentan los jóvenes, les alertó de dejarse embaucar por la droga, el ocultismo y la brujería, «que te atrapan en las garras del miedo». También se atrevió a clamar contra el hecho de «excluir a otro porque tenga un origen distinto, del regionalismo, del tribalismo». «Al final nos encontramos en medio de la guerra», apuntó.

Tras este clímax matutino se reunió en la nunciatura con el primer ministro, Jean-Michel Sama Lukonde, en la nunciatura apostólica, antesala de su visita a la catedral Notre-Dame del Congo, construida en 1947, donde se encontró con obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas. A todos ellos les encargó de «ungir a su pueblo con el aceite de la consolación y de la esperanza» en una tierra «herida por la explotación, la corrupción, la violencia y la injusticia».

También abordó otra cuestión que no es ajena en una región pobre donde optar por consagrase puede implicar un ascenso de estatus. «No se trata de un trabajo para ganar dinero o tener una posición social, ni tampoco para resolver la situación de la familia de origen, sino que se trata de ser signos de la presencia de Cristo».

En paralelo, Francisco les exigió que se alejen de la tentación de convertirse en «fríos burócratas del espíritu» ni se dejen llevar por «gestionar las finanzas y llevar adelante algún negocio». «Es escandaloso cuando esto sucede en la vida de un sacerdote o de un religioso, que, por el contrario, deberían ser modelos de sobriedad y de libertad interior», lamentó.