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No es aceite: nunca tires este producto por el fregadero si no quieres que se atasque

Más allá del conocido aceite de cocina, existe otro líquido de uso diario que, al ser vertido por el desagüe, puede provocar atascos severos y serios problemas medioambientales

Fregadero de la cocina
Fregadero de la cocinaFreepik

Todos tenemos interiorizada una lista de enemigos declarados de nuestras tuberías. En el primer puesto, de forma indiscutible, se encuentra el aceite de cocina usado. Sabemos que arrojarlo por el fregadero es una sentencia casi segura para un futuro atasco y un grave problema de contaminación. Le siguen en la lista los restos de comida, el papel que no es higiénico o los posos del café. Sin embargo, en esta lista negra se cuela un producto que la mayoría de nosotros vierte sin pensarlo dos veces, considerándolo inofensivo.

La advertencia, que puede sonar sorprendente, fue lanzada por Sydney Water, la compañía pública de aguas de la metrópoli australiana, y no tardó en generar un debate global. A través de un vídeo informativo, la entidad recordaba la prohibición del aceite para, acto seguido, añadir a la leche como otro de los líquidos que jamás deberían acabar en nuestros desagües. La reacción general fue de incredulidad, pero la explicación científica y medioambiental que hay detrás es sólida y contundente.

El alimento que no debes tirar nunca por el fregadero

Para entender el problema, primero hay que comprender la composición de la leche. No es simplemente un líquido acuoso; se trata de una emulsión, una mezcla de agua con grasas, proteínas y azúcares. La clave del asunto reside en su contenido graso. Cuando vertemos leche, especialmente si es entera o con un alto porcentaje de nata, por el fregadero, esta grasa entra en contacto con el agua fría de las cañerías.

Al igual que ocurre con el aceite o la manteca, el cambio brusco de temperatura provoca que las grasas lácteas se solidifiquen. Estas partículas endurecidas se adhieren a las paredes internas de las tuberías, creando una capa pegajosa. Esta capa, por sí sola, ya reduce el diámetro del conducto, pero el verdadero peligro llega cuando actúa como un imán para otros residuos. Pelos, restos de jabón, y otros pequeños desechos se van pegando a esta matriz grasa, formando un conglomerado que crece con el tiempo hasta provocar un bloqueo completo.

Este fenómeno es el que da origen a los temidos "fatbergs", esas monstruosas formaciones de grasa, aceite, toallitas húmedas y otros residuos no degradables que causan atascos masivos en los sistemas de alcantarillado de las ciudades. La leche, por tanto, es un contribuyente directo a la creación de estos bloqueos, que no solo suponen costosas reparaciones para los particulares, sino también un enorme gasto público para su eliminación.

Pero el problema no termina en el atasco. Si la leche logra superar el entramado de tuberías y llegar a las plantas de tratamiento de aguas residuales, se convierte en un agente contaminante significativo. La razón se mide con un indicador conocido como Demanda Biológica de Oxígeno (DBO). Este parámetro mide la cantidad de oxígeno que las bacterias necesitan para descomponer la materia orgánica de un líquido.

La leche tiene una DBO extremadamente alta. Para descomponer sus grasas y proteínas, los microorganismos consumen enormes cantidades de oxígeno disuelto en el agua. Este proceso agota el oxígeno disponible, creando zonas anóxicas que son letales para la vida acuática. Un vertido significativo de productos lácteos en un río o lago puede provocar la muerte masiva de peces y plantas, generando un grave daño ecológico.

Entonces, ¿qué hacer con la leche sobrante?

La recomendación de los expertos es clara: si se trata de pequeñas cantidades, como el resto que queda en un tazón de cereales, el impacto es mínimo. El problema radica en desechar vasos enteros o cartones de leche caducada. En estos casos, la mejor alternativa es verterla en la tierra del jardín o de las macetas, preferiblemente diluida en agua. Gracias a su contenido en calcio y otros nutrientes, puede actuar como un fertilizante natural. Otra opción es desecharla en la basura orgánica, contenida en su envase original.

Este simple gesto de no arrojar la leche por el fregadero es un pequeño cambio de hábito con un doble beneficio: protege la salud de nuestras tuberías y, a una escala mayor, cuida del delicado equilibrio de nuestros ecosistemas acuáticos.