Medicina
Autismo. ¿Una epidemia?
Hoy no hay más niños con esta patología, solo existen mejores herramientas para detectarla
Pocas veces una declaración política ha tenido tanto impacto en el mundo de la salud. Cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, apareció ante las cámaras alertando sobre los peligros del uso del paracetamol en las mujeres embarazadas –«aumenta el riesgo de autismo», dijo–, la noticia corrió como la pólvora y, sin duda, la alarma cundió entre millones de gestantes de todo el planeta. De nada sirvió que la propia FDA (Food and Drugs Administration), es decir, la entidad que teóricamente debe guiar las acciones del Gobierno en cuestiones relacionadas con medicamentos, advirtiera ese mismo día que «el paracetamol es el medicamento de prescripción libre más seguro para tratar la fiebre y el dolor durante el embarazo», ni que docenas de estudios científicos hayan sido incapaces de probar una relación directa entre el fármaco y un mayor riesgo para el feto de padecer síndromes como el autismo. Mezclar la palabra embarazo, autismo y paracetamol tuvo un efecto dramático, quizás intencionado.
Lo cierto es que la polémica, saldada prácticamente desde el minuto siguiente por cientos de expertos que han confirmado que no hay relación probada entre el medicamento y el riesgo de autismo en el futuro bebé, ocultó otra idea vertida por Trump y sus asesores que sí tiene interés científico indiscutible: ¿Es el autismo una nueva epidemia? ¿Está creciendo en todo el mundo? ¿Por qué?
Informes del Ministerio de Educación recientes confirman que los trastornos del espectro autista en España representan una patología con tendencia al alza en la población infantil. En el curso 2011-2012 fueron diagnosticados 19.023 alumnos con esta condición. En el curso 2023-2024, 91.877. La atropellada advertencia de Trump coincidió con la publicación de datos relevantes en Estados Unidos donde se ha pasado de diagnosticar a 1 de cada 150 niños mayores de 8 años, a hacerlo en 1 de cada 32.
Vistos aisladamente, este tipo de datos pueden parecer realmente alarmantes. Según la revista «The Lancet», en el mundo el autismo es una de las 10 patologías más diagnosticadas en menores de 20 años. Una de cada 127 ciudadanos del planeta en esa edad lo padecen, más del doble que hace apenas unas décadas.
Pero, ¿realmente estamos ante una explosión de la patología? ¿Hay algún factor externo que la justifique?
Las cosas no siempre son como parece. En un reciente comentario editorial, la revista «Nature» apuntaba una posible causa: «Los casos de autismo puede que no estén creciendo a la velocidad que aparentan. Pero sí la capacidad de los sistemas sanitarios de diagnosticarlos». De ser cierto, realmente hoy no hay tal cantidad de niños más con la patología, simplemente hay mejores herramientas para detectar a los existentes.
Para empezar, los criterios de diagnóstico han sido cambiantes. Existen dos herramientas diagnósticas tradicionalmente empleadas. El manual DSM (Diagnostic and Mental Disorders) se aplica sobre todo en Estados Unidos. En el resto del Europa la referencia suele ser el ICD (International Clasification of Diseases). Hasta 1990, ambos manuales proponían una definición muy restrictiva de la palabra autismo y en ocasiones limitaban la condición de autista a casos aflorados en los primeros años del desarrollo del menor. Las versiones actualizadas de ambos catálogos han abierto los criterios de diagnóstico. Solo unos pocos síntomas y en un abanico mayor de edades pueden conducir ahora a una certificación de padecer algunos de los síndromes del espectro autista.
Un estudio de la Universidad de Filadelfia realizado con bases de datos de niños daneses entre 1980 y 2011 parece confirmar esta idea. El 60% de los casos añadidos de autismo parecen ser consecuencia de los nuevos criterios incluidos en los manuales desde 1990. No había un 60% más de niños con la patología, simplemente esos niños no eran considerados antes.
Otros expertos apuntan a un fenómeno novedoso que está influyendo en el aumento de diagnósticos. Los síndromes de este tipo son cada vez más visibles, los médicos le prestan más atención y, sobre todo, la sociedad estigmatiza cada vez menos a quienes los padecen. Una mejor integración de los niños y niñas con esta condición en el sistema educativo y una mejor comprensión por parte de sanitarios y personal docente favorecen el mayor afloramiento de casos antes fuera del radar social.
Aun así, el autismo es una condición compleja, multifactorial y con muchas manifestaciones distintas. Su diagnóstico requiere del trabajo conjunto de psicólogos, psiquiatras y educadores y no se conocen bien sus causas –que incluyen factores genéticos y posiblemente ambientales–. De manera que no es sencillo determinar su prevalencia. La estadística epidemiológica más prestigiosa que existe es el Global Burden of Disease (Carga Mundial de Enfermedades), un estudio conjunto de más de 12.000 investigadores que analiza año a año la prevalencia de todas las enfermedades en el mundo. El último dato arroja 62 millones de personas con autismo en el planeta. Demasiados millones de personas afectadas por una condición demasiado compleja como para estar al albur de apresurados comentarios. Por mucho que vengan de todo un presidente de los Estados Unidos de América.