Restringido

Así triunfa la voluntad: localizada la región cerebral que la controla

La buena disposición ante las dificultades puede ser una condición innata que está más relacionada con un fenómeno físico y no tanto con la percepción subjetiva de la realidad

El tenista Rafael Nadal ha logrado ser número uno gracias a su perseverancia
El tenista Rafael Nadal ha logrado ser número uno gracias a su perseverancialarazon

El cerebro humano es una herramienta compleja. Es capaz de satisfacer nuestras necesidades en millones de acontecimientos cotidianos, desde lavarnos los dientes a rascarnos una rodilla, pasando por levantar la mano en el momento exacto en el que pasa el autobús que necesitamos parar o reconocer la voz de nuestro hijo entre la barahúnda de chillidos a la salida del colegio. Pero también se las apaña, en algunos casos, para componer sinfonías, restaurar catedrales o enviar naves espaciales a los confines del sistema solar. Y la ciencia, a decir verdad, no sabe cómo se las apaña para hacerlo.

No sabe mucho, por ejemplo, de por qué con las mismas neuronas, las mismas proteínas y los mismos genes, un ser humano es capaz de sobreponerse a las desgracias, la pereza o el desánimo y otro sucumbe cada vez que hay que poner a prueba su fuerza de voluntad. La respuesta a esta pregunta seguro que escapa al entendimiento humano, pero una investigación que acaba de publicarse en la revista «Neuron» puede acercarnos un poco a ella. El estudio apunta a un lugar del cerebro humano que, cuando se estimula, genera en el individuo una mayor capacidad para anticiparse a los retos y mejor disposición de ánimo para hacerlo. El experimento, liderado por el doctor Josef Parvizi, de la Universidad de Stanford, se ha realizado con dos voluntarios afectados de epilepsia que han portado una serie de electrodos en su cerebro para seguir su enfermedad. Los electrodos activaban partes del córtex cingulado, una región cerebral que tiene que ver con el procesamiento de algunas emociones, el dolor y la toma de decisiones. Cuando se suministraba electricidad a ciertas partes de ese córtex, ambos pacientes afirmaban tener la sensación de que se les aproximaba algún reto importante y que se sentían capaces de superarlo con optimismo.

La sensación no era sólo subjetiva. Cada vez que se encendían los electrodos, los pacientes experimentaban aumentos considerables en su ritmo cardiaco y sensaciones de opresión en el pecho, como las que anteceden a un estado de estrés. Si se les engañaba diciéndoles que los electrodos estaban conectados, aun sin estarlo, esas sensaciones no aparecían. Es decir, la fuerza de voluntad y la buena disposición ante las dificultades parecen estar muy relacionadas con un fenómenos, meramente físico y no tanto con la percepción subjetiva de la realidad. De ser así, la voluntad robusta podría ser una condición innata, relacionada con la estructura neuronal con la que nacemos y que heredamos de los padres y madres, y no tan relacionada con la educación como creemos.

Lo cierto es que el cerebro es una caja de sorpresas. Ese órgano humano, que como media pesa entre 1.300 y 1.600 gramos y cuya superficie extendida ocuparía un área de entre 18.000 y 22.000 centímetros cuadrados (posiblemente no cabría en el suelo de mi cuarto de baño), alberga entre 22.000 y 100.000 millones de neuronas.

Aunque supone sólo el 2 por 100 del peso medio de una persona, el cerebro consume más del 20 por 100 de la energía que generamos (unos 20 watios al día con una dieta de 2.400 kilocalorías). El principal combustible de nuestro órgano pensante es la glucosa. Si deja de recibir alimento durante sólo 10 minutos, empezarán a producirse en él daños irreversibles. Ningún otro órgano del cuerpo tiene una dependencia energética tan urgente.

Esto sucede porque, en realidad, el cerebro es una máquina en funcionamiento casi pleno las 24 horas del día. Eso no quiere decir que en cada momento de nuestras vidas el cien por cien de nuestras neuronas estén trabajando a la vez, pero los neurólogos han podido demostrar que usamos prácticamente la totalidad de nuestro órgano más preciado y, lo que es más importante, lo hacemos prácticamente la totalidad del tiempo.

En el simple acto de levantarse del sofá para servirse un refresco, el Homo sapiens pone en marcha los lóbulos occipital y parietal, el córtex sensomotor, los ganglios basales, el cerebelo y el lóbulo frontal, por lo menos. Una cascada de descargas neuronales recorre todo el cerebro en los pocos segundos que dura el acto de volcar la botella sobre el vaso con la inclinación correcta, en el momento exacto y con el pulso necesario para no derramar ni una gota.

Sería ridículo pensar que una herramienta tan compleja y costosa ha sido diseñada sólo para producir movimientos, memorias y pensamientos. El cerebro ha de ser también el ordenador central de nuestras emociones más humanas. Este último hallazgo parece que apunta en esa dirección.